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“BUENAVISTA CAPITAL DEL SEXO”

Una radiografía de la comarca



Por Héctor Washington


La creación literaria supone por parte del escritor un trabajo arduo, paciente y preciso con el lenguaje. Y es en esa creación donde radica su naturaleza de demiurgo, su capacidad de forjar historias atractivas, con personajes y sucesos que nos atrapen como lectores y nos conduzcan a una experiencia fuera de las limitaciones de lo meramente real.

José Gabriel Ceballos lleva al extremo su condición de creador en “Buenavista Capital del Sexo”, su último libro, editado por Palabrava. Una colección de quince relatos donde, muy lejos de reunir arbitrariamente historias inconexas, el escritor correntino se aventura a forjar un espacio común que las contiene, personajes arquetípicos que se entrecruzan en una pequeña aldea imaginaria y se ven envueltos en sucesos de lo más hilarante.

La Buenavista de Ceballos es una construcción arquetípica de los pequeños pueblos argentinos, donde suele ocurrir todo lo imaginable, lo disparatado y lo grotesco. Al parecer, no le bastaban los sucesos desopilantes que narraba y sus personajes pintorescos. Y se creó un pueblo con características propias, lo fundó desde sus cimientos, con una identidad tan fuertemente arraigada, que nos recuerda a la Santa María de Onetti, al Macondo de García Márquez, la Santa Mónica de los Venados de Carpentier o el condado de Yoknapatawpha de Faulkner.

Aquí en Buenavista, el lector se adentra a las historias, cámara en mano, como un habitante más de la comarca, para seguir de cerca los sucesos, que no refieren sólo el pasado común, tan bien logrado, sino también acontecimientos actuales como ocurre con los inmunes de la pandemia, el músico resentido de la cuadra, el cura, la casa abandonada, las prostitutas, la viuda rica que busca “un buen candidato”, las jornadas culturales devenidas en el Festival del Sexo, la telefonista indiscreta que guarda todos los secretos -no tan secretos- de los habitantes, las creencias paganas, los devotos de los santos, la política pueblerina, el poeta del lugar y hasta un hotel donde copular con los muertos.

Todo en este universo se construye desde lo risible, desde el sarcasmo, con una escritura que se acerca por momentos a la crónica oral, donde el propio narrador se permite dudar, especular, hipotetizar y estar más cerca del lector, al hablarle incluso desde lo coloquial, casi al oído.

Como un cazador de historias, el narrador camina las calles de Buenavista, se entremezcla con sus habitantes, indaga sobre el pasado común de su gente, recorre los almacenes de ramos generales, los carnavales, la misa de los domingos, las rencillas entre concejales…

“Aquí corresponde aclarar que soy un escritor que utiliza la realidad para inspirarse. Mi creatividad funciona como esos autos antiguos que casi nunca arrancan sin un empujón”, confiesa, y echa a andar cada relato con la precisión de una radiografía de la comarca, que nació alguna vez de su genio creador y sigue aún maravillando a sus lectores.


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BUENAVISTA, CAPITAL DE LA DESMESURA - Por Orlando Van Bredam

La aparición de “Buenavista Capital del Sexo”, el nuevo libro de José Gabriel Ceballos, es una buena razón para recordar toda la narrativa de este autor vinculada con su pueblo mítico, para saber de dónde viene este prodigioso creador correntino que he tenido la suerte de conocer desde sus inicios.

Después de algunos poemarios, en 1985, Ceballos publica “El oidor”, en donde el portentoso escenario de Buenavista ya hace su presentación a través de personajes singulares que viven situaciones singulares. Pedro Marín escucha una música que los demás no pueden escuchar, Nicandro Pereira, empleado de la estación, abandona Buenavista en un tren fantasmal que el narrador no se anima a tomar. A este libro le suceden “Allá siempre baila la muerte” (1989), en donde en el cuento “Última función”, un circo en decadencia anuncia a los vecinos del pueblo un gran espectáculo en el que la muerte será la gran protagonista. La historia se desliza siempre hacia la desmesura, la incongruencia, con un lenguaje elíptico, muy elaborado. Mucha información acerca de los personajes y sus circunstancias es inteligentemente omitida por Ceballos para favorecer la sorpresa, para romper los límites con cualquier lógica cotidiana. Con su tercer libro, “Las condesas también sueñan” (1991), este modo de narrar que personaliza su obra se afirma con cuentos inolvidables como “El duende servicial”, donde la sexualidad se instala también como una forma de la desmesura, ya que un duende travieso hace inmensamente feliz a todas las mujeres de Buenavista con la mayor discreción a la vez que las insubordina a los mandatos patriarcales. En otro cuento del libro, “Todo el año es carnaval”, un visitante desconocido recibe todo tipo de atenciones y sobornos en su condición de jurado del concurso de comparsas. Con “Interior de los pájaros” (1993) aparecen cuentos con mayor carnadura textual, hay un afán por construir personajes más definidos, como sucede con el cuento inicial que da nombre al libro. La saga continúa con comodidad por parte de su autor y felicidad por parte de sus lectores, ya que conocemos a muchos personajes que se repiten y que llevan a cabo funciones propias de los pequeños pueblos, como ocurre con el doctor Aquiles Carranza, el sirviente Honorio, la señorita Filártiga y muchos otros.

No estamos ante cuentos folklóricos o costumbristas, aunque Ceballos no desdeñe la leyenda, el mito, el rumor pueblerino; sucede que Buenavista supera este ámbito primario, incorpora también el mundo en toda su complejidad y universalidad como sucede en los cuentos de “Ángel de la guarda” (1996) y “El patrón del chamamé” (1998). Hay una desmesura en donde Buenavista es el mismo ombligo del mundo y todo puede suceder. El último libro de la saga (el penúltimo ahora) es “Lo difícil que es partir de Buenavista” (2013) y aquí vemos que los cuentos son más extensos, el autor explora con admirable pericia la tensión dramática y apela con inteligencia al humor y al sarcasmo.

Los cuentos de “Buenavista Capital del Sexo” se inscriben dentro de la mis­ma línea, mantienen personajes ya conocidos por nosotros y recurren a la misma y admirable desmesura que tanto nos gusta, porque como dijo Borges: la vida no tiene por qué ser interesante, pero en el caso de la literatura es una obligación.


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LA NARRATIVA DE JOSÉ GABRIEL CEBALLOS - Por Osvaldo Mazal

José Gabriel Ceballos es un gran cuentista. Desafío duro al que me contradiga. Bueno, sería un duelo nada más que de palabras, ¿no? ¿Con qué otras cosas podríamos pelearnos los escritores? Los floretes, los trabucos, no nos van. Y José, ese gran cuentista, viene reinventando su pueblo correntino, Alvear, desde hace varias décadas. ¿Con qué? Con sus cuentos sobre Buenavista.

Buenavista comenzó inmortalizando a Alvear, pero tengo claro que ya hace tiempo que Alvear se convirtió en Buenavista -qué duda cabe-. A esta altura ya no sé si es José el que sueña sus personajes o si son ellos los que, ya de tan vivos -en el mejor de los sentidos-, son los que lo están soñando a él. Sospecho que se están soñando mutuamente. Hasta sé de una novela que alguien escribió recorriendo esos parajes imaginarios, esos personajes, esas historias, con lo que José es uno de los pocos seres humanos que gozan del privilegio de haber refundado su pueblo y sobrevivir en el intento.

Ahora… ser cuentista es un oficio, una artesanía, pero algo más. Porque ese saber hacer debe ir unido a una clase de sutileza, de superior sutileza, que es la que permite sumergirse sin desbarrancarse en ciertos vericuetos de la condición humana que sólo se nos revelan en flashes, en epifanías, como la de los cuentos o la de los poemas. Y eso sucede a mansalva en los cuentos de José. Como ustedes sabrán, una epifanía es una manifestación, una aparición, una reliberación de algo, un relampagueo que no sería visible para cualquiera que no sepa cómo captarlo.

Y a José se le manifiestan sus historias, tiene esa capacidad de atraer historias que andan planeando por ahí y convertirlas en literatura. José suele decir, como algunos otros narradores, que él no inventa nada, que las historias le llegan de diversas maneras y que él lo único que hace es contarlas. Quizá ese dicho de José le venga de una humildad habitual en los narradores orales -y él lo es- que andan desperdigando historias por ahí, pero que por supuesto no se consideran escritores, porque no lo son. Y cualquiera que escriba ficción sabe que eso de que “lo único que hago es contar las historias que me llegan” no es así. José se debe reír a carcajadas por dentro cuando afirma eso. Él sabe bien que el trabajo artístico que implica volcar en palabras escritas un relato trasciende al mero argumento de cualquier historia. Y contar bien un chiste o un relato en un asado no implica la habilidad de convertir eso en una buena escritura. Bueno, José es un gran narrador oral también. Eso lo sabe cualquiera que lo haya escuchado narrar algo con su potente voz de bajo y mantener la atención de los que lo escuchan. Y cuando se sienta a escribir, José entra en otra dimensión artística en la que maneja todos los instrumentos para emocionarnos.

En este “Buenavista Capital del Sexo” nos ofrece una nueva muestra de eso. En los anteriores fabularios de Buenavista, con ese detallado e hiperbólico relevamiento imaginario de la vida en un pueblo, José incluyó personajes como el Pelado Froilán, que se resistía desde su radio Lima Eco Tango a la policía del aire; el Padre Basilio, que para redimir a Buenavista de sus costados más oscuros, lanza avioncitos de papel desde su reclusión; o el entrañable nadador Alfredo Loiácono, una ambigua mezcla de hombre viejo, fantasma y ser detenido en el tiempo. Ahora, en “Buenavista Capital del Sexo” José agrega a esa armada Brancaleone, que viene construyendo hace décadas, nuevos integrantes; los inmunes, por ejemplo, aquellos que vencieron a la muerte y hablan por los parlantes callejeros de la Difusora Prioral, desenmascarando las miserias y corrupciones del pueblo. Y con eso se inscriben en la digna tradición que ya mencioné recién del Pelado Froilán y el Padre Basilio; o también el Agrio Fonseca, al que se lo tragan el amor y el frenesí del carnaval, y Simeón Chiflado o Simeón Caté, lo que en estos pagos significa distinguido. Simeón andaba por ahí con ese sombrero canotier con cinta de raso y dos flores de organza, único y eterno recuerdo de su amor infinito e imposible por la inglesita Marie Rose Cookson.

Pero no voy a llenarlos de nombres o de historias. Ustedes tendrán que descubrirlas leyendo el libro de José. Sólo quiero aclarar para terminar que José es capaz de ver lo maravilloso. Él necesita verlo, esa es su pulsión narrativa, verlo donde los otros no; percibe la fascinante opacidad de la vida en situaciones o realidades que para otros tienen la transparencia de lo que no esconde nada por debajo de su costra. Pero no sólo lo percibe sino que decide rascar debajo de esa costra, acompañado por algo que comparto profundamente con José como visión del mundo y de la vida: una gran piedad y simpatía por los personajes, una gran comprensión por sus peripecias, una complicidad tanto con sus errores o sus caídas como con sus resurrecciones o arrepentimientos. Y sobre todo, José construye sus relatos desde una perspectiva esencialmente humorística en su sentido más profundo, esa unión entre lo sublime y lo grotesco que sólo una mirada íntima y a la vez distanciada es capaz de captar. Así son los entrañables relatos de José.


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MI PASTOR - Por Mariano Quirós

Todo el mundo sabe -es cuestión nomás de reparar en la pinta que fue perfeccionando con el correr de los años- que Ceballos es como un pastor, un guía, un faro; pero también un pastor de los más atravesados, de los más periféricos y marginales, un pastor para quienes se mueven en el terreno inestable de la literatura. Referente ineludible de una posible literatura de provincias (¿hay algo más periférico?). Ceballos está entre los pastores que nos enseñaron a asumir aquella etiqueta como una trinchera y -más aun- a la literatura como una forma de estar en el mundo, con lo frustrante, con todo lo cruel y todo lo hermoso que la literatura reserva a sus fieles.

Buenavista, el territorio que Ceballos imaginó para nosotros, es un mundo endiablado. Como tantos terruños literarios, Buenavista no está hecha para débiles. Un pueblo en histórica decadencia, con ese rasgo destacándose siempre por en­cima de cualquier otro. Un pueblo en caí­da libre. Pero a su vez, un pueblo en­tregado a esa caída. Por eso mismo, un pueblo tan literario. Leo los cuentos de Ceballos y disfruto como un borracho con la crueldad de esa gente, con su sabiduría a contramano y con su aplomo tan parecido a la locura. Desde el primer fabulario de Buenavista, sa­be­mos que las cosas del mundo suceden en este pueblo. Puede ser que asimismo ocurra en cualquier otro lugar del mundo.
La diferencia es lo que hacen los habitantes de Buenavista con eso que les pasa, cómo leen, cómo interpretan el mundo. Siempre como una conspiración, siempre como una trampa, como si tuvieran que ir contra la lógica -la lógica que sea- para sentirse a gusto, o al menos para sentirse protegidos. Ceballos es de mis escritores favoritos tal vez porque crecí leyéndolo. Tal vez porque con él y con Van Bredam y con Molfino, aprendí -si es que al fin y al cabo algo se aprende- a cinturear para abrazarlo desde otro lado al resbaladizo mote de literatura de provincia.

Por suerte nos basta la literatura para llegar a “Buenavista Capital del Sexo” y enredarnos en la turba histérica de los inmunes, en los remilgos musicales del vecino Schubert, en la libido perturbadora de sus burdeles, en los flirteos desesperados de la viuda más codiciada, en las cenizas mal o bien distribuidas -según se mire- de sus muertos, en los chismes que desparrama una telefonista indiscreta, en el amargo benefactor de las comparsas del pueblo, en la guerra santa que se libra entre sus habitantes, en el rencor apocalíptico más que político que campea este suelo abandonado de la mano de Dios y apretado por la santa prosa de nuestro luminoso pastor Ceballos, la voz narrativa de nuestro pueblo.

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SOBRE "BUENAVISTA CAPITAL DEL SEXO" - Por Miguel Ángel Molfino

José Gabriel Ceballos -y su ya vasta y asombrosa obra- se viene erigiendo en uno de los más imaginativos creadores de la narrativa del Norte Argentino. Que sea mi amigo no pesa en estas palabras. Sí puedo decir que admiro ese mundo mítico que viene generando hace décadas. Como William Faulkner, iniciador de la tradición de fundar pueblos imaginarios; como Onetti y el propio García Márquez, José Gabriel retoma ciertos personajes e historias localizadas en un territorio imaginario, epicentro de su narrativa.

Sin el objetivo de buscar una novela, José Gabriel compuso una deliciosa cantidad de cuentos que paradojalmente terminan siendo leídos como capítulos de un corpus novelesco. En esta saga que construye alrededor de la población de Buenavista, con inusitada maestría trabaja todas las distancias narrativas. En este nuevo libro encontramos relatos, historias fugaces y rapidísimas que se cuentan en el interior de un texto y que se retoman y amplían en otros relatos. La pequeña gran soledad del pueblito alude también a las dichas y desdichas que crepusculan en las aldeas del interior correntino y chaqueño -porque es así, la misma realidad-.

Entre esas paredes, sobre sus modestas calles, Ceballos nos narra historias mínimas que resuenan con la melancólica dulce entonación de la música de Marcor. Pero, ojo, el irónico humor de José Gabriel coloca ese registro que amenaza con ser triste en una comedia humana por momentos desopilante. Otro detalle que añade más delicias a los textos de cada cuento: la pluma elegante, sutil, culterana de Ceballos desprende lujos en cada frase, en cada fragmento. Como pocos otros, José Gabriel me da la sensación de que escribe para entender qué es la literatura, cada renglón por él escrito se parece a esa expresión tozuda que muestra sus propias fotografías, el ceño de una búsqueda, de un enigma a resolver, el extrañamiento de crear nuevas realidades.

Avanzando en la urdimbre textual, me fue dado observar -diría Borges- esa cosa que acompaña como sombras blancas a los personajes; esa cosa de la que hablo -aventuro- parece pertenecer al orden de lo secreto, hablo de ese fragmento que la realidad oculta y que los personajes lo transmiten sin decirlo; se parece mucho a los chismes, hay algo no contado pero que cala de sentido el comentario. Ricardo Piglia habla de esto, lo llama sustracción de información, que supone la existencia de un espacio vacío, de no relato. Lo que llamaremos lo no narrado.

Pero, amigas y amigos, “Buenavista Capital del Sexo” es una fiesta para quienes amamos la buena literatura, o la única literatura. Cuentos como “Los inmunes”, ditirámbico y ocurrente informe sobre la peste; “Schubert”, un revival del legendario conservatorio Fracassi, “Un detective eficiente”, “Inusitada mixtura”, el descojonante “Buenavista Capital del Sexo”, “La telefonista y mi obra”, en fin… todo el libro es un concierto barroco donde el brillo de los contrapuntos produce una música inolvidable. Lo notable de Ceballos es el encantamiento que producen sus personajes. Hace unos días finalicé la lectura de sus cuentos y tengo todavía la sensación de que recorro las calles inusitadas de un pueblo de maravilla.



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