ELLA LLAMÓ

cuando yo
sólo necesitaba un mensaje,
llamó
en medio de la noche
mientras lloraba.
Corrí hacia donde estaba
sin saludar a mis amigos
(a veces siento
que sigo ahí).
Llegué hasta ella
me abrió las manos
su voz temblaba,
nunca me dijo por qué.
Era el momento de abrazarla
y no lo hice.
No le abrí las manos,
sólo me detuve
en su boca
y en su extraña manera
de mirar.
Quería la verdad
como una daga que se comparte
y se disfruta.

De un clic
me transfirió todas sus dudas
y vagamos por la ciudad
tratando de entender
que no había palabra
ni lugar
donde escondernos.

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DESNUDOS EN EL JARDÍN

despertamos, con el sol desmayado
y la fruta pegada
entre los dientes.
Esa noche
hicimos propio un rebaño ajeno;
escondimos las llaves del Edén
y pintamos las paredes que poco
nos cubrían.
Fuimos el agua y el vapor a la vez,
la tecla para curarnos.
Pero nunca vimos
los cambios en el clima
ni escuchamos las noticias
de los pájaros que cantaban
sobre la cama.
Tampoco sentimos el perfume
que nace cuando se mezcla
Dios y deseo
pasto
con leche.
La niebla avanzó.
Nosotros
hubiéramos preferido
morir
antes de parar
nuestra música.

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LÁMPARAS Y LAPICERAS

Don Gómez entra a mi oficina
vestido de campo y rezo,
me pide que le vea unos papeles.
No sabe dónde fue a parar su taba;
me cuenta de su juventud perdida
de las flores que riega
a la manera que lo hacía su Papá.
Habla de él como si lo estuviera mirando;
se detiene en la infancia de los campos,
baila con los ojos
por medio de los cañaverales,
baja por el río cubierto de silencio
y llega a la madera
que lo vio nacer.
Todo en él
es dulce pausa
y no
no puedo contarle
de la Ciudad y sus relojes
de las aves del insomnio
colgadas en largos pasillos
de la luna atravesando las columnas
y la sombra de la cúpula
desplegando
su oscuridad
no
no puedo contarle
todo en él
es dulce pausa
devorando el tiempo
los colores…