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QUINTAESENCIA



"Mariana" – Por Dalila Espinoza

El pesado hierro golpeó su cuerpo una y otra vez, ella supo que era su última noche, le pareció sentir la herrumbre del cuchillo a medio afilar entrando a su pecho, respiró por última vez. Innecesariamente los hombres continuaban apuñalándola, ella ya no pertenecía al mundo miserable de los vivos. Observaba toda la cruel escena como un doble, renegaba haber sido presa de esos tipos, si pudiera volver los ajusticiaría sin piedad.

Mientras estaba en ese estado, maldecía no haber hecho caso a su perra. Su compañera estaba inquieta ese día, pero Mariana ya cargaba toda su vida con la incapacidad de aceptar el dolor.

Vino de Córdoba a Formosa por una promesa de amor; las ilusiones eran más fuertes que su intuición. Era joven y quería aventurarse. Desde pequeña, sabía que algo inusual le pasaba, podía oír y entender a los otros, pero el lenguaje no se le presentaba como a los niños de su edad. Le decían “la muda” o la “sordomuda”, como si fueran sinónimos, hablaban de todo asumiendo que ella no escuchaba. Con el tiempo, todos empezaron a forjar su imaginario respecto a lo que era ella.

Cuando el amor se convirtió en dolor, Mariana dejó la casa que compartía con su pareja y tal como Diógenes, se dejó llevar por la soledad. Su única compañía era una perra que la siguió en la calle. Ambas se sentían almas gemelas y se negaban a las reglas o a vivir en un domicilio fijo.

Pasaban sus días recorriendo las desiertas calles de la ciudad, vivían de limosnas y la solidaridad de los vecinos.

Una estación de servicio abandonada se convirtió en el lugar que frecuentaban para dormir. Allí, dos linyeras compartían con ellas, aunque la perra nunca los quiso y Mariana tampoco. Sin embargo, una especie de quietud impedía que ella se vaya de ese lugar.

- Estoy podrida del porteño, es un calentón de mierda, un día de estos va a tener su merecido, explicaba en lenguaje de señas a su amiga Liliana.

A pesar del hogar que le ofrecía su amiga, ella insistía en volver al lugar que había elegido, le decía que ella y su perra eran libres. La verdad es que no quería ser una carga más en una casa donde el espacio era reducido y la plata escasa.

La noche de su muerte, la caña pura avivó los inmundos deseos por la carne de la mujer, dejaron a la perra afuera y decidieron que iban a disponer del cuerpo de Mariana. Los linyeras, intentaron violarla, pero ella se resistió, maldecía con los ojos, parecía que iban a estallar de la bronca, quería gritar y el cuerpo no le respondía. La golpearon una y otra vez con un hierro, la apuñalaron en el pecho con la rabia acumulada de escorias humanas.

Las zapatillas ensangrentadas del porteño dieron paso a la confesión del crimen. Mariana se desangró en una vieja oficina de la estación. Sobre un charco de sangre aún tibia, la perra se acostó, apoyó su hocico en sus manos y lamió con amor su rostro como lo hacía siempre.

DALILA ESPINOZA EN PRIMERA PERSONA

Nací el 27 de diciembre de 1987 en Formosa Capital. Desde el primer contacto con la lectura, descubrí mi gusto por el arte y los libros que encontraba en mi casa. Soy egresada del Centro Polivalente de Arte, donde me especialicé en danza clásica y contemporánea.

En el año 2017 me recibí de Profesora en Letras en la Universidad Nacional de Formosa y desde entonces me dediqué a trabajar en colegios secundarios de la provincia.

Formé parte del equipo técnico del Plan Nacional de Lectura y me desempeñé como redactora de la página Cultura Digital, donde aproveché las lecturas de mis estudios para intentar escribir desde diferentes perspectivas críticas.

Actualmente, curso un posgrado en Semiótica de la Lengua y la Literatura dependiente de la Universidad Nacional de Misiones. Además, soy conductora del ciclo “Entre Letras e Historias”, programa de la Biblioteca Cultural.

Desde fines del año pasado, me sumé a Clandestinas: espacio de promoción, valoración y difusión de la literatura escrita por mujeres en Formosa, donde comparto y aprendo de todas.

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"Catalina y el catalejo" - Por María Florencia Luján

“Fue cuando el cometa estuvo a punto de barrer la tierra con su cola de fuego. De allí solía arrancar. Él decía yvja-ratá, con lo que la intraductible expresión fuego-del-cielo designaba al cometa y aludía a las fuerzas cosmogónicas que lo habían desencadenado, a la idea de la destrucción del mundo, según el Génesis de los guaraníes”. Augusto Roa Bastos, “Hijo de Hombre”

En la noche del cometa no había nadie fuera, nadie más que Catalina. Ni siquiera una estrella adornaba el cielo negro de su jardín. Las luciérnagas parpadeaban entre las parraleras, mientras una polilla errante se golpeaba contra el cristal del ventanal. La pequeña Catalina sabía que sería la noche del cometa, aunque no sabía cuánto tiempo exactamente tendría que esperar para verlo. El kerosén de la lámpara caía en grandes gotones y el fuerte olor le provocaba comezón en la nariz. Aun así eso no fue suficiente para hacer que se rindiera. Era la noche del cometa, la noche en que por fin vería aquella línea de fuego en el cielo, de la cual muchas veces su abuelo le había hablado.

El pueblo, mientras tanto, era un alboroto. Todos se congregaron en la estación del tren emocionados y alzando cánticos que deseaban buenos augurios a los responsables de la misión. Catalina no entendía eso de las misiones de los adultos, por lo que poco y nada captó lo que su mamá le dijo antes de dejarla sola en el caserón.

– No me vayas que a salir mitacuñaí, que sé bien que te gusta cazar ranas con los Goiburú.

Pero como Catalina de casera tenía lo que de buena rezando el Salve, olvidó todos los recados y corrió directo hasta el gallinero, trepó por los horcones para llegar a lo más alto y se quedó junto al gallo dormido, con su catalejo verde y un puñado de maní. Permaneció quietita, en aquel silencio soñador, respirando apenas para no despertar al Karaí. Puso su ojo bueno en el catalejo y miró un largo rato, pero el aburrimiento le agarró desprevenida, hasta que por el cansancio los dos ojos se le terminaron por cerrar. Era la noche de la partida del convoy. El pueblo desprendía vida al ritmo del ¡Tierra y libertad!

El tren sonaba a la distancia y se mezclaba con los sueños de Catalina. Sin embargo lo que la despertó no fue aquella conmoción sino el estruendo de algo parecido a una explosión. En ese mismo instante la pequeña extendió su catalejo, moviendo sus piernas todavía adormecidas, mientras buscaba entre los postes del gallinero los rastros de aquella señal.

Una aureola naranja teñía ahora el cielo negro, y a la distancia, por el visor, pudo ver aquel hilito serpenteante que dibujaba un tren de fuego, casi fugaz.

MARÍA FLORENCIA LUJÁN EN PRIMERA PERSONA

Nací en Corrientes en 1995, crecí en Formosa y actualmente estoy cursando el Profesorado en Letras en la Universidad Nacional de Formosa. Mi primera experiencia con la literatura la tuve a los 16, en el colegio secundario. En el 2018, formé parte del “Taller de lectura y escritura creativa” del escritor y profesor Orlando Van Bredam, persona a quien admiro. En 2019, formé parte de la antología “Taller de Miércoles” y “Ecos Literarios: Nuevas Letras y Voces Formoseñas”. En el 2020, me sumé al proyecto “Clandestinas”, obra que se encuentra en vías de ser publicada, y en septiembre del mismo año gané el Concurso de Microrrelatos del Programa de Cultura del CFI, para la región NEA, con la obra “La sopa con bolitas”.



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