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“¡ARRIVEDERCI!” – GUILLERMO ANTONIO FERNÁNDEZ

Memorias de un nómade



Por Héctor Washington


Una mano agita el pañuelo desde el barco a punto de zarpar despidiendo a quien dejó en la costa. Y se dispone a echar raíces en una tierra lejana y desconocida donde habrá de comenzar quizá desde cero. La historia es repetida desde hace algunos siglos. Y ese periplo que emprenderon alguna vez sus mayores, tal vez de manera inconsciente, Guillermo Antonio Fernández lo recreó unas cuantas generaciones más adelante, cuando partió hace algunos años desde su Catamarca añorada a un paraje rural del Oeste formoseño, donde logró afincarse y convertirse en parte providencial del paisaje, de la tierra, de su gente, de sus alumnos de la Escuela Agrotécnica N° 9 de La Rinconada.

Desde allí además continúa su actividad literaria como escritor y también como investigador de las costumbres e historias de la comunidad que lo rodea desde hace unos 14 años en Ingeniero Juárez, localidad donde reside. “Creo que lo importante es tratar de dejar algo en nuestro paso por la vida, que no sea en vano, tenemos que dejar una huella para el mañana, no para sobresalir ni resaltar entre los demás sino para que realmente nuestro paso en la vida tenga un sentido”, confiesa sobre el legado que supone la escritura en una extensa charla con Cronopio.

Bajo el pseudónimo de Ignacio Martín Lui, editó numerosos libros desde 1998, y en 2019 logró una importante distinción en el 7° Certamen Literario 2019, por parte del Rotary Club de la ciudad de Flores, Capital Federal, entre más de 500 escritores de unos 13 países, con el cuento “¡Arrivederci!”, que le da nombre al libro que editara en 2020, cuyos cuentos están ambientados en la Ciudad de Buenos Aires, Catamarca y la provincia de Formosa y retratan los mitos, las leyendas y el costumbrismo rural a través de creencias populares, como los duendes, el lobizón y demás personajes del acervo cultural formoseño.

La presentación del libro se ve aún truncada debido a las condiciones actuales que traza la pandemia, por lo que ante estas circunstancias, Guillermo Fernández propone a través de este Suplemento la presentación simbólica de su trabajo, que contó con prólogo de la docente y escritora de la Universidad Nacional de Catamarca Vanina Reynoso, en virtud de que la obra fuera empleada como material de estudio en profesorados y escuelas secundarias de esa provincia. En tanto, el arte de tapa de “¡Arrivederci!” estuvo a cargo del artista plástico juarense Aurelio Ramoha, colega de la Escuela Agrotécnica de La Rinconada.

A lo largo de los años, el escritor fiambalense editó numerosas obras como “Cuentos nativos de ayer, de hoy, de siempre” (1998), “Cuentos de la Tierra Brava” (2009), “Cuando las raíces hablan” (2012), “Oíd Mortales” (2014), “Estrellas en el río” (2016) y “El aullido de la muerte” (2018), lo que le ha valido varios premios y reconocimientos, entre ellos el 1° Premio en el VIII Certamen Nacional de Literatura de la ciudad de Lobos, Buenos Aires; la Medalla de Plata en el XXIII Certamen Internacional de Narrativa y Medalla de Escritor Destacado en la edición bilingüe inglés-castellano, con Editorial De Los Cuatro Vientos, en Capital Federal, además de integrar muchas páginas de antologías a nivel nacional.

“Si paso y no dejo huella, ¿para qué paso?”, nos dice Guillermo Fernández, que nació un 17 de agosto de 1961 en Corrientes, pero que ha sabido, cual nómade, atravesar sus fronteras a lo largo de los años y recorrer la vasta Argentina, con la convicción del servicio a la Patria, el apostolado en la docencia y la palabra como parte del paisaje que lo circunda y lo completa.


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¿Qué lo trajo desde Fiambalá hasta La Rinconada hace ya unos 14 años?
- “Vine como docente, buscando un cambio. En Fiambalá era profesor en la carrera del Pro­fesorado en Lengua. Soy Profesor en Historia específicamente y cursé cuatro años de Len­gua y Literatura y Latín. Años antes, en Co­rrientes ejercí también la docencia. Yo conocí esta zona desde muy joven, era oficial de Gen­darmería y estuve en Pozo de Maza, en El Cho­rro, toda la zona de Ingeniero Juárez. Te estoy hablando de 1985 hasta 1988. Ejercía como Jefe de Secciones en esos lugares, lo que me permitió recorrer y conocer mucho las comunidades, tomar contacto con la gente. Sinceramente, me enamoró el monte. Será porque soy oriundo de Corrientes. Yo en realidad también nací en una zona rural, en Colo­nia Carolina, en cercanías de Goya. Mi papá era agricultor y, aunque después nos muda­mos a Buenos Aires, esa semillita siempre que­dó ahí. Y cuando vine a estos lugares, como me pasó también en Catamarca, realmente me cautivó. Me gusta la zona rural, trabajar con los chicos. Entonces me afinqué aquí para estar mis últimos años de ejercicio activo como do­cente y poder jubilarme. Y de paso, también seguir escribiendo libros, que es algo que ya venía haciendo”.


Si bien es oriundo de Corrientes, se afincó luego en Catamarca pero actualmente resi­de en Formosa. ¿Cómo lo enri­queció a través de los años este costado nómade desde lo cultural?
- “Confieso que fue todo un desafío, porque si bien resido en Fiambalá, después ya comen­cé a quedarme en esta zona y ejercer la do­cen­cia. También trabajé como colaborador con la Subsecretaría de la Cultura de la provincia y organizamos en su momento la primera Feria del Libro en Ingeniero Juárez. Todo ese tipo de cosas a mí me permitieron consustanciarme y aferrarme más a estos lugares, que siempre están presentes en mis escritos. Culturalmente, he tenido la suerte desde muy joven de reco­rrer varias partes del país como gendarme. Y uno empieza a ver el lado bueno. Por algo me inquietaba desde joven poder escribir, aunque eso me llevó bastante tiempo porque uno an­tes de largarse a escribir, tiene que preparar­se”.


Como escritor, ha editado numerosas obras que fueron reconocidas en certá­me­nes nacionales e incluso universidades. ¿Cuáles son los temas que más le inquieta abordar en su trabajo literario?
- “El primer librito lo publiqué en 1998 con una editorial de Buenos Aires, pero se lo presentó formalmente en Fiambalá, donde tengo mi familia. Aunque hoy en día estoy más tiempo acá desde hace muchos años. Sin embargo, uno siempre vuelve. Pero desde acá trato de nutrirme de todo lo folklórico, de cosechar todo tipo de vivencias, hablar con la gente de aquí de Juárez. Todas esas cosas me fueron marcando, más las historias, las leyendas, los mitos de las zonas, que me parece que tienen un bagaje cultural realmente impresionante. Yo trabajo desde el año 2007 en la Escuela Agrotécnica Provincial Número 9 que tiene asiento en La Rinconada o Sombrero Negro, un lugar cuya población en un 90% corresponde a la etnia Qom. Y con los años uno aprende a hablar, adquiere algunos giros lingüísticos propios de esa lengua. Eso me posibilitó acercarme más a ellos, valorar y apreciar otras realidades a veces muy diferentes de las de las grandes ciudades, sus tradiciones en cuanto a los usos y costumbres y sobre todo a la hombría de bien que caracteriza a la gente del interior. Siempre les digo a los jóvenes que rescaten su cultura, que la recreen, que tengan en cuenta que es como una plantita que hay que regar para que no se seque. La cultura creo que es la esencia de toda persona, de todo ser humano. Y también aglutinarla con el empuje que da el progreso, con las tecnologías, para modernizar las condiciones de la educación de las escuelas, pero sin descuidar las bases culturales”.


Con el cuento “¡Arriveder­ci!” ha traspasado fronteras y fue distinguido incluso en­tre escritores de otros continentes. ¿Qué importancia re­viste este tipo de distincio­nes en una comunidad que no suele tener los focos de atención para difundir su actividad cultural?
- “Yo soy un simple docente, no ejerzo un cargo directivo ni nada por el estilo. Tengo horas cátedra en una escuela rural enclavada en el monte, a pocos kilómetros del hermoso Pilcomayo. A mí me llena de satisfacción el hecho de poder plasmar las historias de fantasía. Y uno aprende a tomar elementos de la realidad de un lado, de otro, de personas… y termina armando una historia con sus elementos subjetivos, siempre respetando la identidad cultural de los relatos donde está ambientado. Lo que te dan las distinciones es cierto respeto. Pero en lo personal, yo no escribo para tener un premio o una distinción. Sí escribo para poder expresarme, porque para mí la escritura, la literatura, es un canal de expresión, es como una necesidad. Hubo épocas en que me consustanciaba tanto con un personaje, con un relato o con la historia, que me levantaba de madrugada a escribir o a corregir una frase. También a uno, con las distinciones, se le suma la responsabilidad de que no puede pu-blicar cualquier cosa, tiene que prepararse y ser cauto también a la hora de escribir. En mi caso, lo que escribo va a parar muchas veces a manos de adolescentes, de niños de escuelas primarias. Ahora algunos textos míos también los usan en la Universidad de Catamarca”.


“¡Arrivederci!” también le da nombre al libro donde retrata en doce textos los mi­tos, leyendas y el costumbrismo rural de su entorno... ¿Cómo fue gestando este trabajo?
- “‘¡Arrivederci!’ es el nombre del cuento con el que obtuve una distinción del Rotary Club en 2019 y también le da nombre al libro. Con el título quise hacer un tributo a mis raíces italianas por el lado materno. Fue un tributo a mi abuelo Antonio, que vino muy jovencito a América, y a través de él plasmar un tributo a todos los inmigrantes, no solamente italianos sino españoles, sirio-libaneses… Porque yo supongo lo que habrán sentido esas personas cuando dejaban todo para nunca más volver a su casa; dejar su tierra, sus raíces, su pertenencia, su lugar en el mundo. Porque en la posguerra era muy difícil todo, y se venían a un lugar completamente desconocido donde ni siquiera entendían la lengua. A través de ‘¡Arrivederci!’ quise hacer un reconocimiento a todos aquellos inmigrantes, muchos de los cuales venían con una papa en el bolsillo o escondían cebollas para poder alimentarse. Acá en Juárez mismo hay historias de inmigrantes que son dignas de destacar. El libro también incluye otros relatos que están ambientados en Formosa y Catamarca. Hay cuentos bastante cómicos ambientados en Ingeniero Juárez... mezclo la ironía, el terror y la alegría para variar un poco también la lectura. También quiero destacar el apoyo de mi señora, la profesora Mónica Navarrete. Ella es especialista en Lengua, jubilada, y me dio su apoyo aportándome un par de relatos también, para poder darles forma, y su ojo crítico. Así que este libro también es gracias a su aporte. También al artista plástico Aurelio Ramoha, un colega de la escuela agrotécnica que me di-señó el dibujo de tapa del libro. Yo no suelo escribir de antemano un libro, salvo que sea una novela. En el caso de los cuentos, los termino definiendo después como libro en sí, en función más o menos de lo que habla cada relato, lo que también va a determinar el perfil que uno le quiere dar al trabajo”.


La pandemia imposibilitó la presentación del libro, editado en 2020. ¿Cómo logramos acceder a sus textos?
- “Sí, la presentación de ‘¡Arrivederci!’ fue afectada por la pandemia. Viene de fines de 2020. Teníamos incluso previsto hacer la presentación con la Subsecretaría de Cultura en el Predio Ferial, pero las circunstancias no lo permitieron. No obstante, trataremos de hacerlo ni bien se pueda. Esta también es una ocasión magnífica en cierta forma para presentarlo a través del Suplemento. También estoy hablando con la editorial para poder hacer un tiraje para distribuir en Formosa capital”.


Sus investigaciones históricas acerca de la localidad de Ingeniero Juárez y su gente han tenido un gran reconocimiento también... ¿Cómo encrara ese trabajo paralelo a su rol como educador?
- “En Fiambalá había hecho ya investigaciones históricas, porque es un pueblo muy viejo y no había nada. Y me puse a escribir, cuando recién terminaba el Profesorado en Historia en Catamarca. Y siempre tuve la duda y leía la historia de Juárez ligada a la del ferrocarril. Entonces me dije: ‘No puede ser que Juárez haya nacido solamente con la llegada del ferrocarril’. Y hablé con habitantes que tienen más de 90 años y resulta que Juárez tenía una población y una historia más rica, porque ya había habitantes. No era un pueblo en sí pero los hermanos originarios siempre estuvieron en la zona: los Wichí, los Qom… sólo que eran pueblos nómades. Y había otros habitantes, como en el caso de los ganaderos que habían venido de Santiago del Estero, de Salta. Y también fueron viniendo después de Bolivia. Entonces caímos en la cuenta de que los primeros habitantes habían venido a la zona a fines de 1924. Y en base a un pedido del Concejo Deliberante hice una publicación con motivo de los 90 años de Ingeniero Juárez el año pasado y pude determinar que había dos corrientes: la corriente colonizadora del Norte, del ferrocarril, y la anterior, que era la del Sur, que venía de Santiago del Estero, de Salta… cruzando el Bermejo, la corriente ganadera. Esta publicación, que también integró el Suplemento Especial que publicó La Mañana, permitió el reconocimiento a pobladores y familiares de pobladores antiguos”.


¿Qué mayores desafíos plantea la actividad docente en su comunidad, más aun con las dificultades que trazó la pandemia, sin presencialidad y con las limitaciones de la zona para el desarrollo de clases remoto?
- “Sí, en cuanto a la actividad docente, estamos sin presencialidad. Hasta que no estemos vacunados la mayoría, seguramente esto no va a menguar los efectos de la pandemia, que son devastadores por donde se lo mire, para el alumno, el docente o la comunidad. Por otra parte, estamos trabajando con la escuela agrotécnica y la delegación en la elaboración de un cuadernillo -que ya lo hicimos el año pasado-. Son cuadernillos propios para que los alumnos tengan contenido particular en su realidad particular, para que puedan recibir educación como corresponde y no se sientan excluidos de la actividad educativa. Y en este sentido, si la literatura sirve como canal de acercamiento, bienvenido sea. También, ‘Corazón Primavera’ se llama una fábula que estamos transformando para la representarla con los alumnos de la escuela, cuyos personajes son animalitos de la zona: el yacaré, la calandria, el chajá, la iguana, el loro… La idea es que se pueda trabajar con los alumnos y de esa manera practicar la oralidad y la lectoescritura, que es tan necesaria para los chicos”.



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