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Espada de Damocles



La deuda externa sigue siendo como una Espada de Damocles para la sociedad argentina. El problema tiene picos y mesetas (altas) que suelen acompañar las ondas de nuestra economía. Por ejemplo, los debates se tranquilizaron luego de que, a mediados de la década anterior, el gobierno de Néstor Kirchner cancelara la deuda con el Fondo Monetario Internacional y arreglara -no sin polémicas- con el Club de París.

Sin embargo, el tema reapareció con fuerza durante el segundo mandato de Cristina Fernández y se agravó con Mauricio Macri. Se trata, a no dudarlo, de un asunto extremadamente complejo que comprende arduas negociaciones y pagos millonarios en dólares en cada vencimiento.

La deuda externa argentina tiene ribetes históricos que han conducido a un empantanamiento que lleva décadas. Ya en 1986, en un amplio pronunciamiento del Consejo Pontificio Justicia y Paz sobre criterios de discernimiento y métodos de análisis de las implicaciones éticas de este tema, se hablaba de un engranaje del que se ha vuelto difícil prever la salida. Un círculo vicioso en el que se hace incluso imposible afrontar los intereses de la deuda.

Transcurrían los primeros años de la gestión de Raúl Alfonsín cuando la Iglesia empezó a elevar su voz. A la vez que recordaba que ningún gobierno puede exigir moralmente de su pueblo que sufra privaciones incompatibles con la dignidad de las personas, incitaba a todas las partes a que examinaran las implicaciones éticas de la deuda exterior de los países en desarrollo, con el fin de llegar a soluciones justas y respetuosas de la dignidad de quienes padecen más duramente sus consecuencias.

En medio de tensas negociaciones, algunos gobiernos suelen caer en la tentación de culpar a los acreedores de todos los males derivados del endeudamiento. La cuestión es que resulta demasiado fácil echar sobre los demás las responsabilidades de las injusticias, si al mismo tiempo uno no se da cuenta de cómo está participando y de cómo la conversión personal es necesaria en primer lugar antes de indicar lo que tiene que hacer la otra parte.

Antes de criticar los ajustes o los condicionamientos de afuera, a esta altura vendría bien reflexionar sobre las causas internas que han contribuido a aumentar astronómicamente la deuda. Lo que significa contemplar, al mismo tiempo, las políticas necesarias de saneamiento a fin de aligerar el peso de esa carga monstruosa.

No faltan voces que critican la frivolidad con que, en tiempos recientes, nuestro país se fue endeudando muy por encima de sus posibilidades de pago, y no para favorecer inversiones de desarrollo, sino para mantener un bienestar financiero aparente. Por otro lado, esta crisis reconoce en su origen causas complejas y de género variado, sean de carácter internacional, sean de índole interna: corrupción, mala gestión de los dineros públicos, utilización distorsionada de los préstamos recibidos.

Quizá si la dirigencia política recapacitara y asumiera responsabilidades, la Argentina podría romper el círculo vicioso y comenzar a trabajar por una economía al servicio de la dignidad de su gente.



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