El pre-acuerdo del Gobierno con los acreedores externos, además de evitar el default, podría significar para el país la posibilidad de reconstruir la economía nacional sobre bases más previsibles y prorratear los vencimientos a plazos más largos y accesibles para la capacidad de pago del Estado.
La única posibilidad para la gestión de gobierno de Alberto Fernández y para el futuro de la Argentina descansaba, lamentablemente, en lograr una refinanciación de la deuda a largo plazo y con cuotas más acordes a nuestra capacidad de pago.
Tras la quita y renegociación de la deuda durante el kirchnerismo se había logrado una sustancial reducción de esa deuda monstruosa.
Cuando asume Macri, su monto ascendía a 157.792 millones de dólares.
Para finales de 2.019 ya ascendía a 277.648 millones, con el agravante de que casi el 60% vence en los próximos 4 años, tal y como pública Página 12 esta semana.
No sólo Argentina, casi ningún país excepto las grandes potencias puede razonablemente abonar vencimientos anuales de ese tamaño.
Es claro que con este arreglo, la suma a pagar en los próximos 4 años desciende a 6.700 millones de dólares.
Ello sin contar la negociación que se debe encarar para afrontar los 44.000 millones que se pidieron al FMI.
A no confundirse: se refinanció, pero aún debemos una fortuna
Para evitar esa euforia tan ligera en que solemos caer los argentinos, necesario resulta aclarar que seguimos debiendo.
La deuda sigue vivita y coleando.
En buen romance, cuando esta crisis económica mundial generada por la pandemia ceda, el país deberá reactivar su economía, que ya llegaba con problemas antes del virus, para generar recursos que permitan recomponer a las empresas, estabilizar las variables macro y micro económicas, garantizar paritarias para que la población logre ingresos dignos y, como fruto del proceso, el Estado logre recaudar ingresos fiscales suficientes para atender sus gastos normales, más un excedente para afrontar los pagos de la deuda externa.
Como se puede apreciar, la magnitud de la tarea es enorme y ciclópea. Y ella incluye variables que a veces escapan a toda planificación razonable.
Lo positivo es que esta vez, al timón del barco que enfrenta esta tormenta, hay un piloto capaz y experimentado.
Frente al panorama que describo, es bueno recordar que nuestro presidente actual fue la mano derecha de Néstor Kirchner cuando salimos de la crisis del 2001/2003, que era similar o peor.
Tiene la experiencia de gestión y tiene resultados para mostrar.
No estamos ante un improvisado, como los mercenarios mediáticos de la oligarquía sostenían. Cuestionaban la falta de un plan. ¿Qué plan puede formularse sin antes resolver la cuestión capital: la refinanciación de la impagable (en esos términos y plazos) deuda externa?
Como Alejandro Magno, que cortó con la espada el indesatable nudo gordiano, Alberto va al núcleo del problema y paso a paso.
Ahora se puede proyectar un mañana.
Y así como el defenestrado -por los medios anti todo- ministro Guzman logró el acuerdo de refinanciación, demostrando con hechos que ha sido injustamente denostado (o tal vez era parte de los aprietes para favorecer las condiciones de los buitres de afuera y adentro), hay en el gabinete un ancho de bastos para lo que viene.
El ministro Kulfas, también menospreciado por los economistas liberales, es la piedra filosofal de los años venideros.
Sin que los medios le den trascendencia, Kulfas presentó hace meses un programa productivo muy realista y en extremo beneficioso para poner en marcha la estructura productiva nacional.
En ese proyecto, ninguneado por algunos, se plantea un modelo de capitalismo productivo; por oposición al capitalismo financiero que vivimos a nivel mundial y durante el macrismo.
Por formación ideológica, que alguien plantee que la salida económica del país pasa por producir más, con cadenas integradas de valor, apuntando a la exportación y al desarrollo de las economías regionales con componentes tecnológicos que utilizan los desarrollos del sector privado en fusión con los científicos que desde el estado y las instituciones académicas construyen saber aplicado; es la concreción del sueño de Perón de una Argentina desarrollada; de Mosconi; de Frigerio y tantos que tuvieron una visión de desarrollo nacional con inclusión social, y soberanía política.
Superar la falsa antinomia agro-industria
Así como es falso que el campo pueda salvar al país, sí es cierto que hace un aporte vital en este contexto; para generar divisas por exportaciones tan necesarias. Habrá que asegurar que las agroexportadoras no evadan divisas (como de hecho lo han estado haciendo por décadas) ni demoren su ingreso al país, pero es un hecho que aportan entre 30 y 40 mil millones de dólares año. Se debe trabajar sobre la forma de producción (controlar el uso de los agroquímicos) y la rotación, y vigilar los pooles de siembra que vacían de productores el espacio rural. Ahora bien…esta fuente de divisas genera poco trabajo estable, ya que el grueso lo hacen contratistas temporales.
Por eso no debe oponerse con la industria, la gran generadora de trabajo en blanco del sistema, sino complementarse, como plantea el proyecto Kulfas, ya que la agroindustria de producción de maquinarias en pueblos del centro del país, genera cientos de miles de puestos de trabajo estable y bien remunerado, y federaliza el sistema ya que apuntala el desarrollo de ciudades de Córdoba, Santa Fe y provincia de Buenos Aires.
En este contexto donde la libre circulación de mercaderías a nivel global se ha resentido, es momento de apuntalar la industria de capitales nacionales o radicados en el país para sustituir importaciones, que podemos y sabemos producir con mayor calidad que el mercado asiático. Buen ejemplo es el proyecto con China para producir aquí cerdos para ese mercado.
China consume carne de cerdo en gran escala y su producción nacional está en jaque por enfermedades. Proyecta invertir decenas de miles de millones de dólares en Argentina para criar en nuestro país esos animales y exportarlos a China. Es una oportunidad histórica para crear producción y trabajo, y en las regiones interiores como Formosa abre la oportunidad de usar la producción local de maíz para insumo, con los cual generará mayor demanda de este cultivo, que por primera vez superó en tonelaje a la soja.
Esta crisis también es una oportunidad para replantear modelos: basta de especulación financiera, ahora es tiempo de producir apuntando a un planeta que consume aquello que sabemos hacer.
La oportunidad está, tenemos los hombres con la visión adecuada para gestionarla. De nosotros depende el país que vivirán las próximas generaciones.
Sólo basta entender que en estas crisis, nadie se salva solo. Necesitamos sumar a todos en proyecto productivo que logre un desarrollo con sentido federal e inclusivo.
Hagamos que otra vez sea más negocio trabajar con un sueldo digno en un modelo de desarrollo que genere trabajo, que vivir de planes sociales que ni siquiera son pan para hoy y, sin dudas, son hambre para mañana.