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Estado de zozobra



¿Puede haber buenas noticias educativas con escuelas cerradas y clases presenciales suspendidas durante meses? La respuesta es sí, las puede haber. Son buenas noticias, por ejemplo, los convenios firmados esta semana entre el Gobierno nacional y la Provincia para la consolidación de la política pública de ciencia y tecnología y para la edificación del Instituto Politécnico de Formosa, así como el acuerdo para la construcción de varias salas de jardines de infantes en capital e interior.

No alcanzan, sin embargo, los anuncios recientes para tapar la realidad educacional desoladora producto de la pandemia, que no es sólo formoseña, obviamente, sino que se extiende a lo largo y ancho del planeta, por más que haya países donde las restricciones escolares no han sido tan duras como en la Argentina.

Veamos el panorama desde el ángulo de las clases virtuales, a las que en mayor o menor medida debieron recurrir los distintos gobiernos. Según el Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF) y la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), unos 1.300 millones de niños de entre 3 y 17 años, es decir, dos terceras partes de los menores en edad escolar de todo el mundo, no tienen en su vivienda acceso a Internet, clave para poder seguir la educación a distancia ante el cierre de escuelas por el desastre sanitario.

El mismo informe conjunto revela una proporción similar en el rango de jóvenes de 15 a 24 años, ya que 759 millones de ellos, el 63 por ciento en el total, no disponen de conexión en el hogar. Las cifras se disparan en África, donde hay regiones con tasas de hasta el 95 por ciento, mientras que en Latinoamérica el promedio llega a casi el 50.

Estos datos evidencian, más que una “brecha”, un “precipicio digital” que impide a cientos de millones de niñas, niños y jóvenes no sólo conectarse en un momento dado, sino competir en la economía moderna.

Así como la extensa suspensión de clases presenciales le ha provocado una sangría de alumnos/as fenomenal al sistema educativo argentino en el último año, el “precipicio digital” perpetúa la desigualdad y le está costando el futuro a la próxima generación, especialmente cuando se trata de familias de zonas rurales o en situación vulnerable.

La conexión de las poblaciones campesinas sigue suponiendo un gran desafío mundial, como lo demuestra el hecho de que tres cuartas partes de los niños/as en áreas rurales no tienen acceso a Internet.

Prominentes sociólogos ya han advertido que los sacrificios que demanda hoy proteger del coronavirus la salud de padres, madres y abuelos/as tendrá, a corto plazo, consecuencias desastrosas sobre la juventud: aumento del desempleo y del empobrecimiento, entre otras.

Claro que la falta de conexión o de conocimientos digitales no es el único problema en vastos sectores de la población mundial. Muchas veces, tener conexión en el hogar no garantiza poder acceder a ella debido a las presiones y la angustia que genera la pandemia.

Como las vacunas en salud, las buenas noticias en materia educativa son recibidas como un paliativo, aunque dentro de un estado de zozobra generalizado imposible de disimular.



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