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Los poetas no mueren




“Cuando yo muera,
no me veré morir,
por primera vez”.

Antonio Porchia

Los poetas no mueren. Porque son palabra. Llevan un fuego vehemente cabalgando en la sangre y son un puñado de torpezas corriendo en medio de una balacera. Siempre tropiezan, no saben caminar entre la bruma; son la bruma. Una llama inmarcesible los abrasa, pero tienen frío. Y van por la vida desmigajando el lenguaje en busca de cobijo y sosiego.

Los poetas caminan sobre vidrios rotos, todo el tiempo. Todo el orbe les duele. Abren el cielo con palabras, pero no pueden definir el tamaño de una ausencia. No saben dónde poner tanto duelo y tanta risa acumulada. Llevan una herida abierta imperceptible y andan por el mundo en carne viva. Se desangran cuando invocan la lluvia para acallar el ruido blanco de la tarde.

Los poetas no mueren. Esparcen sus esquirlas en el viento y así nos alimentan. Transitan la cornisa de un peñasco, siempre a tientas, siempre detrás de un destino penitente. Viajan con una sombra que les abre camino a dar con la palabra imposible. Aman con todo lo que tienen, menos con el alma, porque ya la han entregado al lenguaje.

Los poetas bordean a cada instante el estrépito y son una tormenta, un bramido, el rojo incendiario de un sol que se apaga y nos crece dentro como un racimo de nostalgia. Nadie logra dar con ellos sin estrellarse en el intento. No pueden ordenar tantos abismos, porque no son capaces de destrenzar el miedo.

Los poetas no mueren. Porque mueren todo el tiempo.


Héctor Washington

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Cinematografía vital


a Gina Guilio
in memoriam


I
siento la intemperie
bajo el peso del sol
el duelo
atraviesa mi cuerpo
el tiempo se suspende
un paréntesis vital
la curva de la vida
atracones de frases
miro atrás
el calor del verano
las noches luminosas
la veo abrazar
el movimiento del agua
y acariciar distraída
el eco de su propia voz


II
mutismo
frente al dolor
el día se despliega
la sensibilidad del mundo
estaba en el mar
dijo Brasil
y hablamos del verano
de Nina
del sol y de la playa
yo caminaba
por un lugar diferente
hablamos de Jujuy
de habitar juntos
la casa del sueño


III
la anciana
protegió a la doncella
peinó su cabello
y durante el otoño
le habló con ternura
la doncella
miró sus ojos y sintió paz
lloró sobre su hombro
la anciana sintió compasión
la abrazó con fuerza
y juntas pasearon
por el jardín
para armar con pétalos
un ramillete de poemas


IV
el río Paraguay
entona melodías
de un canto fúnebre
pasos acallados
sobre los pliegues del agua
con el borde y su filo
compongo
una canción de despedida
para iluminar
el atardecer de la vida


V
la fragilidad de las promesas
o el canto de las aves
que atraviesan el sol
quiero hablar pero no puedo
como aquella vez
cuando me llevó a su casa
y como una madre
guiando palabras
me ayudó a decir
el dolor también sana


VI
sonidos y lágrimas
articulan
el pulso de la brisa


VII
la escritura es un refugio
de los días venideros
su voz y su presencia
traen luz
a los rincones oscuros
de la habitación


VIII
Gina sonríe en la foto
que nos tomamos
una tarde
en el balcón de casa
un río de flores
una noche azulada
¿por dónde caminas?
el cielo se abre
a la bondad del mundo

Juan Páez



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