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Gobernanza social



La pandemia de coronavirus ha expuesto de manera desgarradora la desigualdad social en muchos países, con casos como el de Estados Unidos, donde la mayoría de las víctimas corresponden a las comunidades afroamericana y latina -las más pobres-, y el de Argentina, hoy con brotes alarmantes en los barrios vulnerables del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).

Un desafío a escala mundial, pero que interesa particularmente a los países en vías de desarrollo, es cambiar el foco de cómo se aborda la problemática de la pobreza, ya que los planes puestos en marcha hasta aquí no han hecho otra cosa que agravarla.

Existen fuertes cuestionamientos, por ejemplo, a que se siga midiendo la pobreza por ingresos. La pobreza en primer lugar, argumentan especialistas en políticas de inclusión social, es dolor y mucho sufrimiento que difícilmente pueda medirse solamente a través de los ingresos monetarios.

Según ellos, esta medición va quedando obsoleta frente a otras multidimensionales que se usan en Europa y que ya adoptaron México, Brasil y Chile, entre otros países. Éstas miden otros aspectos de la vida política, económica, social y cultural que no son solamente el ingreso; miden calidad del medio ambiente, participación, integración urbana, calidad de los servicios públicos, bienestar psicofísico. La pobreza se vuelve heterogénea, multidimensional, cambiante, afirman; por eso consideran que seguir midiéndola por el poder de compra es obsoleto.

El desafío, pues, estaría centrado ahora en repensar las políticas sociales en base a esa multimensionalidad, para que cesen las fragmentaciones que se ven en la traza de las grandes ciudades latinoamericanas.

El fenómeno conocido como dualismo urbano tiene a un reducido grupo de gente encerrada en countries, con altos niveles de seguridad, y en el otro extremo a populosas masas hacinadas en barrios o asentamientos vulnerables a todos los peligros, incluido el coronavirus.

Una comunidad dual y fragmentada trae aparejadas nuevas formas de segregación social. Los pobres siempre fueron los perdedores de todas las civilizaciones, pero los pobres de la modernidad son el resultado de un sistema que presiona y agiganta un monstruo que podría volverse incontrolable si las circunstancias sociales, económicas, sanitarias, ambientales, no mejoran.

No se trata de plantear una distopía porque sí. Que haya una clase media-alta incluida en todos los aspectos y, del otro lado, una masa de excluidos sujetos a los designios de la naturaleza, no es una buena señal para ninguna sociedad.

La pregunta es si en la Argentina se podrá hacer algo para comenzar a cambiar esta situación una vez superada la tormenta del SARS-CoV-2. El hecho de que después de 37 años de democracia tengamos un 40 por ciento de pobres (50 para fin de año por la nueva crisis, según se calcula), no da margen a la esperanza. Sin embargo, volviendo al plano de las políticas públicas, todo será posible si se abandonan las recetas tradicionales y se ponen todas las energías en cambiar la gobernanza (léase buena orientación de la intervención del Estado en lo social).



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