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De la que nos salvaste, Alberto

Una columna de Mario Brignole



Cada vez que prendemos la TV, la realidad aterra.

En la primera potencia económica del mundo (EEUU), por priorizar la economía a la salud, pasaron en 15 días de 1 caso a 130.000 infectados. Hoy superan los 200.000.

Lo peor es que cada infectado multiplica la pandemia. Hacer la cuarentena hoy, ya es tarde. No se puede aislar a tantos portadores de la peste.

Aunque nada está dicho porque esto cambia día a día, la celeridad de Alberto en decretar la cuarentena obligatoria parece haber ralentizado la propagación. Así, con 72 personas que necesitan terapia en todo el país, el sistema sanitario tiene cómo responder.

En las crisis se ven los grandes líderes

Y no se trata de que nuestro Presidente sea Súperman, como lo dice la Revista Noticias. Simplemente demostró que ser líder es saber escuchar.

No hay liderazgos verdaderos que no se fundamenten en la apertura para recibir la opinión de los especialistas.

Ninguno lo sabe todo, un buen líder debe saber a quiénes escuchar.

Abrirse a opiniones de los formados en cada arte y oficio, y sopesar diferentes visiones fundamentadas para resolver con buen criterio.

No parece tan difícil y, sin embargo, lo es.

El ejercicio del poder, muchas veces conlleva a la soberbia y al encierro. Por eso la historia coloca a cada uno en el lugar que merece.

A esta altura, la discusión sobre la prioridad entre mantener la economía funcionando a pleno o preservar la salud pública es ridícula. EEUU priorizó mantener la economía a pleno; hoy, con tantos infectados, tendrá que pararla y encarar una cuarentena.

Un líder sensato debe saber que, tomada a tiempo, una medida de tamaña dureza como la cuarentena evitará males mayores a cortísimo plazo.

A las pruebas me remito.

Sin maldad, ¿puede el lector imaginarse qué nos hubiera pasado si Mauricio fuera hoy el Presidente?

Las crisis desnudan la pequeñez de muchos

Entre las buenas cosas que afloran de esta crisis, ver a dirigentes como Rodríguez Larreta y los gobernadores del PRO codo a codo con el Presidente y empujando este carro para sacarnos de ella, contrasta con algo que todos ya sabíamos.

Uno de los mayores problemas del país es un sector del empresariado (no todos, pero sí los más poderosos), para los cuales la Patria son ellos mismos.

Son los que ordeñan a los argentinos con niveles de ganancias obscenos, impropios del mundo capitalista al que dicen pertenecer. Son los que pagan migajas por los productos (leche, manzanas, carnes, etc) y que multiplican arbitrariamente los precios en las góndolas. Los que, como tantas farmacias amigas de Macri, esconden el alcohol en gel para multiplicar su precio o que aprovechan la crisis para despedir masivamente a sus empleados para bajar costos.

Son como los sepultureros, que prosperan ante la muerte y la desgracia.

Y no hay casualidad que cuando el Presidente sale a torear en público al mayor empresario del país, uno de los más ricos del planeta, grupúsculos del PRO inicien campañas en los medios hegemónicos y por redes sociales con una versión del “que se vayan todos” y el discurso de la antipolítica.

Sin duda que cada ciudadano repudia algunos gastos de la clase política, pero qué casualidad que durante los 4 años de Macri esto no fue tema de discusión, o que obviemos que más de 40 dirigentes de Cambiemos sigan atornillados en los directorios del Estado/ANSeS en las empresas con sueldos de $ 550 mil por mes.

Tampoco es casualidad que tras ellos esté Macos Peña, “el monje negro” o Patricia Chocobar Bullrich o Waldo Wolf o el defensor de la dictadura Lopérfido.

Las crisis nos muestran tal y como somos. Blanco sobre negro.

Qué otra cosa podemos esperar de estos personajes; tan ridículos, que hasta Lilita Carrió debió salir a criticarles el oportunismo político.

Que estos buitres no opaquen la grandeza del pueblo

No quisiera que estas pequeñeces me impidan valorar la epopeya del sufrido pueblo argentino.

El 99% de los argentinos, en condiciones económicas muy complejas, sigue encerrado en sus hogares, donde falta comida y espacio, atravesando con angustia el día a día, saliendo en cuentagotas a los cajeros para proveerse de efectivo, a los comercios a comprar para la diaria, porque la mayoría no puede comprar para la quincena.

Cada día, en mi comunidad afloran miles de problemas pequeños o mayores, que debemos intentar solucionar aplicando “sentido común”, conteniendo al miedo de muchos, llevando serenidad en medio de la tormenta.

Cuando esto pase -que pasará-, ya no seremos los mismos.

Por fin, algunos ciegos entenderán que la Patria es el otro, no como cuestión meramente filosófica sino práctica, ya que no hay fortuna que nos proteja si el vecino se contagia, ya que seremos los próximos.

Estamos aprendiendo que hay que cuidarnos entre nosotros, porque si no, lo que le pasa al otro nos pasará también.

Será el momento de asumir que ningún hombre es una isla; que una comunidad es justamente eso: un colectivo de gente diversa con pluralidad de opiniones, pero que antepone el bien común a lo individual, para entrar a ser “gente que vive en común unión”.



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