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Por hablar de más



Un expresidente democrático de los argentinos/as decía que si un jefe de Estado “debe hablar todos los días, el país está perdido”. Intuía aquel hombre parco -para nada adepto a los medios- que las palabras tienen valor y, como la moneda, se deprecian si se abusa de ellas, o si se las utiliza de mala manera.

No obstante haber pasado más de medio siglo del injusto derrocamiento de don Arturo Illia, la Argentina sigue viviendo tiempos en que los relatos o los comentarios ocupan el lugar de la acción y se pierden frente a una realidad que va en otra dirección, reacia a someterse al imperio de los discursos.

Con mayor o menor énfasis, distintos mandatarios nacionales han caído en la tentación de hablar más de la cuenta en las últimas décadas, y pasaron papelones. Recordadas son, particularmente, desafortunadas expresiones orales de Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Adolfo Rodríguez Saa, Eduardo Duhalde, Cristina Fernández y Mauricio Macri, en distintas circunstancias pero mientras conducían los destinos de la Nación.

A la lista se sumó esta semana con entusiasmo propio de causas más nobles Alberto Fernández, quien, debe decirse, ya venía haciendo méritos para figurar entre los arriba nombrados. Aunque nadie esperaba que su contribución al sainete presidencial fuera tan alta.

Inesperadamente, frente al presidente del Gobierno de España, el titular del PEN, se despachó con un burdo desliz que ofendió, incluso, la diversidad del pueblo argentino. “Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros, los argentinos, llegamos en los barcos”, dijo muy suelto de cuerpo frente a un estupefacto Pedro Sánchez y luego de atribuir erróneamente la frase al premio Nobel de Literatura 1990, el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz.

Pero Fernández no le pifió sólo con el autor (son versos de Litto Nebbia de la composición “Llegamos de los barcos”, de 1982, que dice textualmente “los brasileños salen de la selva, / los mejicanos vienen de los indios / pero nosotros los argentinos / llegamos de los barcos”), sino que hizo una pésima elección de palabras para referirse a la alta inmigración europea que recibió nuestro país hace más de un siglo. Muy distinto habría caído su descripción si se hubiera ajustado al modo respetuoso de Paz, quien señaló algo parecido pero con otra altura y en clave de humor: “Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas, y los argentinos… de los barcos”. Los sustantivos “indios”, “brasileños” y “selva” no figuran en la reflexión del premio Cervantes 1981.

El ciclo de torpezas a nivel de la más alta magistratura argentina no se detiene y por momentos se vuelve un hazmerreír mundial. Como algunos de sus predecesores, AF se mete en problemas por hablar de más. No es que se lo malinterprete; dice cosas sin pensar y se ve obligado a desdecirse, a contradecirse o a explicar lo inexplicable.

El listado de exabruptos y sandeces presidenciales de los últimos años es interminable, con un resultado decepcionante: las palabras vienen siendo ampliamente derrotadas, mientras la realidad continúa irreductible.



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