Esta segunda ola provocada por el COVID-19, estimulada, impulsada y potenciada por grupos y sectores etarios de una sociedad algo más que indiferente, que trata con cierto desprecio a los mayores, margina a los enfermos y se olvida de los más vulnerables, exige a nosotros, los mayores, una mayor resiliencia, un aumento de nuestras propias capacidades para superar estas situaciones más que traumáticas, diría trágicas, cuando fallece un ser querido, cuando afecta nuestra vida de familia y nos aísla, rodeados del temor a pesar de los cuidados.
Una sociedad egoísta, agnóstica, rebelde y elusiva de la responsabilidad que le cabe por el incumplimiento de las medidas sanitarias, de los protocolos recomendados y que no creen en la información sobre contagios y decesos que se informan diariamente en todo el país.
Un especialista expresó hace muy poco que el problema no es sólo el aumento de contagios y las consecuentes muertes de pacientes, sino la falta de personal médico, que se contagia y también muere, especialmente terapistas que trabajan a destajo para intentar salvar vidas, a veces de esas mismas personas que provocaron conscientemente contagios a partir de actitudes que desde lo institucional deben sancionarse y desde la sociedad civil condenarse enérgicamente.
Las PyMEs estamos enfrentando también una crisis sanitaria, además de la consabida crisis económica que afecta a casi todo el país, especialmente a las regiones periféricas más deprimidas. El plantel de trabajadores se contagia y no tenemos reemplazos, por lo cual tenemos que disminuir el ritmo de la actividad y en algunos casos cerrar puertas. Tenemos una doble responsabilidad: mantener activo el servicio de provisión de elementos esenciales para la población (alimentos, medicamentos, elementos de higiene, etc.) y cuidar a nuestra gente.
Somos conscientes del rol que nos toca, a pesar de la mala situación económica que padecemos. A la caída de las ventas se suman el pago de servicios, aumentos de costos logísticos y salariales, falta de crédito de proveedores y una presión tributaria que nos asfixia, nos ahoga y no nos deja margen para crecer. Encima, con un criterio inentendible, no razonable y fuera de toda lógica, se pretende que se abone una doble indemnización en caso de despedir a un personal, sin atender razones de fuerza mayor, de reducción dramática en los niveles de venta que a veces, en muchas PyMEs obligan a cerrar las puertas.
No podemos seguir en este camino porque ya dejamos girones de nuestro cuerpo en cada recodo del camino. Si durante el Gobierno anterior cerraron más 20.000 PyMEs y se perdieron 190.000 puestos de trabajo (según diversas fuentes), especialmente PyMEs industriales, la pandemia acentuó la caída y complejizó la recuperación, que, no obstante, poco a poco se está notando en las regiones más industrializadas del país. El Gobierno nacional apuesta a un crecimiento del 7% del PBI, partiendo de la caída de casi el 12% del 2020. Queda para nuestras regiones la esperanza de alguna gota de un “derrame” de esa recuperación.
Necesitamos una mesa de consenso, de encuentro entre los diversos sectores, analizar la realidad sectorial en forma permanente, creando una mesa de enlace que coordine y proponga las medidas que allí se proyecten. Hay un cambio de paradigma, por supuesto, pero tiene que haber también un cambio de actitudes, porque nadie sale solo de este Laberinto del Minotauro, porque no vamos a tener ni el hilo de oro Teseo.