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Construcción de lectores y derechos de autor



Por Washington

Algunos años después de su enorme Partenón Griego de libros prohibidos en dictadura en plena 9 de Julio de Buenos Aires, la artista plástica Marta Minujin instalaba en 2011 la Torre de Babel en la plaza San Martín, una gran estructura en forma helicoidal de unos 25 metros de altura con alrededor de 30.000 libros donados por 54 Embajadas de distintos países alrededor del mundo. La obra de Minujin celebraba en esta ocasión la designación de Capital Mundial del Libro a la Ciudad de Buenos Aires por parte de la UNESCO. Respecto de este espacio de intervención pública, la artista declaraba: “La idea fue convertir la torre en un vehículo de cultura, unificar al mundo a través de los libros”. Pero más allá de este tipo de representaciones simbólicas, la construcción de lectores compromete también un arco muy amplio de situaciones: la difusión de las obras, el rol del mercado editorial, legislaciones sobre derechos de autor y el oficio del escritor como trabajador de la cultura, entre otras.

La libre circulación de libros digitales en PDF en un grupo abierto de Facebook hace unos días volvió a instalar el debate sobre la difusión de bienes culturales y la legislación vigente respecto de los mismos y los derechos que asisten a sus autores.

Si bien no se trata de una problemática nueva, esta oleada de descargas virtuales al alcance de un click se vio maximizada por la situación de aislamiento ante la pandemia y la liberación de ejemplares por parte de algunas editoriales para fomentar la “lectura en casa”, lo que provocó que un grupo de escritores y editores manifestara su rechazo a la difusión libre de material recientemente publicado y, por lo tanto, con derechos de autor vigentes.

Muy por fuera de los cruces y calificativos ofensivos que abrieron fuego en las redes de uno y otro punto de vista, Cronopio se propuso enmarcar la problemática consultando a diversos escritores de renombre acerca de su postura al respecto y a especialistas que pudieran echar luz sobre el debate.

Claudia Canteros, abogada del fuero local, explica “el carácter maniqueísta que tomó la situación, porque se ha buscado generar bandos que, por un lado, demonizan los textos que muchos bibliófilos ponen a disposición de otros lectores en razón del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio dispuesto desde mediados de marzo y con fines recreativos y disfrute; y por el otro, se sostiene que el esfuerzo en la creación cultural de un texto literario no puede minimizarse al punto de proceder a su distribución gratuita sin ninguna contraprestación al autor o autora, más aun si están vivos, porque para eso la Ley de Propiedad Intelectual 11.723 (de 1933) se encarga de fomentar y proteger desde el Estado la producción artística nacional”. Además, brindó precisiones respecto de este marco regulatorio, que “desde los años 30, vino a ordenar y a dar una definición amplia sobre la obra artística, donde por supuesto se encuentran escritores, para además crear el Registro Nacional de Propiedad Intelectual, que a la fecha funciona como Dirección Nacional de Derechos de Autor, dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, donde se anotan las obras publicadas, las publicaciones periódicas y los contratos, entre otras funciones. Además, la ley incluye un acápite especial en relación a las penas correspondientes por infracción a las normas allí dispuestas. El objetivo de la ley podríamos decir que se vio cristalizado al establecer una cobertura amplia pero limitada en el tiempo de la obra de autores y artistas, por cuanto aquéllos se encontrarían cubiertos durante toda su vida, como también sus herederos/as, hasta 70 años desde el 1° de enero del año siguiente al de la muerte del autor/a. Luego, la obra artística se transfiere al dominio público para su disposición”.

En diálogo con Cronopio, la reconocida escritora cordobesa María Teresa Andruetto, por su parte, que desde los años 80 trabajó en un centro de construcción de lectores, formación de maestros y profesores como lectores de literatura, asegura: “Puedo ponerme en mi lugar de escritora y ver mis derechos o me puedo poner en el lugar de un maestro o de un profesor, que quiere compartir con otros su gusto por un libro”, por lo que sugirió diferenciar la piratería de un lector ávido: “Yo creo que la piratería es la edición pirata y venta ilegal de libros originales. Incluso hay espacios virtuales donde se los ofrece. Yo a eso lo veo como piratería, no a un lector que se apasiona con un libro y se lo lleva para sí o para sus alumnos, por ejemplo”. También invita a reflexionar acerca del oficio de escribir: “Esto, claro, sería mejor en una mesa donde pudiéramos hablar y compartir ideas acerca del tema. Cada persona tiene su posicionamiento en relación a su producción y el derecho de percibirla de la manera que quiera. La mía es que yo considero que el oficio de escritor tiene facetas que son en cierta forma utilitarias o funcionales al sistema: una conferencia, un texto de reflexión, esto mismo que estoy haciendo ahora. Todo eso sí yo lo considero un trabajo. Ahora, el momento mismo de la escritura (una novela, un poema o un cuento) yo no lo considero un trabajo. Mejor dicho: yo no quiero que sea un trabajo, porque si lo fuera, tendría un ‘amo’. Y yo no escribo para nadie. O por lo pronto, para mí misma. No quiero amos ahí ni otra ley que no sea la de la propia escritura, porque es mi espacio de libertad. Y yo no le puedo pedir a eso que sea un trabajo”.

En tanto, Luciana Strauss, por parte de la Unión Argentina de Escritoras y Escritores, asegura: “Cuando hablamos de trabajo artístico, la cosa parece empantanarse. ¿Por qué? Porque el trabajo artístico produce bienes culturales o simbólicos (una película, un libro, una obra de teatro), que no son como otros bienes materiales (silla, alimentos). En lo que hace a la creación por parte del escritor/a, la producción tiene una forma más bien artesanal (un libro no se escribe en serie y, por ejemplo, el tiempo que lleva es muy variable). Luego de realizado el trabajo de escritura, la producción asume un carácter industrial en el cual participan otras personas y procesos (diseñador/s, diagramador/a, ilustrador/a, imprentero/a, correctorxs, editorxs). Creo que aunque no se lo explicite siempre, subyace en algunos discursos una idealización y romantización del escritor como artista bohemio que es libre de todo contrato y condicionamientos. Es posible que si logramos desenmascarar esta operación ideológica, no tengamos tantos reparos en reconocer que #escribiresuntrabajo y nos espantemos menos con la idea de conformar algún tipo de representación gremial sin sentir que nuestro arte ‘se contamina’ de leyes y regulaciones”.

Los escritores Claudia Piñeiro, Orlando Van Bredam, Samuel Bossini y Juan Basterra también se sumaron a la invitación de Cronopio a aventurar un análisis en torno a este debate que, lejos de resolverse en el mediano plazo, exige el involucramiento de numerosos agentes y la revisión de la legislación para poder regular de manera ordenada la circulación de bienes culturales de una sociedad y, de este modo -como aspiraba Minujin con su torre-, “a pesar de que la integran libros de distintos idiomas, el lenguaje sea el mismo para todos”.

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CLAUDIA PIÑEIRO

“Yo creo que hay que revisar cuánto vale el trabajo artístico de un escritor y cuándo y cómo debe pagarse. Nunca se revisa ese supuesto 10% de derechos que se cobran tarde y mal, sin ajuste por inflación.

Si al escritor se le pagara cuando entrega un texto, como se le paga a quien diseña la tapa, a quien provee el papel, etc, se acabaría el problema entre autores y lectores.

Mientras el sistema actual de darle valor económico a un texto continúe siendo como es, el autor tiene derecho a quejarse porque circula gratuitamente, ya que es su derecho”.

ORLANDO VAN BREDAM

“Alguna vez le escuché decir a Antonio Tarragó Ros (h) que le molestaba que hubiera CDs truchos en todas partes, pero más le molestaba que no estuvieran los suyos, porque eso significaba que nadie los pedía.

Los PDF no autorizados hablan de la importancia de un autor o autora. En mi caso, me produjo halago que algunos de mis libros circularan sin mi autorización ni conocimiento, porque eso probaba que se leían, y es lo que siempre me ha interesado. Los derechos de autor son tan exiguos, apenas el diez por ciento. Sólo eso: un mísero diez por ciento del precio de tapa. Nadie vive en Argentina de los derechos de autor. A los únicos que preocupa el PDF es a aquellos editores que sólo recurren al papel impreso. A los escritores no creo.

Yo agradezco que me roben. Un libro es como pan para el espíritu y el pan no se le niega a nadie”.

JUAN BASTERRA

“En principio, no me parece desacertada la circulación digital de un libro. Esto es, claro está, una posición estrictamente personal. Creo, de todas maneras, que la circulación debe tener algún tipo de control o estar sometida a algún elemento regulador que permita tener una visión clara de los lectores y usuarios que acceden al libro.

De hecho, mi novela ‘Tata Dios’ pasará en pocos días a formar parte de la Biblioteca Digital del Ministerio de Educación de la República Argentina, y esta pertenencia no tendrá ningún tipo de reconocimiento económico pero sí probablemente una pequeña ampliación del universo de lectores.

Las posiciones en contrario a la gratuidad de algunos soportes digitales me parecen perfectamente atendibles también, porque responden a las exigencias y el papel que cada escritor cree desempeñar en el mundo del libro”.

SAMUEL BOSSINI

Derechos de autor. O la Torre de Babel invertida

“Hablar de derechos de autor es, ante todo, a mi humilde entender, olvidarnos de la Palabra Derecho. El autor no tiene derechos reales que lo amparen. Esa, creo, es una primera verdad que abriría el juego para otro debate.

Desde el lugar de la poesía, género que más frecuento, es un universo diferente al de la narración, el ensayo. Es ante todo un universo de soledades. Una enorme soledad. La mayoría de los poetas, el 90%, editan ellos sus libros. Algunos los registran y otros no. Hacen presentaciones donde familiares y amigos concurren y la mayoría de esa concurrencia espera del poeta el gesto de que le regale el libro. El cual, tanto los familiares y poetas que lo recibieron, pocos lo leerán.

Comento lo anterior no por nuevo. En el universo de la poesía, los derechos de autor no existen. Algunos, muy pocos, fueron editados por una editorial importante (hablo de Argentina) y le han dado un pago inicial por la edición; y luego: bien, gracias. Cuántos se vendieron será un misterio, como el de la Atlántida.

En mi caso, de mi libro ‘Mundo natural’, en Esquel hicieron una edición digital y circuló y circula. Yo mismo la envío gratis. Vi poemas míos en sitios de Internet que jamás supe que existían y lecturas que se hicieron de poemas míos que tampoco supe en su momento que se hicieron. Y la verdad es que me hizo muy feliz. A quienes pude contactar les agradecí, y mucho.

No tengo el menor problema con que mis textos circulen por el vasto mundo. Es parte del juego literario la lectura de los otros. No creo que mi oficio sea mejor que otros. Pero es muy duro escribir un libro del género que fuera. A muchos les toma años de escribir, reescribir, dudar, frustrarse, descontraerse con la palabra, caminar y dormir con un texto que se niega o el autor aún no logra que los caminos coincidan y el texto vea la luz al final del túnel.

Desde la narración es otra lectura. Aunque un 10% del precio de tapa no salva a nadie. Sí es cierto que la circulación es otra y con un apoyo de los medios de difusión, de la cual la poesía carece, ayuda y mucho a tener algún impacto en librerías a los títulos de narración y de ensayos.

Hay una Ley del Libro cajoneada en el Congreso desde hace siglos. Duerme el sueño de los justos. Un sueño que sabrá o sabemos por qué no despierta. Mientras, a defenderse como se pueda. Quien logre cobrar algo o mucho, debe esperar 6 meses. Quien tenga un agente literario que se dé por ungido por los dioses.

Otros, los poetas, a seguir construyendo sus obras. A seguir transitando el desierto. Que es, en definitiva, donde la Palabra crece y llega a los ojos de los otros desnuda de derechos, pero vestida de autor”.

MARÍA TERESA ANDRUETTO

“Mi postura en cuanto a la construcción de lectores no es algo de hoy sino que la he ido construyendo a lo largo de toda una vida de escritora y lectora. Nunca tuve ni tengo ni tendré posiciones agresivas porque no es mi manera. No me gusta el modo en que circularon las agresiones en las redes. De ninguno hacia ninguno. Sobre todo porque no dejan pensar.

Esta situación de encierro ha hecho sí que se visibilizaran algunas cuestiones en torno a los bienes culturales y la sociedad. Y las posiciones pueden tomar todo un abanico de matices. La mía no es una posición extrema, porque yo circulo en las editoriales comerciales y alternativas, en las más grandes, las medianas y las pequeñas, las que se llaman independientes y las editoriales de los grandes grupos. No es que yo considere que todo debe quedar al libre acceso. Tengo una posición matizada al respecto entre los espacios de circulación editoriales, con contratos, derechos y regalías a cobrar, etc, y otros modos de circulación que hacen a la construcción de lectores. Entonces no posiciono a este debate en términos morales, no me gustaría ponerlo en ese lugar. Lo veo como un debate acerca de la circulación de los bienes culturales y las múltiples maneras de construir lectores en la sociedad. Porque la literatura, para existir, necesita de la industria, si bien puede circular de otras maneras.

Pero todas las maneras de leer y reconocer a un autor y a ciertos fondos editoriales dependen de la calidad lectora de una sociedad. En la medida en que mejore la calidad lectora de una sociedad, mejora la escritura de sus autores, la calidad de edición y la circulación.

Pero, ¿qué pasa en una sociedad como la nuestra, donde hay más apetencia lectora que posibilidades de compra de libros? Entonces, un lector se alimenta de libros comprados y de los que le llegan de cualquier otro modo, en cualquier circunstancia, todo lo cual se ve reforzado en este momento de encierro.

Yo creo que cualquier lector que se mire a sí mismo va a ver que no todo lo que ha leído lo ha comprado: lo ha fotocopiado, lo ha bajado de Internet, lo ha leído prestado… todo eso coexiste como práctica de lectura. Y también existe el robo, el paso secreto, el libro usado… Pero eso no quita la venta de libros.

Pongamos por caso: una novela que circule bien en el circuito literario en Argentina edita unos 2.000 ó 3.000 ejemplares. Si le va muy bien, seguramente se reedita dos, tres, cinco, diez veces. Sería una novela muy exitosa. Tres mil por diez: 30.000. Queremos que haya más de 30.000 lectores en nuestro país. Seguramente los hay. Dentro del panorama de Latinoamérica nos enorgullecemos de eso. ¿Y por qué? Porque hubo -porque hay- un trabajo sostenido de construcción de lectores desde hace muchos años, llevado por maestros, profesores, narradores orales, artistas que comparten… De todo eso se hace la literatura de un país”.



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