No ha sido un año feliz, el último, para quienes tienen la posibilidad de disfrutar de unos días de vacaciones cada tanto. Las cuarentenas, el cierre de fronteras, la suspensión de servicios de transporte terrestre, aéreo y fluvial, sumado a los temores por la pandemia de coronavirus derivaron en la cancelación o postergación de muchos viajes y planes vacacionales.
Si bien últimamente algo se reactivó, el turismo tradicional encuentra todavía grandes obstáculos para recuperar su forma, en parte por algunas restricciones, en parte por la decisión de muchos viajeros/as de suspender sus salidas ante la incertidumbre sanitaria.
No es novedad la crisis mundial que desató el COVID-19. Pero el planeta atraviesa otros procesos devastadores, como la extinción de especies y el daño irreparable a recursos naturales que el ser humano necesita imperiosamente para su supervivencia.
Ya hace tiempo se perdió el vínculo sano con la madre Tierra. Muchos pueblos se han olvidado de que todos los insumos básicos que necesitan los provee la naturaleza: los alimentos, el agua, el aire, además de todos aquellos servicios indispensables para los procesos productivos.
El toque de queda por los actuales riesgos sanitarios en distintos países, la amenaza de enfermar, la desesperada pelea por las vacunas, la decisión de las autoridades provinciales de suspender por ahora las clases presenciales en Formosa y Clorinda, ponen de manifiesto la vulnerabilidad del ser humano, que de a poco pareciera ir tomando conciencia de sus necesidades más básicas: alimentación, salud, bienestar emocional y espiritual, y también, a no olvidarlo, socialización.
Lejos del hacinamiento urbano y de los factores de riesgo que ocasionaron el proceso de “hibernación” de la humanidad, es esperable que muchas más personas empiecen a disfrutar de la naturaleza una vez que la pandemia -ojalá- esté controlada. Porque tierra adentro se encuentran los lugares más seguros para estar.
Distintos estudios vinculan el contacto de las personas con la naturaleza con innumerables beneficios, tales como los impactos positivos sobre la salud mental y física y el bienestar emocional. La naturaleza, frente al COVID-19, nuevamente ofrece una oportunidad.
A medida que la calma y la confianza crezcan, el turismo, en especial el segmento denominado ecoturismo, debería ser la gran industria forjadora de esperanzas en la debilitada economía mundial.
Formosa en particular tiene casi todos los ingredientes para ser un verdadero destino ecoturístico. Los recursos naturales y paisajísticos de nuestro territorio, convenientemente explotados en sociedad por los sectores público y privado -cosa que no ha ocurrido aún- son atractivos potables, tanto para el mercado interno como para los viajeros internacionales.
En la pospandemia, las áreas naturales de todo el planeta serán revaloradas como espacios que invitan a experiencias saludables, al disfrute y al aprendizaje. Formosa debería prepararse para abordar ese tren con una oferta digna de turismo de naturaleza que no descuide sus preciados recursos.