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Pobreza cristalizada



La pobreza en la Argentina durante la crisis de 2001/02 trepó a más del 50 por ciento, índice que descendió en el transcurso de los años siguientes pero volvió a subir en el último lustro. Hoy, azuzado por las consecuencias económicas drásticas de la pandemia y su único paliativo hasta el momento, la cuarentena, ese porcentaje podría alcanzar, a corto plazo, cifras más escalofriantes aun.

Poco se habla, empero, de la denominada “pobreza crónica” en el país, que según un informe del Centro de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (Cedlas) y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) comprendía, hasta el año pasado, al diez por ciento de la población.

La idea de “pobreza crónica” alude a situaciones de carencias persistentes que no pueden ser superadas aún bajo condiciones económicas coyunturalmente favorables y está caracterizada por cierta inelasticidad a los beneficios del crecimiento y a las políticas públicas inclusivas. Dicho en otros términos, es la pobreza inmutable a los vaivenes económicos; esa que se mantuvo aún en los primeros años del kirchnerismo, cuando la economía argentina se hizo fuerte.

En su trabajo “El desafío de la pobreza en Argentina”, las mencionadas entidades no sólo exponen el doloroso cuadro social sino que denuncian que, hasta aquí, ha sido extremadamente pobre el esfuerzo de las últimas casi cuatro décadas de gobiernos democráticos y, por ende, los resultados del combate contra la pobreza en nuestro país. Tal aseveración se afirma en un dato concreto: desde 1983 a la fecha no sólo no avanzamos, sino que retrocedimos, dado que la pobreza se incrementó al compás del escaso crecimiento del producto interno bruto argentino. Paradojalmente, la asistencia por parte del Estado se multiplicó en todo este tiempo, lo que demuestra que las soluciones aplicadas no logran reducir el problema. Por el contrario, parecieran cristalizarlo.

Además de criticar la trampa del asistencialismo que nada modifica, el mito de la eterna riqueza argentina, las teorías de derrames que nunca llegan y, sobre todo, el fracaso de un modelo de país que debe asignar recursos crecientes al sostenimiento de la pobreza congénita de un tercio o más de su población, el informe aludido desnuda el núcleo duro de este drama, al señalar que uno de cada 10 argentinos padece pobreza crónica, que de ese diez por ciento casi la mitad son menores de 15 años, que en ese segmento se acumula el 70 por ciento de las madres jóvenes, que el 70 por ciento de los adultos estuvo escolarizado menos de nueve años y el 93 por ciento participa en el mercado laboral informal. Todo esto, vale aclararlo, antes de la emergencia sanitaria, económica y social que hoy nos golpea.

Dirigentes políticos de todos los signos han contribuido a que no se dieran ni el debate necesario ni los proyectos sustentables destinados a reducir la brecha social en las últimas décadas. Las matemáticas más simples dicen que no es viable país alguno con tan pesada carga de pobreza, ni afrontándola como un gasto ni ignorándola.



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