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Introspección

Una columna de Benjamín Fernández Bogado



La epidemia del coronavirus ha supuesto una extraña mirada hacia el interior de cada uno. Hemos vuelto a conversar con nosotros. Forzados a aislarnos hemos abandonado los espacios públicos masivos dominados por el grito, la euforia o la multitud. Los encuentros deportivos a puertas cerradas nos abrieron, sin embargo, relaciones olvidadas en la mesa de unos hogares vueltos en espacios públicos ignorados por sus ocupantes desde hace mucho tiempo. El miedo se apoderó de muchos y se encontraron sorpresivas fortalezas en la relación con el más próximo. Las instituciones educativas cerradas, los viajes reducidos, los bares limitados y el temor al otro nos están forzando a una extraña introspección. Nos miramos hacia adentro, conversamos más con nosotros mismos, disfrutamos de la soledad de una manera desconocida y redescubrimos en las relaciones cercanas virtudes alejadas por el apuro, el ruido y la prisa.

La pandemia del coronavirus es un grito del yo interior acallado por una urgencia social que resultó más artificial que lo que se suponía. Ni somos tan imprescindibles como lo creemos ni hay tantas urgencias como parecen. Los espacios públicos han sido abandonados ante el temor de la propagación del virus y muestran en sus calles y edificios que nada ocurre demasiado trascendente si dejamos de transitar por los mismos. La supuesta fortaleza conseguida con el paso del tiempo no es real. Nuestra herencia genética nos recuerda epidemias mucho más mortales que la actual para la cual estamos mejor preparados, pero sin embargo no dejamos de temer lo que acontecía entre nosotros hace un siglo cuando la “fiebre española” se cobró 100 millones de muertos. La introspección nos sorprende fuertes y débiles al mismo tiempo. Cercanos y lejanos. Ciertos y angustiados. Redescubre nuevas virtudes y sepulta antiguas certezas tomadas como dogmas. Hemos vuelto a ser en un todo despojados del egoísmo imperecedero. En guaraní -una de las lenguas nacionales del Paraguay- nosotros se dice de dos maneras: ñande que incluye a todos los que participan de la conversación y ore que excluye. Hay una primera persona en plural que incluye y otro lo opuesto. Esta pandemia reclama el ñande y desconfía profundamente del ore. La mirada hacia adentro puede favorecer la creación de un imaginario de mayores certezas en un tiempo dominado por lo precario, incierto y frágil. Es posible que salgamos más fuertes de esta prueba de aislamiento forzado en el que nos ponen gobiernos desbordados de dudas y llenos de incapacidad de gestión.

La introspección del coronavirus parece una llamada angustiosa para vernos de una manera distinta y para proyectar un destino más claro. Es también una prueba a la fortaleza de nuestra identidad y a los valores que la sostienen. Redescubrirnos tan frágiles, solitarios y ansiosos para buscar la propia compañía de uno mismo y del cercano probablemente sea un aporte no buscado de esta crisis sanitaria cuyo impacto global nos estimula a percibirnos tan cercanos y lejanos de todo. Somos finalmente lo que decidimos ser luego de una gran prueba a la que estamos sometidos. Conocernos es el principio de miradas creativas e innovadoras y esta crisis así nos interpela y proyecta.



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