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Fuera de discusión



No más que un puñado de países “pelea” hoy por quedar en la historia como el primero en obtener una vacuna efectiva contra el SARS-CoV-2. Pero mientras esta carrera transita por un andarivel, por otro, y en sentido contrario, marchan los grupos que se oponen a las inmunizaciones que la ciencia pone a disposición del sanitarismo mundial.

Antes de desatarse la pandemia de coronavirus ya preocupaba la reaparición de enfermedades prevenibles por vacunación en países en los que estas patologías estaban prácticamente erradicadas y donde, supuestamente, no faltan recursos ni acceso a información de calidad. Por eso es necesario poner el acento en la importancia y la necesidad de vacunarse, acto que en la Argentina es obligatorio desde 1983.

Está demostrado que las vacunas son efectivas para prevenir enfermedades y que, al menos en nuestro país, son seguras y accesibles, ya que en los hospitales públicos se aplican todas las que figuran en el calendario nacional, uno de los más completos del mundo. Si más del 95 por ciento de la población tiene el esquema de vacunación completo, da inmunidad a los más vulnerables, por caso, a las personas a las que, por distintos motivos, no se les puede aplicar (por ejemplo, inmunocomprometidas).

Vacunarse no sólo es proteger la propia vida, sino la de toda la sociedad. De allí la sanción de la Ley Nacional 27.491, cuyo objetivo es generar herramientas que favorezcan aún más el acceso de la población y actualizar el marco legal de todo lo que ya se avanzó en relación con este tema de salud pública en la Argentina.

El valor de la vacunación como forma de prevención de enfermedades no puede ser discutido. Los logros contra la viruela, la polio y el sarampión, entre otros, son símbolos permanentes de la lucha exitosa contra numerosos flagelos, sin contar la reducción a la mínima expresión de otras como la difteria, la tos convulsa, las paperas, que en alguna época se cernían como amenazas permanentes y arrojaban importantes saldos de víctimas, en su mayoría niños, en todo el planeta.

De ahí que resulte irrefutable la afirmación de los especialistas en el sentido de que la inmunización es la acción que ha logrado por sí sola la más dramática reducción de la morbilidad y la mortalidad en la infancia.

A partir de tales nociones, resulta preocupante que, como surge de los registros oficiales, muchos niños, en el país, no reciban todavía todas las vacunas que marca el calendario anual obligatorio. Tan preocupante como la actitud de algún gobierno de discontinuar la vacunación contra una enfermedad determinada.

Lo que más atenta contra los avances científicos en el campo de las inmunizaciones, empero, es la prédica irracional del denominado movimiento “antivacunas”; personas que militan contra la estimulación de anticuerpos por considerar que ello abruma el sistema inmunitario natural.

Las vacunas, una vez probadas y aprobadas por la comunidad científica internacional, quedan fuera de toda discusión. Por algo, el mundo espera en vilo una inmunización contra el coronavirus. Sostener lo contrario equivale a defender el terraplanismo.



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