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Llorar las pérdidas

Una columna de Enrique Zanín



La muerte de Diego Armando Maradona nos provoca muchas reflexiones en virtud de no sólo la personalidad de chico de barrio humilde proyectado a la popularidad y el éxito, sino por las actitudes de una sociedad que en su inmensa mayoría ha querido llorarlo libremente, con el corazón en la mano, como se llora a aquellos que nos dejaron un mundo de sensaciones gratas en el devenir de su trayectoria como el mejor jugador del mundo.

No podemos analizar, mucho menos ponernos en papel de críticos, de su vida personal, porque en ese caso, lo lógico sería que todos pasemos por ese tamiz que deja en la criba lo peor de nosotros, sin importar los aportes que se hayan hecho para generar un sentimiento único e irrepetible al conjunto de la sociedad. Diego nos regaló la historia y nosotros ponemos el llanto. Deberían dejarnos llorar en libertad, con toda la fuerza de la expresión del pueblo a flor de piel.

Algunos dicen que no fue un buen ejemplo, como si el ejemplo lo debieran dar únicamente las personas populares y más destacadas en cada sociedad y no el hogar, donde los padres somos los responsables rectores de la formación de nuestros hijos, no los ídolos, que -todos sabemos- pueden tener falencias en su vida personal. Porque es en el hogar y en la escuela donde se forma a los hombres y mujeres del futuro, como arcilla fresca que los padres en primer lugar y luego los maestros y profesores, van moldeando con las manos de un artista paciente hasta lograr su obra.

Yo mismo no creía en “la leyenda viviente”, el mismo lugar en el cual se situaron otros grandes de nuestra historia deportiva, como Fangio, Di Stéfano, Vilas, Sabatini, Ginóbili, Messi y muchos otros que se subieron al pedestal de la gloria, para enorgullecer al pueblo, que los guarda en lo más profundo de su corazón, ese corazón que nunca olvida.

¿Por qué entonces no dejar al pueblo llorar en libertad, sin complejos ni condicionamientos, sin vislumbrar aristas políticas ni visiones sectarias, porque no corresponden? Somos un pueblo futbolero, de profunda raigambre en las clases más débiles y vulnerables, en los que menos tienen, pero que en definitiva son los que más aquilatan los valores de los que los hicieron sentir orgullosos, porque como el caso de Diego, salió de Villa Fiorito, allí donde alternaban la miseria y las frustraciones con el potrero. Ese mismo potrero donde un niño soñaba algún día ser parte de la selección de su país. ¡Y vaya si lo hizo!

Esto es lo hermoso. Ser parte de un sueño, de una utopía que muchas veces se vuelve una realidad concreta, porque si al sueño le agregamos esperanza y mucho corazón, además de las capacidades y habilidades de cada uno, entonces vamos a alcanzar un destino diferente del que la sociedad pareciera haber reservado para unos pocos.

Su filiación política, la reivindicación de los más humildes, su compromiso con los gobiernos de Cuba de Fidel, Venezuela de Chávez, Brasil de Lula, Uruguay de Pepe Mujica, Bolivia de Evo no implica de ninguna manera una mácula, más bien una presea y merece el más profundo respeto por sus ideales y por todo lo que aportó para la difusión de ese movimiento americanista por todo el mundo. Podemos compartir o no, podemos estar de acuerdo o en completo desacuerdo, pero no podemos perder la necesaria sensibilidad ante la demostración inmensa de un pueblo que llora a su ídolo.

Dejemos al pueblo llorar en absoluta libertad, porque así es como se construye el verdadero corazón del país.



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