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“CROSS EN LA MANDÍBULA”, DE JULIETA NÚÑEZ

Poética del cataclismo



Por Washington


Las personas avezadas al mundo del box suelen ponderar los resultados logrados al echar mano a la técnica del cross ante el oponente, porque -a diferencia del jab, que les permite tomar distancia, sin perder la guardia en ningún momento-, su golpe parte desde atrás, pudiendo incluso atravesar una guardia muy cerrada, aun cuando se trate de un adversario de mayor altura. Con una precisa rotación de cadera y aplicado a la distancia apropiada, su resultado suele ser devastador.

El tratamiento con la palabra a menudo transita por caminos análogos, por el manejo de la técnica que requiere, el ejercicio exhaustivo y denodado con el lenguaje, y porque también -en términos simbólicos- su resultante puede mudar en efectos rayanos al cataclismo. Julieta Núñez lo sabe. Y asesta toda la fuerza del golpe desde el primer verso. Desde ese lugar consigue romper la guardia del lector más incauto, porque “Cross en la mandíbula” no sabe de in crescendos; la tensión en él es una constante, una hoguera avivada por una multitud de versos en disposición mayúscula, emulando la escritura sobre los muros baldíos, los grafitis de protesta que se atragantan detrás de un grito desgarrado.

Esta compilación de diecinueve poemas hace las veces de prospecto del universo poético de su autora, que -en diálogo con Cronopio- asegura estar trabajando actualmente en una reedición del contenido, también autogestiva, de pronta aparición. Irreverente, tremendista y descarnada, su obra nos invita a desandar pasadizos oscuros, donde la calle, los sumergidos, el hambre, el frío y la locura alimentan la intensión propia de una escritura ritual, de un exorcismo discursivo.

Todo en “Cross en la mandíbula” es holocausto y caos: desde Rosa Parks y su espada de Damocles, las libertades parcializadas y el plan neoliberal haciendo añicos el mundo, hasta nuestras dictaduras, la represión, los estudiantes, la clase obrera, los desaparecidos y las Madres. Es intensidad desde la primera imagen, una maraña lírica concebida en el desborde.

Comprometido y social, cada artilugio estético es puesto a prueba en estos versos, que se revuelcan y retuercen en la insania, en una poesía parida desde el subsuelo, donde perdemos de vista la frontera entre el yo lírico y su autora, una suerte de fiera herida que se va despojando de artificios, directo a sumergirse a un mundo subterráneo, a su propio enredo intimista, a una poética del cataclismo que camina siempre al borde de la cornisa, siempre al filo del último golpe que nos derribe al suelo.

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“ELLA SOSTIENE MI CORAZÓN”

“Cross en la mandíbula” es un libro breve pero muy contundente en el mensaje y el tratamiento con la palabra. ¿Qué elementos discursivos, a tu entender, le otorgan esa contundencia?
- “El hilo discursivo que le otorga contundencia al libro creo yo que es lo social, lo cotidiano, lo rutinario que encarna lo bello pero también lo oscuro, un recorrido por los esteros de la mente, ese juego de pasar por ‘Somos putas’ a pelar un mango en la siesta formoseña. Va por un campo semántico que te lleva a lo íntimo del lenguaje y la vivencia en carne viva”.

Los poemas del libro van en una línea conceptual desde el compromiso y la inquietud social. ¿Los reuniste con esa intención o responden más bien a una compilación azarosa?
- “La verdad es que lo que escribo va en esa línea, y no fue una selección azarosa, se dio naturalmente”.

En “Nostalgias del pizarrón” decís “que una biblioteca puede más / que mil manos armadas / que la poesía es pan / para nosotros el malón / famélico abarrotado ante las puertas de la belleza”. ¿Cómo concebís la función social de la palabra y la educación en este sentido?
- “La palabra como arma para mí es fundamental en el proceso educativo, es el medio por el cual llegamos a liberarnos, llegamos a construir un mundo posible que se relata a través de una métrica, un ritmo que pretende llegar a ser un golpe, la violencia que exige la realidad para seguir viviendo; crea una patria para nosotros, los desamparados. La palabra en medio del barro viendo nacer una flor crea el camino, la palabra que puede llegar a salvar, como un niño golpeado que va a la biblioteca y recibe no sólo un abrazo sino un libro que le permite safar de su mundo por un momento, un pibe que acude desesperado para escuchar un cuento nuevo, una adivinanza. Ofrecer la palabra es una bomba de tiempo, también es semilla porque le ofrecimos la herramienta del lenguaje para repararse, es sacudir la tierra del cuaderno y ver la agonía de la flor; se trata de ‘hacer la revolución con una canción de amor’, como dice el Indio. Una revolución con olor a pan, evocando a Proust, con ese olor a cocido de la mañana en la escuela, con el sonido de las risas de la niñez”.

¿La poesía es exorcismo o entendés más su naturaleza como un proceso intelectual?
- “Entiendo a la poesía en dos reveses: como exorcismo, como ya lo decía la gran Alejandra, ‘reparar la herida fundamental implica un filo, en estar parada en medio de la cornisa, mirarse en la otredad; pero también implica un proceso intelectual en cuanto al escribir, el uso de recursos, el corregir, tomar las palabras precisas que describan aquello que queremos transmitir; es un binomio que para mí deben ir juntos, como el corte de ruta y la asamblea”.

¿Desde qué lugar escribe Julieta Núñez?
- “Escribo desde lo íntimo, desde el barro, desde la vereda observando cómo las secuencias de lo real desgajan mis ojos, despertando las conciencias, siendo violenta en mi escritura, siendo violenta en mi decir poético. Escribo con sangre caliente, con espuma en la boca, escribo al margen, como dice Michel Foucault: ‘en un silencio habitado solamente por el hormigueo inmundo que nos rodea’. Me encuentro en el borderline, sacar la poesía hurgando la conciencia. Tratando de dar voces a la conciencia, creo un lugar para que la muerte habite y no sea tan presurosa en llevarme. Escribo desde el trastorno mental, desde la locura misma, convirtiendo un brote psicótico en papel, escribiendo con la pluma entre dientes y cuchillo en la mano, recogiendo las formas interiores para que dejen de ser veneno y sean elixir y ayuda para otres compañeres, que están en la misma. La poesía es eso también, tender la mano al desamparado, al desarraigado que no se encuentra en ningún lugar, formar una identidad con el lenguaje poético, saber que ahí podés ser libre. Escribo para encontrar ese dios que me fue vedado en la niñez, escribo para relatar mi infancia, escribo para no dejarme morir. Escribo desde una maternidad bipolar queriéndola y a veces odiándola. Me reconcilia la poesía, la poesía que es la sonrisa de mi hijo durmiéndose en mis brazos. Escribo con las manos de Gina, que me guían en cada verso, que acude a mí entre sueños de libertad, porque la poesía es -en síntesis- libertad”.

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Soy

Soy un manojo de rabia,
un entrevero de dudas y certezas,
una niña sin cumpleaños feliz,
un invierno sin abrigar.
¿Soy?
Busco en un espejo
los retazos de un cuerpo colorido
lleno de sal y flores.
Soy aquello que oculta la carne,
un cúmulo de besos,
un paraje desnudo.
Soy eso que se teje
entre un valcote y un pájaro muerto.



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