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Otra vez el tránsito



Con el odioso ilegal agregado de piquetes que van y vienen en los accesos Sur y Norte, el tránsito vehicular en Formosa volvió a ser el de antes. Basta pegarse una vuelta por el centro o recorrer las principales avenidas para palpar el renovado desorden en el tráfico capitalino.

El problema recobró cada una de sus viejas facetas: el exceso de velocidad de camiones en la Circunvalación; la violación de semáforos en rojo; los giros prohibidos; la falta de conciencia de los peatones al cruzar la calzada. Todo, agravado por la proliferación de ciclistas que deambulan sin rumbo fijo o salen a la ruta sin medir riesgos.

Todo hace presagiar que este intrincado panorama se agravará la semana entrante, cuando comiencen las clases presenciales en escuelas ubicadas dentro del radio comprendido entre las cuatro avenidas; esto es, el centro urbano.

Moderar al máximo el ingreso de automóviles particulares al microcentro no es un desafío sólo de Formosa. Ciudades grandes y medianas de todo el país tratan por distintos medios de frenar el colapso que produce este fenómeno en horas pico, no sin ensayos fallidos a lo largo de las últimas décadas.

Por ahí hasta parece no haber fórmula que prospere en el intento de descongestionar el tránsito y de poner a los ciudadanos/as a salvo de los ruidos de los motores y la consecuente contaminación del medio ambiente.

Cierto es que los automovilistas, en general, poco colaboran para que el desmadre no siga su curso, reincidiendo una y otra vez en malas conductas, aun ante la penalidad que deriva de las multas. La crónica de irresponsabilidades parece no tener fin, con la complicidad, en muchos casos, de controles laxos.

Muchos formoseños/as argumentan que no vienen en colectivo al centro porque los horarios no se cumplen o porque viajan incómodos. Es verdad, el servicio urbano de pasajeros no está a la altura de las necesidades actuales. Pero nada habilita a subir un auto a una vereda, estacionarlo en doble fila o detenerlo en un área debidamente señalizada para otros fines.

Por si fuera poco, las motocicletas protagonizan sus propios desenfrenos: desde picadas nocturnas frente a las narices de inspectores de tránsito, hasta el consabido exceso de ocupantes por rodado; actos temerarios estos últimos que, como cada año, crecerán indefectiblemente con el comienzo de clases, favorecidos por la tolerancia de los controles.

La nueva normalidad no debería desechar la necesidad de reconfigurar el escenario en función del crecimiento extraordinario del parque local de autos y motos. Por el contrario, debería fortalecerse la toma de conciencia de que los vehículos particulares no son la prioridad en ninguna ciudad que pretende ser moderna y sustentable.

Una idea que se viene desarrollando con éxito en las grandes urbes del mundo es la de “sacar lugar al automóvil para dárselo al peatón”. Y acá hay dos factores clave: la educación vial de parte de las autoridades competentes y el acatamiento a las disposiciones que concierne al ciudadano/a.

Es impostergable un cambio de fondo tendiente a ordenar este tema, que vuelve a estar en el ojo de la tormenta.



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