Aunque resta por ver qué efectos dejará la pandemia por suspensión de controles durante la cuarentena, el informe anual de la Dirección Nacional de Respuesta al VIH, ITAS, Hepatitis y Tuberculosis muestra que el SIDA tiende a descender en nuestro país. Pero a esta buena noticia se contrapone, en el mismo informe, la confirmación del aumento de los casos de sífilis.
Ya el año pasado se había encendido la alarma con respecto a esta última, dado que después de haber estado a punto de desaparecer, hace más de un lustro que no para de crecer la sífilis, otra enfermedad de transmisión sexual.
En el aumento, dos factores preocupan y demandan una rápida definición e implementación de políticas preventivas. Por un lado, el mayor número de casos se observa en jóvenes entre 15 y 24 años. Por otro, la detección en embarazadas casi se duplicó en los últimos cinco años.
Como los jóvenes suelen demandar mucho menos al sistema de salud, diagnosticar la sífilis, curarla y prevenirla resulta imposible sin campañas públicas sobre las enfermedades de transmisión sexual y el uso del preservativo.
Los testeos rápidos implementados hasta 2019 en partidos de fútbol o recitales en algunas provincias permitieron acercarse al núcleo del problema: la mayoría de los varones se niega a hacerse la prueba, de modo que ignoran si se han contagiado. Además, entre los que aceptan la prueba, apenas entre un 20 y un 25 por ciento afirma usar siempre el preservativo.
No desear saber y no tomar medidas preventivas son las dos claves de la conducta de riesgo que posibilita la expansión de la enfermedad. Lo mismo repercute sobre las embarazadas. Sin una detección temprana y un tratamiento sistémico, no se evita el contagio del recién nacido. La mayoría de los hijos de madres seropositivas tienen que ser tratados para sífilis congénita.
La pelea contra el SIDA y la sífilis llevará tiempo. Por eso, urge que las políticas sanitarias vuelvan a hacer hincapié en las campañas contra las enfermedades de transmisión sexual. Pero aparte, como remarcamos en cada oportunidad que el tema sale a la luz, el sistema educativo no puede seguir reprimido en su accionar por temor a ciertas reacciones basadas en meros prejuicios.
Muchos educadores en la actualidad, sin poder escapar al fracaso de algunos intentos de impartir la educación sexual, optan por lo más expeditivo: instruir sobre métodos anticonceptivos. La educación sexual en la escuela demanda recursos de formación docente, inexistentes hoy. Y esta es una consecuencia natural del hecho de que a casi la totalidad de los adultos nunca se les revelaron conocimientos que permanecían, y en muchos casos aun permanecen, tapados bajo el pesado bloque del tabú sexual.
Los abortos -los clandestinos y los otros también- son otra consecuencia trágica de no haber instruido debidamente a distintas generaciones sobre los misterios de la vida, ocultos tras mitificaciones de cigüeñas o repollos y otros cuentos cuya intención siempre fue ocultar el tan “pecaminoso” acto prohibido.
De ahí que la salud sexual y reproductiva siga siendo una deuda que causa tantos estragos.