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Bolsas de gatos



La consuetudinaria incapacidad de la dirigencia argentina para llegar a acuerdos básicos es una de las causas más importantes -si no la más- del largo proceso de deterioro nacional.
Como si las internas en los dos principales agrupamientos políticos -Frente de Todos y Juntos por el Cambio- no fueran suficiente para confirmar lo afirmado, el tercero en disputa, el libertario y republicano Frente Vamos, que se había metido como una cuña en la grieta y se perfilaba como una opción interesante de cara a las próximas elecciones, murió a poco de nacer. Sus dirigentes tampoco fueron capaces de acordar lo mínimo indispensable para mantenerse unidos, y vuelven a dispersarse.

Se trataba, en este caso puntual, de una coalición de derecha; pero también la izquierda tiene graves problemas a la hora de tirar todos para el mismo lado. La atomización ha sido siempre su característica, junto con una pobre cosecha de votos en cada acto comicial.
¿Es posible seguir esperando en la Argentina consensos entre los distintos sectores políticos si cada uno es, internamente, una bolsa de gatos? La respuesta, mientras no se demuestre lo contario, es no.

Muchos dirigentes partidarios defienden este preocupante statu quo convencidos de que no se obtiene ningún beneficio sentándose a dialogar con el que piensa distinto. Además, los que llegan a lo más alto buscan primero concentrar poder y, luego, conservarlo.

Es un gran obstáculo que para nuestra cultura política resulte negativo abordar la posible resolución de un conflicto en una mesa de negociación donde todos los involucrados estén igualmente dispuestos a buscar un punto de convergencia. Un acuerdo entre las distintas opciones a mano.

Los famosos consensos, que tan buenos resultados dan en otros países, en el nuestro pocas veces han funcionado. El Diálogo Argentino de 2002 es una excepción; la regla, indica que hasta la reforma constitucional de 1994 fue un cóctel desordenado de propuestas (algunas convertidas en artículos nunca aplicados hasta ahora) mezclado a la sombra de un polémico Pacto de Olivos.

Tras dos olas de coronavirus, los protagonistas de la política argentina aun no han sido capaces de acordar una agenda de trabajo compartida que, por ejemplo, se haga cargo de pensar la pospandemia. En lugar de ello, oficialismo y oposición, a nivel nacional y también en Formosa, usan la esfera pública para lanzarse ácidas declaraciones cruzadas, cuyo objetivo no es buscar una solución para el tema alrededor del cual se organiza el discurso, sino reforzar la creencia de los adherentes a cada fuerza.

Por momentos, increíblemente, pareciera importarles más erosionar la credibilidad del otro que otra cosa. Este no-diálogo parte de la utilización política de dos cosas que pueden estar relacionadas, pero no son equivalentes: un sector se aferra a la ansiedad social por la reapertura de actividades; el otro, al miedo al coronavirus que siente parte de la población. Así, en vez de exponer ideas, azuzan emociones.

Por ese camino, se tardará más de lo conveniente en llegar a una “nueva normalidad” que satisfaga a toda la comunidad.



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