Nadie quiere que los femicidios ocurran pero ocurren -con una frecuencia que asusta-, a pesar de los numerosos organismos -nacionales, provinciales y municipales- creados en los últimos años para combatir este flagelo.
En efecto, mientras el Estado superpone dependencias supuestamente destinadas a proteger a la mujer, los crímenes no paran de crecer, lo cual obliga a preguntarse si algunas de aquellas no tienen por finalidad la mera acumulación de agentes públicos en las distintas jurisdicciones.
La situación, híper alarmante, se extiende al tratamiento que reciben los hijos/s de las víctimas de violencia de género. Muchas veces el sufrimiento de un niño, una niña o un adolescente es la síntesis del calvario de toda su familia.
Cada muerte de una mujer a manos de su pareja o expareja deja imágenes imposibles de borrar en los familiares de aquellas, más aún cuando hay de por medio hijos/as menores. Pasan los años y esos recuerdos quedan ahí, inalterables, sobre todo si los pequeños fueron testigos de la violencia.
Formosa sabe perfectamente de estos dramas porque, al igual que el resto del país, acumula historias con hogares resquebrajados por la violencia de género.
Algunas familias logran superar el trance, a veces con ayuda psicológica o psiquiátrica; otras quedan empantanadas en ese dolor sin salida en el corto plazo y de pronóstico nada alentador de cara al futuro.
Esa pesadilla es el estrés postraumático. Es ese estado que combina depresión, ansiedad, ira y aislamiento. Surge a partir de experimentar una situación perturbadora, como ser víctima de violencia doméstica o haberla sufrido indirectamente. Hay quienes tienen resiliencia y salen a flote. Pero no todos.
También están aquellas mujeres que, a pesar de intentar salir del círculo de violencia, terminan cayendo otra vez en situaciones no deseadas. Y así tratan de sobrevivir y aprenden a hacerlo a la fuerza, casi sin ayuda de un Estado espasmódico.
La ausencia del Estado puede adquirir distintas formas: sea porque la Policía no interviene como debiera ante una denuncia, la causa no avanza, o el hombre violento violó la perimetral y sigue hostigando a la víctima sin que las autoridades intervengan.
De vivir este infierno sabe bien, por ejemplo, la mujer del barrio El Palomar de esta ciudad, que teme por su vida tras haber sido brutalmente agredida por su expareja a la salida de una fiesta infantil.
Al responder inquietudes de la prensa, funcionarios estatales abruman con un largo listado de oficinas creadas al solo efecto de socorrer a las víctimas de violencia de género. Sin embargo, la respuesta estatal no siempre llega a tiempo, lo cual estaría indicando la necesidad de aceitar los mecanismos de salvaguarda.
Mayor burocracia no significa mejor atención.