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"Entre Cronopios" - Onceavo Encuentro



MARGARITA PERNOCHI

Nació en Formosa hace 48 años. Docente e Instrumentadora Quirúrgica. Trabaja en Trabajo en colegios secundarios de la capital. Apasionada por la lectura y la escritura, le otorga suma importancia a estas actividades. Pertenece al colectivo artístico “Clandestinas” y participó en la antología “Nadie no entendía”, coordinada por el profesor Juan Páez. Asegura que “uno aprende siempre, nunca deja de aprender. Todos los días la vida te da sorpresas y te muestra algo nuevo”.

El sueño de tres hermanos

Fueron tres hermanos

Catalina, Juan y Andrés

trajeron en sus baúles

sueño, esperanza y coraje.

Fueron tres hermanos

en cuyos labios otro idioma sonaba.

Del Resguardo bajaban

con la fe del mañana.

Fueron tres hermanos

dejando atrás lejanas tierras

en busca de un futuro

la incertidumbre estaba

pero tenían en sus manos

trabajo y anhelos.

Fueron tres hermanos

Catalina, Juan y Andrés

que se afincaron con la fe intacta

recordando tradiciones.

Fueron tres hermanos

que echaron raíces

adornando el árbol de la vida.

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El tiempo se detuvo

Angustia, desesperación, incertidumbre.

El tiempo se detuvo

como un reloj estancado

el dolor de otros estaba lejos,

pero llegó.

El tiempo se detuvo

y las personas se guardan con dolor

esperando el mañana.

El tiempo se detuvo

el corazón se acelera

y llegan los recuerdos.

El tiempo se detuvo

para que el hombre piense

en el presente y una luz

de esperanza se asoma

lentamente en el horizonte.

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EDUARDO ABALLAY

Formoseño; creció en el barrio La Pilar “cuando aún lo rodeaban los corrales de la Sociedad Rural, la avenida Gutnisky era un sólo carril central, la capilla del barrio sólo era un tinglado de madera sin paredes”. Cursó sus estudios en la Escuela N° 2, en el Colegio Nacional “Juan José Silva” y terciarios en la Escuela de Cadetes de la Policía de la Provincia. Oficial de Policía durante 27 años, actualmente retirado, se inclinó hacia a las letras “como un cable a tierra al observar muchas injusticias”. Asiste al taller literario de la Sociedad Italiana y en enero del año pasado presentó su primer libro, “Destino malevo”. Actualmente está escribiendo su segundo trabajo titulado “Yunká”. Asistió al taller dictado por el profesor Orlando Van Bredam en la UNaF, en cuya antología, “Taller de Miércoles”, se incluyó su cuento “El feo enamorado”.

Destino malevo (Fragmento Capítulo I: “El duelo”)

En septiembre del segundo año del primer mandato como presidente del Dr. Hipólito Irigoyen, llegó a Tigre un gaucho matrero en busca de refugio, disfrutando de su anonimato, aquel del que no gozaba en sus pagos de Esperanza, provincia de Santa Fe.

Pancho Salinas era portador de una habilidad casi mágica para el trabajo con la hacienda, eso le permitió conseguir rápido un puesto en el establecimiento ganadero La Mabelita, de la familia Albornoz, del paraje La Palma Mota; era asiduo al boliche de Don Uto Albornoz, pariente de sus patrones. Y donde el personal gozaba de libreta. Allí conoció a la Eloísa y después de mucho trajinar, logró simpatizarle, era tanta la atracción por aquella criolla que ese matrero en huelga miraba con buenos ojos afincarse definitivamente en esos prados. Pero su anonimato no perduró en el tiempo, luego de casi cinco años de tranquila vida, un viejo enemigo llegó al pueblo buscando venganza. Esa noche, el Toro Salvaje de las Pampas, luego de caer siete veces en el primer round, arrojó al campeón mundial Jack Dempsey fuera del ring por diecisiete segundos, pero el árbitro ayudó al Campeón realizando una cuenta muy lenta permitiendo su recuperación y en el segundo round el estadounidense noqueó al boxeador argentino y conservó la corona.

El sol caía pesado sobre los contendientes, la tierra quebrada por la seca y un viento norte luctuoso eran el preludio de una tragedia inminente. Giraban a paso firme buscando el primer movimiento, el aire polvoriento se tornó denso y la respiración de los contendientes agitada. Aldair dio un salto blandiendo su facón en dirección a la garganta del Pancho, que interceptó el puntazo y reculó un paso buscando impulso e instantáneamente avanzó con un golpe de rebenque, haciendo que Aldair retroceda.

Los cuchillos danzaban en el aire tocándose de vez en cuando, los movimientos parecían pasos de una danza con una coreografía con un final trágico. Fueron en busca del final, en cada cruce ambos facones chispeaban al rozarse, en uno de esos cruces de hojas ambos resultaron cortados. El negro en su hombro derecho y Salinas en el estómago. Pancho desenlió su poncho, que fue flotando en el aire logrando distraer a Aldair, que justo se abalanzó hacia adelante sin ver que detrás de ese movimiento, un furioso puntazo lo esperaba y la hoja le perforó las costillas debajo del brazo izquierdo, el negro cayó de rodillas. Pancho se preparó para otra estocada y entonces arremetió pero el negro alcanzó a reponerse golpeándolo con el rebenque en el medio de la frente. Cortado y aturdido, Pancho reculó ante el cimbronazo, limpió su rostro con el poncho y como un perro rabioso fue a terminar la pelea. El negro no quiso ser menos y se lanzó con toda su furia, el encontronazo fue letal, el puñal de Pancho se introdujo hasta el mango sobre la tetilla izquierda, mientras que Pancho rodó unos metros cubierto de sangre y tierra logró incorporarse, observó al negro, que respiraba por la boca de manera agitada, escupiendo sangre y con los ojos bien abiertos, sus bocanadas se hicieron cada vez más repetidas y cortas, luego más largas, una… dos… hasta tres veces y se terminó.

Con algo de respeto cerró sus ojos, limpió su cuchillo, hizo unos pasos hacia su montado pero se sintió raro, parpadeó, vomitó un poco de sangre y entonces se tocó el costado derecho. Una sangre oscura y caliente mojó sus dedos, volvió a revisar la herida advirtiendo el cuchillo del mulato incrustado en el hígado, cayó de rodillas, segundos después de jeta.

El polvo ensució sus labios agrietados, parpadeó de nuevo, resopló contra el suelo una… dos y una tercera vez casi imperceptiblemente, estiró sus extremidades como desperezándose y a pesar de que sus ojos permanecieron abiertos, todo se fue oscureciendo mansamente.

Los montados permanecían debajo del viejo algarrobo, los cuerpos inertes como una postal de la tragedia; sobre el suelo polvoriento, el calor se hizo más intenso, las moscas del matadero se mudaron sobre los finados y el norte comenzaba a taparlos de polvo.

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Yunká (Fragmento)

Salustiana era un joven Guaycurú muy hermosa, pretendida por el cacique de la tribu como su mujer, pero ella no tenía intenciones de verse obligada a ese amor, entonces un día antes de celebrarse su matrimonio escapó de la toldería hacia el Impenetrable.

Sola y perdida en el monte, cayó en una trampa para jabalíes, un pozo con estacas afiladas, alcanzó a tomarse de uno de los bordes pero no pudo evitar que una estaca se le incruste en su pie izquierdo, permaneció colgada por horas sin emitir sonido alguno por temor a que los hombres del Cacique la encuentren.

Casi al desfallecer de dolor, la encontró un esclavo fugitivo, su piel era más oscura que la noche misma, sus dientes blancos como un capullo de algodón y su cuerpo fuerte como el de un toro. Su nombre era Deon, pero los lugareños lo apodaron CAMBA.

Los días fueron transcurriendo, Salustiana se había recuperado de sus heridas pero no abandonaba la choza que Deon le había construido y compartían largas horas juntos. El amor entre ambos no tardó en llegar. El invierno sorprendió a Salustiana con un evidente embarazo de varios meses, Deon cada vez que observaba a su mujer, acariciaba su vientre y no podía evitar mostrar sus blancos dientes con una mueca de alegría y satisfacción.

Una fresca mañana de abril, Salustiana se encontraba recolectado frutos del bosque y fue sorprendida por un grupo de cazadores guaycurúes que la reconocieron y la tomaron prisionera. Deon escuchó los gritos de su amada y fue a su rescate. Ciego de cólera embistió contra los cazadores que alcanzaron a herirlo con tres flechazos, Deon los tomaba con sus enormes manos y les hacía estallar las cabezas haciéndolos chocar entre sí, uno de los cazadores alcanzó a escapar.

El Cacique Shanteque, enterado de los acontecimientos, envió veinte hombres a caballo a capturarlos, Deon fue cubriendo la huida de su mujer e hijo, trepado en los árboles iba capturando uno a uno a sus atacantes, en uno de sus ataques fue advertido por el indio guía y herido de dos flechazos en sus piernas, las flechas le atravesaron ambos muslos haciendo que caiga de rodillas, situación que fue aprovechada por los guerreros que lo atropellaron con sus caballos, de boca contra el suelo consiguieron maniatarlo de pies y manos siendo capturado.

Los guerreros alcanzaron a Salustiana y al pequeño Sinatqui cuando se disponían a cruzar el río Bermejo.

Shanteque, quien no podía tener hijos, mandó a matar a los amantes justo al pie de un enorme guayacán, le prometió a ambos que Sinatqui sería de ahora en adelante su primogénito y que jamás les hablaría de ellos.

Desde ese entonces el guayacán es verde casi todo el año y en la primavera sus hojas se vuelven de un amarillo intenso, el color preferido de Salustiana.

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MAYRA CÁCERES

Nació el 25 de enero de 2005 en Formosa. Recurre al mundo de la literatura cuando quiere “escapar de la realidad”. De niña, su parte favorita en la escuela era la biblioteca, podría pasar horas y horas allí y nunca cansarse. Cuando inició la Secundaria, iba a un taller de Lengua y Literatura, lo que terminó en un “Grupo de Escritores”. En 2019, participó la antología “Ecos Literarios” Nuevas Voces y Letras Formoseñas. El mismo año fue coordinadora del Espacio LibrEncuentro en la 17° Feria de Libro Formosa “Mas libros, Mas Libres”. Es miembro del Ciclo Cultural “Clandestinas”.

Pasaje 23

Débil, así se sentía. Movía cada músculo de su cuerpo pero era inútil. Su voz le fallaba, quería gritar pero no le salían las palabras. Sus lágrimas caían como cascada cuando él la forzó y su inocencia se ausentó.

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Esposa Encerrada

“Está hecho, soy libre”, pensó mientras miraba el arma que se hallaba en su mano derecha.



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