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ADIÓS A GABO FERRO

Para traerte a casa

“Ya no queda distancia para contemplar. / Hay que ser la distancia”. G.F. - “Costurera Carpintero”



Por Washington

"La poesía de Gabo es la poesía de un mago. Alguien que puede hacer de las palabras siempre algo imprevisto. Hablar del mal y convertirlo en bien, hablar del bien y convertirlo en dolor, hablar de la muerte y transformarla en sembradora, en dadora de vida. Por eso, en sus poemas suceden cosas extraordinarias: el hambre del deseo pide una fruta y para que llegue, le dice al sol que la apure; otro hombre, el del amor, se come la noche; otro amor, el de la muerte enamorada, siembra al enterrador”. Con estas líneas, la poeta santafesina Diana Bellessi inicia el prólogo de “Costurera Carpintero. Antología de letras de canciones de Gabo Ferro” (2014) y aventura un acercamiento a su obra lírica, de profunda singularidad.

Es en esa naturaleza excepcional de mago inquieto donde supieron convivir el trovador, el poeta, el performer, el historiador… pero también un carpintero, una costurera, un cazador, una paloma, un cultivo de sal, un mandala, un vestido descosido, una aurora limpia sobre tanta dicha negra.

La partida de un artista deja siempre un halo de orfandad en el mundo, que lo hace más inseguro, más hostil. Sorpresiva y sagaz fue su muerte, como lo fue su poesía a través de estos años, plagada de artilugios retóricos de formidable belleza y sensibilidad.

Gabo ha sido a lo largo de su vida un artista en permanente transformación que devoró todo con la avidez de un niño irremediablemente intrépido. De aquel joven estudiante de Psicología en los ochenta, pasó por el Inglés, por el arte dramático, exploró el hardcore con Porco, se doctoró en Historia, editó libros de revisionismo y de poesía, y regresó con el nuevo siglo convertido en una suerte de monje milenario que podía sanar con la palabra: “En esos años, fines de los 80 y principios de los 90, fuimos la primera generación que se lanzó a la vida erótica sin un programa de HIV-SIDA. Todos pensábamos que nos íbamos a morir por haber besado, por haber acariciado, por haber estado con alguien. Lo único que queríamos era grabar un disco porque nos íbamos a morir en cualquier momento”.*

Hiperbólico y atroz, su perfil de cancionista llegó con “Canciones que un hombre no debería cantar” (2005), “Todo sólido se desvanece en el aire” (2006) y “Mañana no debe seguir siendo esto” (2007), una tríada iniciática de discos de formidable elocuencia y riqueza lírica que pusieron en jaque todos los cánones de belleza y normatividad, con una poesía asexuada y sutil como el vuelo de un cisne, pero con la férrea convicción de un artista comprometido con su tiempo: “Matar al macho, matar al ídolo, matar a los padres; en sentido metafórico, pero real (…) Yo creo que todo hijo debe ‘matar’ a su padre, a toda esta idea del macho, del ídolo, del padre autoritario. Toda idea censora, represiva, que te enjaule, que te encorsete, sí: debe morir”.**

Si acaso es cierto aquello de que “escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”, Gabo supo como pocos enarbolar a todas luces esta verdad irrefutable en Pizarnik, cual curandero que amasa el lenguaje y lo convierte en ungüento para el espíritu padeciente en la hora más oscura, en las cavilaciones más profundas, en la espesura de la madrugada en que salimos al encuentro con nuestros más implacables demonios, sin capa, sin escudo, a pecho descubierto. Será por eso que Gabo nos creció dentro como un fuego, como un graznido de pájaro herido, una aguja al rojo vivo que viene a zurcir todos los abismos de que estamos hechos. Y ya no sabemos qué hacer con tanta poesía en carne viva.

Su naturaleza chamánica nos enseñó de inocencias, de nuevas lecturas del mundo y de nosotros, de una sensibilidad arrolladora, sanguínea, intensa, en permanente ebullición y holocausto, a redimirnos bajo las sombras más proféticas, en rituales retóricos que besan, que tocan, que resuenan en el cuerpo como un látigo en la carne desnuda, un trueno en medio del pecho que gime la poesía más vital, la más genuina.

“Irse es volver a volver”, Gabo, es cierto. Pero tu muerte fue la puñalada más artera, que trozó el aire de la tarde y blandió con él un azabache ineludible. Para traerte a casa, no bastará escribir todos los cuentos del universo, ni el deseo, ni el tiempo, ni germinar la palabra imposible.

- * “Revista Cítrica”, 28/10/2017

- ** “Pulso Noticias”, 22/06/2018



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