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"Entre Cronopios" - Octavo Encuentro



ANDREA PÉREZ

Nacida en Formosa el 4 de julio de 1978, es locutora nacional de radio y televisión, estudió el Profesorado en Letras en la UNaF y actualmente se encuentra realizando sus últimas residencias del Profesorado Superior en Ciencias de la Educación de Nivel Superior. Con formación en las artes escénicas (teatro) y colaboración activa en diversos proyectos culturales, de literatura formoseña e inclusive presentadora certificada de boxeo profesional en cuanto al ámbito del deporte, también se ha desempeñado por varios años como docente en el equipo técnico de Función Tutorial y Alumnos Comunicadores en el interior de la provincia, además de dictar talleres de radio, radioteatro y periodismo digital en varios establecimientos del Nivel Secundario de la ciudad de Formosa. Actualmente, se encuentra trabajando en un libro de narraciones pedagógicas que recopila historias y experiencias como profesora tutora y capacitadora de las Líneas de Acción de “Función Tutorial” y “Alumnos comunicadores”.

El grito

Esta vez el dolor fue más fuerte que la primera vez que la había tomado. La brusquedad de sus manos ásperas y dedos manchados con grasa negra de motor, habían hecho muy mal su trabajo de lubricarla.

El dolor le atravesaba las entrañas. Sentía el útero desgarrado caer. Como pudo se levantó y fue hasta el baño, pues la entrepierna ya no era suya. La hinchazón y el ardor de sus labios al orinar, hicieron que tapara su boca con un grito ahogado.

-Con un poco de agua fresca o hielo, seguro me calma un poco, pensó. Pues el dolor se le trepaba hasta la cabeza y poco podía coordinar, mientras mordía el dorso de su mano derecha.

Su ropa interior, testigo silencioso, había quedado al costado de la cama como otras veces. Y también como otras tantas, caminó en la oscuridad, tanteando muebles viejos, casi desarmados. Paredes descascaradas y puertas de machimbre clavados, cubiertos de moho y humedad. Hasta la pelota rota de plástico azul que sus hermanitos más chicos habían dejado esa misma tarde tirada cerca de la cocina.

Mientras volvía, sostenida con su otra mano a las paredes, con pasos cortos y tambaleantes de piernas desnutridas y debilitadas también por el hambre, ni siquiera se había percatado de la sangre que corría entre ellas hasta el suelo, gota a gota.

Seguía ahogando el grito con su mano, mientras las lágrimas corrían por sus pálidas mejillas.

-Quiero dormir y olvidar todo, se repetía una y otra vez mientras lloraba en silencio. -Falta poco para llegar.

Con la respiración entrecortada, casi a gachas se acerca a su cama y horrorizada retrocede.

Hay un cuerpo tendido allí. Con la mirada perdida. Los brazos y piernas flacas y rígidas, casi esqueléticos atados a la cama con cinturones de cuero viejo. La boca entreabierta con un grito sin grito.

Era ella.

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La sopa

Una vez más recordó con asco esos dientes amarillos, llenos de sarro. Esas manos sucias y resecas con tierra, tomando torpemente la cuchara de mango verde manzana, para sorber ruidosamente la sopa.

Ella lo miraba de reojo, mientras intentaba acallar el ensordecedor sonido pensando en las flores rosadas de su lapacho, que al fin habían asomado.

(sorbo)

A ella en realidad le gustaban más las de flores amarillas, pero fue la que le trajo su madrina cuando tenía siete años.

(sorbo)

Ya pasaron casi ocho años desde entonces y aunque faltaba poco para sus quince, dudaba mucho en festejar, ya que su tío abuelo se pone loco con el vino.

(sorbo)

¡Si tan solo mamá no se hubiera ido con ese macho de mierda! Todo hubiera sido distinto. Al menos hubiera tenido a alguien que me defienda. Culpa de eso, ahora me tengo que aguantar a este viejo de mierda. Borracho.

(sorbo)

El olor a transpiración del hombre llegaba hasta sus narices y se mezclaba con el aroma del puchero que preparaba a diario la abuela.

(sorbo)

-No veo la hora de ser grande y mandarme a mudar de acá. Pobre la abuela que tiene que aguantar de por vida a su hermano.

(sorbo)

- ¿No vas a tomar de nuevo la sopa? Preguntó la anciana. –Dale. Tomá que se enfría.

-Se hace la delicada. Pobre y delicada, carajo. Dijo mientras abría enormemente la boca para dejar ver los pocos dientes enteros que le quedaban.

(sorbo)

-Eso porque fuma como vieja chimenea de funeraria, pensó. Todavía no entiendo cómo no le agarra cáncer. Fuma ese cigarrillo de etiqueta roja que traen de Paraguay. Pasto es. El olor nauseabundo.

(sorbo)

-No, no quiero, dijo. Después como un pedazo de carne con zapallo.

Pero esa mañana todo sería distinto, ya que le tocaba a ella cocinar. La abuela debía ir al pueblo a hacer la cola para cobrar la jubilación.

Ya había preparado su bolso que dejó tapado con algunas ramas cerca de la tranquera.

La Gladys la esperaría en su casa.

Nunca antes había disfrutado tanto cocinar, mientras el hombre seguía en la chacra.

Corto las verduras con precisión cirujana. El fuego hirviendo el agua desde temprano. A cada rato revolvía la olla negra de hierro, con el viejo cucharón atado con un alambre al mango.

Un poco de sal y su venganza estaría casi completa.

Llegó las doce. La hora en que él deja lo que está haciendo para secarse la transpiración de la cara con un viejo trapo y sentarse en la punta de la mesa apurado para que le sirvan.

-¡Dale, carajo que tengo hambre! Pendeja de mierda. Con razón te dejó tu madre ¡inútil! No servís para nada.

Ella sirvió la mesa y le trajo el plato de sopa acostumbrado.

Él se había desprendido la camisa de franela marrón, dejando asomar la enorme panza, donde ni el ombligo ya tenía cabida y asomaba para afuera herniado.

-¿y vos no vas a tomar la sopa de nuevo?

-Yo ya comí. Le dijo ella. Mientras se alejaba de la mesa, bajando la mirada.

(sorbo)

Ella miraba escondida detrás de la puerta con sus enormes ojos negros brillantes.

(sorbo)

Nunca antes había disfrutado verlo comer.

(sorbo)

Mientras se alejaba rápidamente de la casa, con bolso en mano.

Último sorbo.

¡Quiero más! ¿Dónde carajos se metió esa pendeja de mierda! Seguro fue al baño de nuevo.

Se levanta de la silla y se dirige enojado a la hirviente olla. Intenta servir zapallo y carne del fondo, y al girar el cucharón, observa con horror un enorme escuerzo a medio comer.

Es decir, medio escuerzo comido.

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TOMÁS CABALLERO

De profesión médico pediatra, se formó como actor a partir del año 2005 en el taller de teatro del grupo independiente “Los Gregorianos”, de la ciudad de Formosa. Hizo curso de dramaturgia, taller de teatro físico y la máquina, talleres de escritura y trabajó como actor en teatro independiente. Participó como actor en varios films y en festivales de teatro, provinciales, regionales, nacionales y en el Festival Internacional de la Integración realizado en Formosa. Participó como actor en el Teatro Nacional Cervantes, en el ciclo teatro para el país, en la Municipalidad de Ezeiza, en la Embajada Argentina en Asunción, Paraguay. Es autor de cuatro libros de poemas y narrativa.

Almas gemelas

La ciudad amaneció triste, la cubre un manto oscuro, la acoraza, la comprime, la atosiga y no redime.

Comienzo a recorrer, a mirar a buscar y no veo, ni encuentro a nadie.

Envuelto en mi tristeza, sólo tengo valentía y la fuerza suficiente nada más para extrañar, extrañar y extrañar.

La ciudad no tiene la alegría de la vida, ni las canciones que la hacen tan pero tan particular.

Arrasado en el tumulto, voy camino del no sé, del no importa, del desgano, del déjalo que suceda; total, todo ha sido para mí.

La ciudad está apagada, taciturna, te diría hasta grotesca, es un desierto, se cerraron sus teatros, sus cantinas y son efímeras las cosas, los humanos se han trocado, deambulan hechos piedras, endurecidos, sin calor, sin una sonrisa y una máscara solitaria, carcomida, renegrida, rememora al payaso que hace todo lo posible por ocultar su desazón.

Como Ofelia que ha perdido la razón por amor, voy andando los caminos y hasta hablo con los autos, los semáforos, las vidrieras, pero nadie me responde, tal parece no me quieren escuchar o tal vez mi soliloquio ha invadido mis neuronas dominando mis razones, mis sentimientos, mi sensibilidad. No lo sé.

El invierno se hizo presente, son heladas las paredes, hasta el piso que camino me transmite todo el frío acumulado en sus entrañas en los tiempos de la vida, la alegría y el andar.

Formosa está apagada, solitaria, silenciosa, aislada, derruida, aniquilada, ya no lucen sus quimeras y los sueños se han dormido como aquel oso en madriguera esperando otro verano o tal vez la primavera o quizás la nueva normalidad donde seguro la alegría ha de regresar. ¡Qué pequeña se ha hecho la ciudad!, sus veredas se angostaron, parecen un sendero nada más, sus calles solitarias alcanzan a descubrir un techo sucio y gris.

Las palomas ya no arrullan son espectros del recuerdo.

Y las voces de los poetas y las poetisas, los cantantes, los actores y las actrices, dulces, cadentes, rememoran a las músicas extraídas al misterio, y colorean mis sueños que van desde el fucsia decadente hasta ser pura, nívea, color del alma: blanca total; blanca y similar... similar... gemela y similar.

¿Es mi alma o es la de ellos, los poetas?

Indudable, indudable... todas son iguales. Son gemelas.

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Agotado

Se le agotaron las aguas, para poder bañar sus pestañas.

Dardos emponzoñados penetraron por sus oídos, por sus pupilas y vaciaron su mente.

Perdió la noción de quién es. Se percibe un olor a fango en su cuerpo y en la voz, amargo sabor.

Deambula inmerso en su soliloquio, bañado de barro el cuerpo, de ese tipo de barro que no se nota a simple vista, pero que sí está presente.

Amargos surcos dibujan en el rostro, inventados mundos para él.

El hombro tocando el suelo, no camina, arrastrando los pies, se moviliza monótono.

Mira a todas partes, sin ver a nadie.

Abraza su soledad, como si fuera su tesoro más preciado, decidido a defenderlo con su propia vida de ser necesario.

Montañas de desengaños sus orfandades aplastan y fieles amarras se sueltan y podemos imaginar gigantes olas del mar que lo van tragando despacio y él solo se deja llevar.

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SILVIA MURA

Estudiante del Profesorado en Letras de la Universidad Nacional de Formosa, su experiencia como escritora es incipiente. Participó de la antología “Taller de Miércoles”, coordinado por el profesor Orlando Van Bredam, a quien califica como una persona amable e inspiradora. También participó de la antología “Ecos Literarios - Nuevas Letras y Voces Formoseñas” en el año 2019; y desde 2020, junto a otras autoras formoseñas, integra el colectivo “Clandestinas”.

Medusa quiere cortar su cabeza

Aquel hecho vergonzoso me persigue todos los días. No importa cuánto lo intente borrar, está ahí. Ellas no se callan. Cada día, más ruidosas. Desde aquello, las serpientes me lo recuerdan: “Debiste ser más cuidadosa.” “Los hombres son así, sus instintos… no los pueden detener.” “¿Te defendiste?”.

Ellas no se callan. Por más que las corte de mi cabeza nacen más. Una cada vez más hiriente que la otra. No puedo evitar pensar en el monstruo en el que me han convertido.

¿Por qué yo?

Sólo iba a mi clase a la mañana como todos los días. Tenía puesto mi uniforme. Sin embargo, ese hombre… no le importó. Le supliqué y expliqué que tenía un examen. Si llegaba tarde no podría rendirlo. A él no le importó. Me lastimó tan profundo en mi ser. Cuando me animé contarlo… las personas sólo me ignoraron. Mi madre se avergüenza de mí por el monstruo en el que me convertí. Ya no puedo mirar a mi padre o a mis amigos, todos quedan como estatuas. Todos hasta el día de hoy me evitan. Me pregunto si alguien pudiera cortar mi cabeza y terminar con mi sufrimiento. Yo aún no tengo el valor suficiente para terminar con ésta maldición injusta.

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La vecina con bordados en la piel

En mi barrio hay una chica muy bonita llamada Paula. ¡Lo más genial en ella son los bordados que lleva en toda su piel! Su cuerpo se encuentra cubierto de distintos hilos… tantos colores como los de mi caja de crayones. Así que he decidido que hoy voy a acercarme para decirle que quiero yo también aquellos bordados en mi. Justo ahora, ella está sentada en la vereda mirando como el sol se oculta entre los árboles. Tímidamente, la saludé y ella levantó su mano.

—Quiero que me enseñes a bordar mi piel. — lo dije sin pensarlo mucho.

—No. No puedo enseñarte eso, tu piel no es una coraza. Si te pinchas con la aguja, te va doler.—Me respondió.

—¿Qué es eso de “coraza”? —le pregunté.

Ella movió la cabeza de un lado a otro y suspiró —Una coraza es algo así como la armadura de un caballero.

—¡Me estás mintiendo! Las armaduras no dejan que las espadas lo rompan. Las agujas…—Ella no me dejó terminar lo que iba a decir. Dejó de mirar el sol y se giró hacia mí.

—La coraza que tengo sólo es resistente a las palabras. Cuando alguien quiere atacarme con ellas, saco una aguja y comienzo a bordar en mi piel. —Me explicó mientras me mostraba su brazo. Hasta ese momento no me había dado cuenta que sus bordados eran palabras. Aún no sabía mucho… pero entendía algunas. Y la verdad… eran muy feas ¡Eran insultos!

—¿Por qué usas colores tan bonitos para escribirte esto?

—¿Colores? Siempre pensé que eran negros y blancos. —Dijo mientras se miraba. —Aunque al principio eran rojos. Hace mucho no los veo de colores…

—¿Puedo bordar algo lindo? Siempre me gustó tu piel y quería hacerlo pero no tengo una coraza…— dije algo triste. Quería que tuviera algo lindo ya que no podía hacerlo en mí. Ella dudo un rato pero accedió. Así que, tomé el hilo rojo y con cuidado bordé un corazón en su muñeca izquierda. Realmente me había quedado muy lindo. Levanté la cabeza entusiasmado y vi que estaba llorando. Mi corazón comenzó latir muy fuerte y me asusté ya que parecía que le dolía un montón. Me sentí tan apenado que salí corriendo hasta mi casa. Seguramente su madre vendrá a hablar con la mía por hacerla llorar. Es así que estuve nervioso desde ese momento hasta que oscureció. Al día siguiente, me levanté con la intención de disculparme. Tomé valor y me fui a la casa de Paula súper temprano ya que a esa hora se iría al colegio. Sin embargo, me encontré con un montón de policías y enfermeros en su casa. Sus padres estaban llorando afuera. Todo mi cuerpo comenzó a temblar y me preocupé porque comprendí que Paula se había bordado los ojos.



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