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Llovido sobre mojado



El coronavirus se manifiesta implacable con la tercera edad; alrededor del 80 por ciento de los contagios y víctimas fatales se dan en esa franja poblacional. Llovido sobre mojado para las personas mayores de 60 años, dada la desvalorización sistemática que sufrían de antes.

Por supuesto que lo urgente, hoy, es encontrar la vacuna preventiva o el remedio indicado para contrarrestar los efectos mortíferos del SARS-CoV-2 sobre nuestros adultos mayores. Pero esto no debe tapar lo importante: el crecimiento de los índices de sobrevida constituye uno de los adelantos más trascendentes logrados por la humanidad en los últimos tiempos, pero también plantea una serie de desafíos.

Se trata de tareas que exceden desde luego a las propias que debe enfrentar la ciencia médica y derivan de los múltiples requerimientos que presenta lo que ha dado en llamarse la transición demográfica, es decir la inversión de la pirámide poblacional. La pandemia de COVID-19 sólo ha venido a confirmar la grave situación de la tercera edad a nivel global, con problemas que adquieren muy serios perfiles en muchos países.

Reaparecen, así, viejas demandas desatendidas, como la de integrar a los adultos mayores a una vida más relacionada al contexto social, partiéndose desde luego de la base médica que supone una mejor salud. Los especialistas enfatizan, en este sentido, la necesidad de mantener la actividad mental no sólo rodeándose de gente de la misma edad, sino también valiéndose del contacto con familiares que aporten juventud y vitalidad y con los que se puedan realizar diferentes actividades. Existe coincidencia, asimismo, en torno a la importancia de cuidar la vista, mantener una alimentación sana, realizar actividad física y descansar una buena cantidad de horas, como parte esencial de las claves que deben respetarse para vivir mejor, sin importar los años.

El virus hace estragos en la salud de las personas de edad avanzada, que sufren otros flagelos desde mucho antes. La superpoblación de longevos, por ejemplo, tiene graves derivaciones: la primera de ellas, la crisis del sistema previsional, cuyo peso, por culpa de malas decisiones burocráticas, recae sobre las franjas de población activa cada vez menores.
La denominada “globalización de la vejez” reclama un cambio de conceptos y estrategias y hasta de una nueva cultura social que incluya, por caso, el ámbito del lenguaje, donde sigue imperando una idea casi despectiva de la gente mayor, utilizando términos como “anciano/a” o “sexagenario/a” como se hacía un siglo atrás, cuando la expectativa de vida era mucho menor.

Atender la situación sanitaria de la tercera edad en la actual emergencia es prioritario. Pero el día de mañana los problemas continuarán si no se realizan modificaciones profundas en aspectos sociales y económicos relacionados con ese sector de la sociedad. Con racionalidad e imaginación, el Estado debe buscar estructurar una política integral que otorgue mayor dignidad e inclusión a millones de personas que, sólo por razones de edad, están hoy injustamente devaluadas.



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