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De a poco van saliendo a la luz estimaciones espeluznantes sobre el impacto social que dejará este año el coronavirus en la Argentina y el mundo. Claro que ese impacto será más doloroso en aquellos países que, como el nuestro, ya venían de una crisis económica brutal.

Cuasi en default, en recesión, con una inflación anual del 45 por ciento, pérdida del poder adquisitivo y aumentos del desempleo y la pobreza como datos más crudos, la Argentina tiene que hacer frente hoy a una pandemia que obliga a concentrar la mayor parte de sus recursos, humanos y económicos, en el área de salud y en atenuar los efectos del flagelo.

Estudios preliminares permiten avizorar un panorama mucho más crítico que el que se tenía en enero, cuando el coronavirus era una posibilidad tan remota que el propio ministro de Salud de la Nación estimaba que no llegaría hasta estas latitudes. El golpe más fuerte, de lograrse mantener amesetada la curva de casos, vendrá, sin duda, por el lado de la pobreza, que algunos analistas ya pronostican cercana o, incluso, por encima del 50 por ciento para antes de fin de año.

De las encuestas de hogares del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), de los últimos años, surge que un alto porcentaje de las familias argentinas financia gran parte de sus compras mensuales. Traído a la actualidad, ese dato sirve para darnos una idea de cómo están enfrentando la emergencia los distintos sectores sociales.

Antes del coronavirus, cuando la EPH analizaba los hogares por nivel de ingreso, en el 20 por ciento más pobre (quintil 1), sólo el 40 por ciento podía comprar con tarjeta de crédito o al fiado, con el viejo sistema de la libreta. Pero en el 20 por ciento más rico (quintil 5), el 84 por ciento de las familias accedía a distintas vías de financiación.

En una primera lectura, se advertía que quienes menos necesitaban ese crédito son quienes más posibilidades tenían de obtenerlo. De hecho, mientras el quintil 1 recurría sobre todo a canales informales de financiamiento (préstamos de conocidos, fiado en negocios de confianza, etc.), el quintil 5 establecía trato directo con los bancos. En una segunda lectura, en los cinco quintiles se observaba un aumento de la proporción de las compras que se realizaban con el sistema de pago en cuotas. No es difícil imaginar que esta situación se ha visto agravada al máximo después de la parálisis económica del último bimestre.

Y acá viene el alerta: financiar los gastos mensuales más elementales representa una bomba de tiempo. Una cosa es comprar en cuotas una computadora, por ejemplo, y otra muy distinta es cargar en la tarjeta la compra del supermercado.

En el primer caso, estamos frente a una cuota fija y por un período determinado. En el segundo, los montos son variables y, por lo general, crecientes; y acumulativos, porque siempre hay una nueva compra del súper. El riesgo es endeudarse más de la cuenta.

Este es uno de los costados más preocupantes del endeudamiento durante la crisis sanitaria. Pero además, todos los elementos enumerados al principio se agravarán cuanto más se demore la reactivación de un país que ya venía desactivado.



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