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Debacle moral



La habitualmente implacable Elisa Carrió reconoció el lunes último que el escándalo del “Vacunatorio VIP” hubiera ocurrido con cualquier otro gobierno, incluido uno conformado por la coalición que ella misma integra, y atribuyó esto a la crisis moral que atraviesa a toda la sociedad argentina, con sus dirigentes a la cabeza.

En ese contexto, en todas las veredas políticas, hay quienes se atribuyen hoy el derecho al espanto, la condena y la lapidación de quienes no acuerdan con lo que ellos/as respiran en sus afiebrados microclimas.

No cabe duda, todo puede y debe debatirse, pero en el tono que impone la circunstancia. Hoy la circunstancia es la pandemia. Si alguien cree que el problema principal fue la cuarentena obligatoria o son las restricciones que todavía perduran, comete un error grave. El problema sigue siendo la pandemia.

Pretender alterar el orden de esos factores es tan turbio como resaltar la gravedad del vandalismo por sobre la abyección del racismo que causa estallidos sociales en Estados Unidos. El saqueo es funcional al racismo, porque empaña la valiosa y crucial protesta antirracista.

Del mismo modo, la grieta argentina produce hechos funcionales al peligro institucional. Desde sectores de la oposición más delirante que apuestan a la caída del actual Gobierno, hasta los militantes alucinados del otro bando que se pasaron cuatro años gritando “Macri, basura, vos sos la dictadura”.

La pesadilla inédita por la que atraviesa el mundo genera múltiples peligros y encrucijadas. Además, impuso desde un principio dilemas y excepcionalidades. Entre los liderazgos de instinto autoritario, hay quienes intentan aprovechar la pandemia para crear poder hegemónico. Pero eso no implica que toda excepcionalidad responda a planes dictatoriales.

Que muchas provincias argentinas hayan decidido cerrar sus fronteras a lo largo del último año puede no ser constitucional, pero en la circunstancia imperante no implica que esos gobiernos sean secesionistas.

Como han dicho prestigiosos analistas, no se puede analizar la excepción prescindiendo de la causa, aunque, por otro lado, efectivamente resulte imprescindible advertir sobre los riesgos institucionales y económicos que algunas medidas de emergencia plantean.

Resulta bochornoso ver a los máximos referentes políticos resaltar permanentemente la paja en el ojo ajeno, como si los acomodos y la corrupción no atravesaran todo el tejido partidario y social.

Se exhibe, en este marco, el uso de la pandemia para atacar al “enemigo” o defenderse de éste, según se esté de un lado u otro del mostrador. Esta doble vara debe ser denunciada, como así la intención de hacerle creer a los argentinos/as que las maniobras de lawfare o la afición por controlar la justicia son patrimonio de tal o cual sector.

La desmesura verbal y gestual termina siendo un búmeran para aquello/as dirigentes que se pasan de la raya en sus (des)calificaciones al adversario político. No hay en la Argentina santos de un lado y monstruos pecadores del otro. Lo que hay es una fuerte debacle moral. Y este fenómeno sí que no conoce de grietas.



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