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Diez meses de restricciones llevaron a la población argentina y a la formoseña en particular a un estado de angustia cuyo resultado es el malestar que produce cualquier intento por reimplantar medidas cercanas a la cuarentena inicial. De hecho, el aislamiento social obligatorio, que apoyó gran parte de la sociedad cuando se implementó a fines de marzo del año pasado, hoy es rechazado por la mayoría.

Existe una manifestación clara a esta altura: el impacto negativo de ciertas prohibiciones en la salud mental, sobre todo en algunos grupos con alguna vulnerabilidad reconocida, como los niños y las niñas (por su proceso integral de desarrollo y maduración en ciernes), los adultos mayores (porque la depresión es factor de riesgo de algunas enfermedades neurodegenerativas) y las personas que ya arrastraban padecimientos o trastornos mentales.

Como se ha destacado ya en esta columna, es importante que la salud mental -tema tabú si los hay- se discuta abiertamente. No de manera oportunista, sino como problemática cuyo ocultamiento ha sido una traba histórica para el abordaje oportuno.

La experiencia inédita que nos propone la actual pandemia lleva a hombres y mujeres de todo el mundo a límites insospechados, generando, además de la angustia mencionada, situaciones de estrés o, mínimamente, cansancio.

Está latente, asimismo, la posibilidad de un impacto más profundo en el mismo campo: un “pico” de trastornos mentales en la pospandemia. Todo un desafío que ya ha sido advertido por los especialistas y para el cual se requiere máxima atención de las autoridades.

Todo forma parte de un proceso acelerado que comenzó con la lealtad social a una cuarenta estricta y derivó en muestras de irritabilidad y hartazgo cada vez más contundentes, que se expresan de distintas maneras y que no se limitan a los sectores económicamente afectados ni a las personas aisladas preventivamente o alojadas en centros provisorios de salud.

La radicalización de algunas personas es otra señal preocupante en este contexto. Ciudadanos/as que hasta hace menos de un año eran vecinas o vecinos pacíficos, aparecen de pronto emitiendo exabruptos por las redes sociales o haciendo gala de un enfado rayano en el odio, cuando no en la iracundia.

Los expertos en salud mental se enfrentan asimismo a lo que denominan estados de depresión “adaptativa”, esto es, sin las características que requieren para ser definidos como una patología. No obstante, advierten, cualquiera de esos cuadros podría evolucionar en el corto plazo hacia trastornos más severos, incluido el aumento del consumo de sustancias y de psicofármacos.

En el mundo ya hay evidencia de un aumento de sintomatología asociada al sufrimiento que implica para la sociedad toda enfrentar el coronavirus. No es Formosa una excepción en este sentido, por más que los indicadores de COVID-19 la destaquen favorablemente a nivel nacional.

La salud tiene una cara que durante años permaneció oculta y que hoy está saliendo a la luz por la pandemia. El cuidado de la faceta mental es, hoy más que nunca, fundamental.



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