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"Entre Cronopios" - Decimotercer Encuentro



ELIANA PÉREZ

Profesora en Letras recibida de la UNaF, trabaja en un colegio de Formosa capital y se desempeña como correctora en el diario La Mañana. Nació en Formosa Capital un 5 de julio de 1993, tiene 27 años y un hijo de 10.

Disfruta de la lectura y escritura de textos narrativos sobre todo, y la publicación de sus cuentos comenzó hace no mucho, siendo la primera en el año 2019 en la antología “Taller de Miércoles”, una antología de 14 autores formoseños que se originó a partir de un taller organizado por Orlando Van Bredam, y también en la “Antología Ecos Literarios, nuevas voces y letras formoseñas”.

Es una de las coordinadoras del Ciclo Cultural Clandestinas, junto con Natalia Cacere y Daiana Rivarola, espacio que nació en el 2020 y está conformado por un grupo de mujeres escritoras y artistas en general, con el fin de dar voz y reconocimiento a las mujeres escritoras formoseñas, y por el cual, con el fin de difundir y valorizar nuestra literatura, participan en diferentes espacios como la Feria del Libro 2020, el Festival Iberoamericano de la Palabra 2020, y organizan ciclos de lectura, como el que se viene ahora en marzo con motivo del Mes de la Mujer, donde se invita a la comunidad en general a compartir textos que se refieran a luchas por la igualdad de género. Próximamente está prevista la publicación de un libro denominado Clandestinas, que incluirá a todas las integrantes del ciclo.

La siesta

No era la noche la que daba miedo, sino el día. A pesar de ver claramente, existía un temor inexplicable del que no podía hablarse, pero todos sabían.

En Fortín Verde, las siestas siempre fueron sagradas y tediosamente calurosas. En la zona se creó un pacto tal, que en ese momento del día los pájaros no cantan y los perros no tienen permitido ladrar, por lo que duermen bajo la sombra. Los únicos que desean salir por esas horas son los niños, aún inocentes, que son castigados por sus padres hasta que dejan de pedirlo. Si insisten y logran desobedecer, la siesta se los lleva para siempre por revoltosos. Al menos eso cuentan todos en el pueblo.

Dormir, estar en las casas o resguardarse bajo los árboles sin molestar a humano, animal o ser cualquiera es lo más sano para la salud física, psíquica y espiritual del habitante o visitante de Fortín Verde. Lo desconocido, sin embargo, no siempre genera miedo. Por eso, muchos jóvenes no terminan de entender la razón de las tradiciones y nunca falta la desobediencia que lleva a la aventura; esa que trae ideas nuevas, avances, descubrimientos o muertes prematuras.

Ahí vivía Mabel, en un tiempo no muy lejano, mucho antes de que ir a la escuela fuera obligatorio y en que las jovencitas debían quedarse en sus casas a limpiar y esperar marido. Esa ocasión, un terrible día de enero, le pareció buena idea fingir estar enferma para poder levantarse más tarde. Pero no salió como esperaba, porque cerca del mediodía, y notando sus padres que andaba perfectamente, le negaron el derecho a la siesta e hicieron que vaya a buscar el agua para el día a esa hora como castigo. Algo cruel para una adolescente. Era eso, o morir deshidratados; todavía no existían las conexiones sanitarias, no había canillas más que en algunos lugares del centro, por lo que era primordial ir todos los días a buscar agua al río, riacho, o de algunas lagunas que se formaban en los barrios.

Aunque tenía miedo, Mabel salió obligada con un balde que parecía más grande que ella, un crucifijo y fue bendecida por la madre antes de salir. No había ruego que valga. Lo subió todo a una carretilla y lo llevó tratando de no hacer mucho ruido en el camino.

El óxido viejo de la rueda era agobiante, cada paso era una tortura, no por el esfuerzo de empujar, sino por el miedo de molestar a alguien. Ella sabía que no se debe llamar la atención a esa hora. Aunque no silbara ni matara pájaros, hacer ruidos fuertes cerca de las casas de los vecinos era un llamado al mismísimo diablo. No es amable despertar al barrio de la siesta, y no es bueno lo que se recibe en ese caso. Sobre todo, de las señoras que se levantaban a las 5 de la mañana para hacer los quehaceres y trataban de dormir para calmar el calor y el cansancio. Monstruos, si los habrá a esa hora, que no deben ser despertados.

Esa era la vida que había aprendido. Sus padres eran de Europa, se quejaban en italiano y agradecían en español. Ella, con 16 años, piel tostada por el sol, ojos grandes y negros, llevaba un pañuelo en la cabeza que dejaba ver unos pocos rizos marrones de los que caían gota a gota de transpiración, como si se hubiera echado agua antes de salir. Tenía un vestido ligero hasta los tobillos y usaba unas sandalias que poco la salvaban de la tierra caliente. Todo el tiempo secaba el sudor de su rostro y suspiraba, mientras arrastraba la carretilla por el camino al riacho, desde el que se podía ver algunas casitas cada tanto. De barro, de chapa, algunas con ladrillos. Por suerte también había árboles alrededor que servían de sombra, y con algún mango o guapoó que se dejaba comer. Para no aburrirse, contaba la cantidad de hornos de barro y corrales de gallina en cada casa, a ver cuál usaba más la gente. Le gustaban las matemáticas, pero no la dejaban ir a la escuela; con segundo grado era suficiente. Anduvo tranquila a pesar del miedo. El silencio delataba mucho, pero el viento estaba fuerte y su silbido calma a las bestias.

Poco antes de llegar, agotada y sedienta, lamentándose de no haberse levantado temprano para hacerlo antes, se cruzó con un cisne que se acicalaba en medio del camino sin intenciones de moverse. Era raro que estuviera ahí, y no nadando o reposando en alguna costa. Se preparó para correr o defenderse, por si intentaba picotearla -o por si era algún ser disfrazado-; los cisnes son hermosos, pero nada amigables, pero no, quien sabe por qué, el ave seguía parada ahí, mirándola con indiferencia.

La belleza del animal terminó cautivándola, y se animó a mirarlo un rato más. A pesar del miedo y del calor, se sentía segura cerca de un animal tan distinguido. El cisne le llegaba casi a los hombros, tenía el plumaje blanco, un poco sucio por la tierra que llevaba el viento y posaba como si supiera de su belleza.

Mabel no entendía cómo era posible que un animal tan adornado pueda soportar el sol ardiente por tanto tiempo, sobre todo estando fuera del agua. Ella no toleraba el calor, lo soportaba porque no tenía opción. Vivir en un lugar como ese te acostumbra a tolerar lo intolerable, a callar para no alterar ni ser alterado, a sobrevivir con poco, a hacer las cosas con lentitud. Así nomá’e, pensaba ella, así es la cosa y no se puede cambiar, hay que aguantarla.

El cisne no daba muestras de incomodidad. Cuando vio a la joven parada frente a él, solamente movió sus alas para que notara su eminencia y emitió un suave chillido. No parecía interesarse en alejarla de él. Levantaba las patas constantemente por el calor del suelo, pero se quedaba en el mismo lugar. El sí puede escapar del calor, pensaba ella, y tampoco lo hace.

Imaginó que podía tener hambre, y tiró cerca de sus patas un resto de mango que guardaba en la carretilla. Él comió, pero su confianza no daba a tanto, porque cuando ella se intentó acercar, voló rápidamente y con ello terminó el entretenimiento. De todas formas, ella tenía que continuar con su trabajo. Fue junto al riacho, cargó el agua y caminó algunos kilómetros hasta su casa. No hubo insolación ese día, por suerte.

A su vuelta, no dejó de pensar en aquel cisne que se encontraba peligrosamente fuera del agua. Sentía lastima y curiosidad por el animal. Esperaba volver al día siguiente y encontrarlo nadando. No podía ser que un ave fuera tan imprudente. Mientras caminaba, contaba casa por casa: 10, 11…, la gente empezaba a levantarse. En una vereda, un hombre estaba sentado junto a una niña que comía una sandía; más allá, un joven tomando tereré y mirando a la nada, y al parecer, algunos hombres habían vuelto a la construcción en una casa más al fondo. El resto del barrio, aun sin vida. Seguramente, eran cerca de las 4 de la tarde.

Al llegar, esperó a que todos se levantaran a tomar el mate cocido y aprovechó para preguntarle a su mamá si ver cisnes significaba alguna cosa, y ella, supersticiosa, le contestó que los cisnes son aves puras que simbolizan el amor y la sabiduría. Que quizás intentaba decirle que en poco tiempo encontraría un amor duradero, o que tenía que empezar a madurar, para distinguir lo bueno de lo malo.

La joven quedó entusiasmada con la predicción y al día siguiente volvió al lugar para ver si el ave había vuelto. Lamentablemente, así fue. El cisne, sin importar la lejanía con el agua, seguía parado en el mismo lugar. No había forma de moverlo, estaba empecinado con permanecer ahí.

No pasó mucho hasta que el cisne cayó al suelo como un almohadón de plumas gigante lanzado contra el polvo. Quedó tendido con los ojos abiertos, sin siquiera poder mover sus grandes patas. Mabel corrió hacia él, asustada, y lo alzó a la carretilla para llevarlo al agua. Por el apuro, tropezó con unas piedras y cayó entre arbustos espinosos. El dolor y la impresión la desmayaron por un momento. Cuando abrió los ojos, pudo ver cómo el ave se acercaba a ella y se acostaba a su lado. Los ojos de este cisne eran muy curiosos, tan pequeños, pero acompañados un gran pico de rojo sangre que resaltaba entre las plumas blancas. Fue la primera vez que lo vio abrir tanto el pico, y la primera que escuchó un canto tan hermoso como el que salió de su ser desvalido.

Mientras lloraba a sus pies, y a pesar de los raspones y cortaduras, Mabel se levantó con intenciones de enterrarlo lejos del agua, para que nadie lo descubra. Cuando llevaba en su carretilla el cuerpo del cisne, arrastrando una de sus piernas, un fuerte olor a osamenta la atrajo hacia un costado, y vio, tras unos arbustos, huesos de otro cisne que llevaba unos días, con una mordida en el cuello. ¿Era por ella?, pensó.

Antes de seguir, cortó un trozo de vestido y se lo ató a la pierna que más dolía, para moverla mejor. Enterró ambos cuerpos al costado del camino, mucho antes de llegar al riacho, donde pudiera llorarlos. Como marca para el lugar, dobló ligeramente y unió unas ramas en forma de cruz para que se vieran como un cisne que abre sus alas, tal como debieron hacerlo en un inicio. En su cabeza, no paraba de retumbar el sonido del cisne cantando y lamentó no habérselo llevado antes.

Terminó el trabajo y se sentó frente a ellos en silencio unos minutos. Dejó el lugar, volvió al riacho a cargar el agua y tomó nuevamente el camino a casa. A su vuelta, comenzó a silbar el canto. Los monstruos se despertaron, voces furiosas e insultantes reclamaban respeto, los niños comenzaron a temblar de miedo y se escuchaba como un montón de piedritas caían cerca de ella. La siesta exigía cobrarse una nueva víctima.

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Primeras impresiones

La primera vez en aquel lugar fue inusual para todos. El barco al fin había llegado a destino y decidieron armar sus carpas sobre la ribera del rio para pasar la noche. Todo respetaba el plan establecido y los colonos comenzaron a sentirse seguros de que llegaron al lugar correcto. Llevaban semanas tratando de convencerlos.

Debido a las grandes esperanzas puestas en aquel viaje, nadie pudo siquiera imaginar que, mientras se ocultara el sol, la situación se pusiera cual escena de terror. Todo comenzó con pequeñas quejas que se fueron exagerando con el pasar de las horas.

Uno de los colonos dijo sentir unas manos que acariciaban sus hombros y luego lo rasguñaban; otro dijo que pateó algunos seres pequeños que intentaban lastimarlo. Una madre salió corriendo con su hijo en brazos rogando ayuda, lanzando alaridos acerca de que su hijo estaba teniendo un inicio de viruela. La gran mayoría, asustados, mostraban heridas sangrantes que brotaban de todo su cuerpo.

No paso mucho hasta que comenzaran a desvariar diciendo que el área estaba embrujada y que se trataba todo de un mal augurio que pesaba sobre sus cabezas por desembarcar en aquella región salvaje. Fue la peor noche de sus vidas. Cada vez se rascaban más locos, pensando que habían pescado algún tipo de peste o que algún ser maligno jugaba con ellos. Rezaron como nunca antes y ni siquiera pudieron dormir de llantos, picazón, dolor, lamentos y maldiciones.

Al amanecer, un soldado se acercó a las carpas y se rió a carcajadas al encontrarse con la pintoresca escena. Les dijo que solamente habían descubierto al mosquito y la viudita, abundante por esa zona, sobre todo en la costa del rio.

No causó tanta gracia cuando, meses después, ese soldado había muerto de paludismo. Para algunos, la idea de la maldición se habría confirmado con ello. Los demonios no andan con rodeos.

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FEDERICO PRINCICH

Escritor, ensayista y poeta formoseño, nacido en Gran Guardia, Provincia de Formosa. Coordinador del Taller de Iniciación Literaria de la Asociación Italiana de la Ciudad de Formosa y compilador de la antología “Coctel de Letras 2017” y “Cuentos de Taller 2018”, con poemas, cuentos y relatos del Taller Literario de la Asociación Italiana de Formosa. Publicó “La Gran Guardia General Paz” (ensayo), “Crónicas Granguardinas” (novela corta) y “De 8 a 18” (cuentos y relatos), libros con los que logró numerosas distinciones. Participó además en numerosas antologías, como “La Vida Fértil”, “Cuentos Obstinados”, “Ecos Literarios” y “Taller de Miércoles”. Se encuentra preparando otros títulos, como:

“Sin filtro”, poemas de temática existencialista

“Casimiro Piedrabuena”, novela corta.

“Los Tocayos”, relatos de temática granguardina.

“El descafilado”, novela distópica.

Luces y sombras

Pocas cosas simples resultan tan enigmáticas como las sombras. Hablo de las sombras en sentido literal, no del metafórico significado que le solemos atribuir a nuestras oscuridades del alma. Sombras. Esa región donde la luz, obstaculizada por un objeto opaco, no llega con su claridad y provoca un oscurecimiento del espacio que se proyecta en cualquier dirección según la posición de la fuente luminosa.

Como es fácil de colegir para cualquiera, la sombra es una enorme fuente de todo tipo de especulaciones leguleyas.

Desde chico juego a ganarle a mi sombra en cualquiera de los muchos juegos secretos a los que juegan los humanos: A quien llega primero a la esquina, a quien sigue derecho en un recodo del camino… esas cosas.

No debe haber actividad más utópica y estúpida que intentar ser más rápido que la sombra propia.

Pero si Lucky Luke podía, yo también podría.

Esa era mi lógica. Bah, sigue siendo, pero ya más cargado de años comienzo a reconocer que la imaginación de Jean Léturgie, editor de aquella recordada revista es infinitamente más generosa que la mía.

Siempre sentí una curiosidad indecible por su naturaleza bidimensional. Una fina película de algo, por más fina que sea, será siempre tridimensional, pero una sombra…

Cuesta entender que una sombra es el único ente de solo dos dimensiones que conocemos y en la categoría de sombras también incluyo a los reflejos, como los de los espejos, por ejemplo.

Las imágenes reflejadas en los espejos, si bien se miran, técnicamente no son mucho más que sombras, acaso con la particularidad de poder ver en ellos también nuestras propias sombras y con ciertos matices de colores que las sombras nos ahorran en su escala de grises de pixelado diverso.

Ver la sombra de una sombra enfatiza esta hipérbole y nos sumerge en una especie de paradoja que es por donde el pensador aficionado comienza a transitar la fascinación borgeana por el infinito y la eternidad, en la que los espejos juegan un rol especial ya que el viejo Jorge Luis les atribuyo el mágico poder de ser la puerta de acceso a otras dimensiones de este universo o acaso a otros universos.

El hecho de saberme acompañado de un fenómeno único y extraordinario y en forma permanente me dio tela para pensar y tratarla de manera diferente y acaso eso haya marcado para siempre las características de nuestro vínculo.

Tuve y tengo buen dialogo con ella, con mi sombra, digo.

Hemos platicado largamente acerca de la complejidad de las miserias del hombre, hemos llorado amores imposibles y recorrido lugares asombrándonos de las maravillas del mundo.

Algunas veces la mojé con lágrimas y otras la pisé bailando chacareras en el polvaredal de un patio de tierra. La vi crecer con la tarde a mis espaldas y empequeñecerse hasta cobijarse bajo mis zapatos en alguna siesta de sol rabioso achicharrando bichos y plantas.

Una vez nos peleamos.

No sé cómo hizo, pero se fue por su cuenta, se diluyó en la noche y no pude ver su fuga.

Supe después, por los dichos de amigos, que aquella madrugada anduvo de peña en peña, bebiendo unos vinos dudosos, sola y en silencio. Me dijeron que ni se acercó a otras sombras conocidas, que obviamente la miraron extrañadas y comentaron a sus espaldas.

Nada grave.

Cosas de sombras mal educadas nomás.

El reencuentro fue casi normal: Atareado con mis cuitas cotidianas ni la vi llegar. La sentí un poco lerda, tal vez por la resaca, y acaso eso me hizo percatar de su regreso.

En otra ocasión se le ocurrió contradecirme.

Esperaba que hubiera un lugar bien iluminado y allí desafiaba toda lógica sombruna.

Si yo movía mi brazo derecho, ella levantaba el izquierdo; arrogante, alargada, con la camisa desabotonada, un sombrero requintado que yo llevaba en la mano y ella en la cabeza, anduvimos varias cuadras con el sol a nuestras espaldas, hasta que doblé en una esquina. El cambio de perspectiva no la favoreció, pero siguió provocando, tanto que a mis pasos normales y corrientes ella respondía con pasos payasos, vacilantes, o a saltos flexionados y otras contorsiones diversas.

No logré entender su rebeldía. Le atribuí a un cordial de baja estofa que había estado ingiriendo en compañía de unos amigos de la infancia, pero tampoco estoy muy seguro.

En otra oportunidad se lio en pendencia con un perro que la tuvo a mal traer más de una cuadra. El pinche cusco cursiento se empeñó en ladrarle, gruñirle y hasta salpicarla en una de esas maniobras que tienen los canes para delimitar territorio. Yo me hice el desentendido durante todo el episodio. Solo alcance a ver, casi al final de la disputa, que ella se llevaba el dedo a la sien y hacía gestos claramente entendibles como demencia mientras con la otra mano señalaba al levantisco perrillo que con el pelo parado retornaba a sus dominios.

Yo no puedo decir qué edad tiene.

Sé que me acompaña desde que he nacido, pero de a ratos se me ocurre que ya era usada cuando nos conocimos.

No tanto por la apariencia, sino por su sabiduría, infinitamente superior a la mía, partiendo de ese su consuetudinario silencio con el que suele responder casi cualquier pregunta.

Una vez le demandé, en ese lenguaje entre tristón y nostálgico que solemos usar para hablar con ellas y ella me dio a entender que venía desde el fondo de los tiempos, que se alimentaba exclusivamente de luz y que el día que yo me muera se buscaría otra persona a la que acompañar.

Creí entender un juramento de eterna lealtad, pero me dejó desorientado. Me dijo que, aunque a veces no nos entendiéramos, ella jamás me abandonaría, que mientras le consiga un mínimo rayito, allí estaría, pero casi en susurrando también me dijo que no confiara demasiado y me citó como ejemplo no sé qué silogismos de manos y sombras chinas en las que los conejos eran dedos y cosas así.

Otra vuelta, tal vez inspirado por Alelí, de Heredia y un tequila manso, quise saber que debía hacer para cuidarla, para mantenerla o mejorar su aspecto. Su respuesta fue un uppercut: Si quieres verme bien, cuídate. Si quieres verme feliz, se feliz.

Ese día quise abrazarla.

Fue cuando me comenzaron a llamar “El Loco”

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Contradicciones

Porque tengo fe,

no creo en las religiones.

Porque evolucioné,

no creo en las revoluciones.

Porque me gané mi paz,

no creo en las guerras.

Porque muero cada día,

no creo en vidas eternas.

Porque hay hombres

esencialmente malos,

poco creo en la sociedad,

que es su contructo.

Porque hay hombres

esencialmente buenos,

creo en la solidaridad,

que es su conducto.

Porque hay muchos dioses,

no alabo a ninguno.

Porque Dios está

en todas las cosas,

creo solo en uno.

Porque creo en el amor,

vivo solo, sin dilatorios.

En fin, soy humano.

Soy contradictorio.

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PATRICIA CAPDEVILA

Nació en la localidad de Clorinda en 1976, mientras en ese año el país atravesaba crímenes de lesa humanidad, un año histórico que no se puede olvidar. Creció en una familia humilde de padres separados, lo que marcó su infancia; cursó en Clorinda la Primaria y Secundaria y se mudó a la capital. Escribe desde muy pequeña y editó su libro “El amor, la base de todo”.

El amor, la base de todo (Fragmento)

Amor… ¿Qué es?

El concepto de amor es muy amplio, pero podría atribuirlo al sentimiento hacia algo o alguien. Podríamos decir que se le atribuye a quien sólo le deseamos cosas buenas. Algunos hablan de amor de labios para afuera; pero no alcanza porque no lo aplican a la vida cotidiana. Muchos satisfactoriamente se identifican con lo opuesto… El amor con todas sus letras y en todos sus alcances. Para mí, es tolerancia, respeto, confianza, libertad, comprensión sin exigencias o reclamos.

Te propongo que inicies un camino de introspección y revises si el amor que estás viviendo es el verdadero o simplemente estás involucrado en relaciones para llenar algunos vacíos para no sentirte solo o sola. Si tu situación es similar a esta última, no te culpes, sólo es por la gran necesidad que tenemos de ser amados, ser valiosos para alguien hasta que algunos se hacen dependientes sin ser felices alejándose más aún del amor.

A lo largo de mi vida tuve varios fracasos amorosos, varias formas de amar en mi entorno: familia, amigos, parejas, hasta inclusive, el amor a las mascotas. Te preguntaste alguna vez si amas permitiendo la libertad del otro. En mi caso, como todo fracaso o pérdida era el resultado del sufrimiento, todo me dolía bastante.

Esta fue la razón por la cual empecé a analizar las causas que me perjudicaban tanto. Me di cuenta de que el motivo de tantos fracasos era que buscaba el amor afuera, en los demás. Trataba de justificar lo buena que fui para hallar a los culpables que tanto daño me causaban; pero un día reconocí mi culpa, salí del papel de víctima y comprendí que sólo yo puedo amarme de tal manera que no necesité estar en o a la espera de ningún otro amor.

Sólo nosotros somos capaces de amarnos y darnos mucho amor que nadie más nos puede dar, sólo así podemos amar a otros. El amor empieza por mí.

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A mi ciudad natal

Hace años me alejé, pero hoy con añoranzas sólo pienso en regresar a ese pueblito humilde, con unos pocos paisajes y un calor sofocante que estará presto a abrazarte.

El intenso sol te dará la bienvenida y, sin pedirte nada a cambio, la gente siempre cordial tratará de brindarte amabilidad.

Después de haber recorrido grandes ciudades, supe que fue el destino quien me alejó de vos, para valorar tu silencio y la tranquilidad que mantienes en tu interior.

Aquí en la gran ciudad amanece y oscurece sin que nadie los note pasar y nadie contempla las estrellas porque todo es tan fugaz y sin importancia transcurre un día más.

Las personas no se saludan ni te miran al pasar y todo es tan monótono, porque aquí es muy normal; al cerrar los ojos por las noches miles de sonidos se hacen notar y extraño tu silencio y tu cielo estrellado que más de una noche me mantuvo desvelado.

Cada día que pasa en la gran ciudad, siento que es tiempo de regresar a mi hermosa ciudad de callecitas angostas y jardines floridos que de brazos extendidos esperándome está.



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