En pleno ascenso de la curva de contagios y con muchas pérdidas en vidas humanas, especialmente en el AMBA, el país se debate entre libertades absolutas para la actividad de la gente, para trabajar y transitar, o el debido cuidado que impone restricciones en muchos ámbitos de la actividad privada y del desarrollo personal.
Nada fácil, porque el mundo está convulsionado. Se derrumban todos los paradigmas de las relaciones sociales y se destrozan los planes económicos. Europa se contrae fuertemente. Valga como ejemplo: Alemania, un ícono de la producción y el comercio, ve caer sus exportaciones en un 35% y su PBI se proyecta, caerá un 11%. Nuestro país seguramente va a registrar al final de la pandemia (o hacia finales de año), números en rojo del orden del 10 al 11%, aumentando la proyección que partió del 6%. La inyección de recursos desde el Estado nacional hacia los sectores de la producción, el apoyo a las familias, créditos a tasa cero para monotributistas, subsidios a las tarifas (congelamiento), etc., requiere de impresión fuerte de papel moneda, a tal punto que deberán importarse, generando una posible avalancha inflacionaria al término de la pandemia, para lo cual el Ministerio de Economía dice tener en carpeta las medidas de contención.
Las PyMEs estamos en terapia. Muchos han cerrado definitivamente sus puertas, otros intentan la reconversión y otros tantos aguantan como pueden hasta que pase la tormenta. Si hasta ahora se calcula que cerraron 30.000 PyMEs, el resultado final será mucho mayor. El comercio ha sido fuertemente afectado y no solo por la cuarentena, sino porque la gente hace menos gastos en rubros que consideran prescindibles.
No será fácil para el Gobierno nacional y los gobiernos provinciales y municipales, resolver esta intrincada situación económica. La creciente fatiga fiscal y los desafíos que implica la reactivación pos pandemia, imponen un diálogo que tenga más de praxis y menos de tensión política entre el Gobierno y los empresarios, lo cual parece vislumbrarse tras el mensaje del Presidente rodeado de empresarios y sindicalistas. La reactivación no solo es un acto de fe, si bien la fe mueve montañas, es imprescindible tener la montaña.
La industria retrocedió a niveles de hace 17 años, según la UIA, con un desplome del 31% en abril (17,1% respecto de marzo) con un acumulado en el primer cuatrimestre del 11,5%. El PBI registra una caída del 5,4% respecto del mismo período del año anterior, un dato que condensa la caída acumulada de los últimos dos años del gobierno anterior y los efectos de la pandemia. Sigue cayendo el consumo 6,6%, las exportaciones de bienes y servicios casi 5%, la actividad gastronómica, hotelera, servicios de turismo, cayeron 10,2%, el comercio minorista y mayorista tuvo una merma del 6,5%, la actividad ganadera y el sector agropecuario retrocedieron un 6,2%.
Números muy duros, que nos obligan a transitar por un camino muy espinoso, por donde podremos llegar al final propuesto, pero no exentos de sufrir daños directos y colaterales.
Se requiere de mucha fe, de esfuerzos compartidos entre todos los sectores, de alcanzar objetivos comunes de consenso y mucha solidaridad acompañando a los más golpeados por esta crisis. La fe es un factor fundamental que nos tiene que mantener erguidos, pero recordando el texto bíblico de Lucas 1:37: “La fe no hace que las cosas sean fáciles, hace que sean posibles”.