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Peligrosa necedad



A medida que más gente se inmuniza, los índices de contagios y muertes por COVID-19 disminuyen en todo el mundo. Sin embargo, las actuales vacunas (unas más que otras) han sido objeto de una feroz campaña en contra, tanto de parte de grupos tradicionalmente opositores como de sectores políticos que, por ejemplo en nuestro país, llegaron al extremo de denunciar al Gobierno nacional por aplicar un determinado suero.

Solo a efectos de trazar una comparación, en las inmunizaciones históricas contra gripe, polio o viruela, rara vez los ciudadanos/as se preguntaron cuál era el origen de la vacuna, qué sustancia se estaba inoculando o en qué país se producía. Todo lo contrario pasó en la actual pandemia, donde abundaron los cuestionamientos, tan solo unos pocos con bases científicas.

Contra la necedad minoritaria que obstaculizó la lucha contra el coronavirus en su peor momento, las vacunas volvieron a sumar pruebas de eficacia y eficiencia para combatir una enfermedad.

Así y todo, aun tratándose de un tratamiento con más de dos siglos de experiencia en el mundo occidental, dos preguntas siguen vigentes: cómo actúan las vacunas y qué son los efectos secundarios. Sintéticamente, una vacuna introduce en el organismo un elemento extraño (antígeno), lo que estimula las defensas con la respuesta protectora de diversas células. Así, el organismo aprende a reconocer y atacar al antígeno cuando se produce un nuevo contacto, esta vez con microbios activos, a quienes atacará y destruirá como aprendió a hacerlo al administrarse la vacuna.

Cualquier vacuna puede producir (o no) efectos secundarios, generalmente leves y que duran unos pocos días. Fenómenos que no ocurren en el 99,8 por ciento de los vacunados y son parte de la reacción normal del organismo, similar a un proceso inflamatorio aunque sin producir enfermedad.

En la actual campaña anti-COVID, las vacunas mostraron excelente capacidad para desarrollar anticuerpos y también seguridad, ya que hubo sólo 0,2 por ciento de vacunados que expresaron efectos secundarios, no habiéndose informado casos graves.

No es razonable, pues, seguir perdiendo el tiempo con los escépticos/as. Junto con la potabilización del agua, las vacunas fueron el invento que salvó más vidas en tiempos modernos. Según la Organización Mundial de la Salud, entre 2011 y 2020 las vacunas salvaron 25 millones de vidas. Y UNICEF informa que hoy las vacunas salvan tres millones de niños y niñas por año.

Desde ya que hay aspectos sensibles a considerar, como las fallas de producción, los intereses de los laboratorios, el acaparamiento de dosis por parte de un puñado de países, la especulación geopolítica de algunos gobiernos inclinados por determinadas marcas en desmedro de otras, la demora en los envíos, los vacunados VIP, etc. Pero hay que razonar cómo, por qué y a quién criticar.

Oponerse hoy a las vacunas contra el coronavirus es no registrar las millones de muertes que se evitaron gracias a ellas este año. Pero, además, es atentar contra personas que, aunque vacunadas, corren riesgo de infectarse y pasarla mal por una dolencia preexistente.



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