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“Una flor que allá no existe” (fragmento)



Lunes

Mi vieja me saluda con la mano y yo asiento, le pregunto cómo anda. Por acá todo bien Pe, me dice, contá de vos, cómo te fue hoy. Normal, creo que bien. Con el idioma cómo te manejaste, pregunta. Sin problemas, algunas respuestas las redacté medio choto, nada grave, le digo y me miro fijo en el cuadradito chiquito de la esquina de la pantalla. Mi vieja levanta una taza y se queda quieta dos segundos, como si le fueran a sacar una foto, después la apoya, imagino que en la mesa, por detrás de la computadora, y levanta también un plato con galletitas, que no se llegan a ver bien, y hace lo mismo que con la taza. Adiviná qué estoy merendando, dice contenta. No sé ma, le digo. Dale Pe, adiviná, insiste. Café y frutigrán. Ella hace que se sorprende y se ríe y me dice que soy un genio, y yo no le digo nada pero tengo ganas de ir al baño.

Me llega un mail de Tati. Dice que quiere saber cómo estoy, cómo andan mis cosas, que cuando tenga tiempo y ganas le cuente, que si tengo amigos, qué tal la facultad, el campus, el país, la comida, la gente, bueno todo, que los pibes me extrañan mucho y hablan de mí, que siempre piensa que a la distancia debe ser todavía más difícil, y me manda un abrazo grande. Voy al baño. En el pasillo no hay nadie, tampoco ruido. Meo y vuelvo.

En Instagram Pochi me escribe cómo andas bro. Bien. Dice qué tal el parcial y le digo que tranca, veremos. Le pregunto cómo estuvo el cumple de Belu y me dice que nada especial, unas birras. Que me cuente más, si se escabiaron fuerte, si bailaron, qué onda los pibes, si estaban Marian y Pablito. Dice sí, Fla y Marian hicieron un alto baile, estaban estallados con un tema de Jimena Barón, el de la cobra que se cobra todo lo que hiciste bebé, y me cuenta que estaba Mariela, quería saber de mí, parece que estaba menos enojada. Me da una arcada y me dice que en realidad habló Marian, pero un toque. Qué garrón. Después me escribe que Marian está con muchas ganas de irse el viernes, que desde que el viejo le regaló el pasaje está bastante mejor, que sin eso no sabe si se recibía, en un momento le había dicho que iba a dejar la carrera, por suerte ahora ya tiene la valija preparada. Le mando una carita sonriente y cierro la conversación. Al toque la vuelvo a abrir y le escribo que yo también tengo altas ganas y qué groso tener un amigo abogado. Escribe qué envidia, guacho, y me pregunta cómo está la relación con la portuguesa y le digo que justo hoy hablé bastante en la combi, que la invité a unas birras mañana a la tarde en el parque y me dijo que sí. Después invento otra cosa más pero la borro. Genial bro, me dice. Le pregunto cómo viene todo con Belu y me dice que joya, están bien. Mandale un beso enorme, le digo, la extraño. No te la vayas a coger jajaja, dice, y después que le manda, que ella el otro día dijo que también me extrañaba. Le pongo otra carita sonriente y le digo que me voy a acostar. Qué hora es ahí, pregunta, y le digo las once, que aprenda que la diferencia es de cinco horas, no es tan difícil, la hora de ahí más cinco, que trate, que le va a costar pero que él puede. Chupame la pija, dice, vos podés. Y pone un corazón. Jaja.

Cierro la notebook y me saco el buzo, lo doblo y lo guardo en el armario. Hago lo mismo con la remera y me froto el brazo, está todo oscuro y entonces me imagino que la herida está abierta y que sangro. Prendo la luz rápido, la cicatriz casi no se ve. Me pongo la de la empresa de mi viejo que uso para dormir, me saco el pantalón y lo cuelgo en el respaldo de la silla. Vuelvo a apagar la luz, me acuesto y aunque está todo oscuro me quedo con los ojos abiertos. Me parece que entre el techo y yo hay gusanitos, puntos brillosos. Pongo la palma de la mano a la vista y cuando miro fijo un dedo desaparece, pero cuando miro para un costado ese dedo aparece otra vez. Doy vueltas en la cama y me acuerdo que le tengo que responder a Tati. Mañana le voy a escribir. También pienso que me gustaría comer un alfajor helado de verdad, morder las pelotitas y sentir el frío del gusto alfajor pegado en los dientes. Suena el celular y me siento para alcanzar la mesa. Veo que dice Mick y me acuerdo que habíamos quedado en hablar para juntarnos a la noche, seguro volvía a haber fiesta en algún cuarto con las canadienses. No atiendo y me acuesto. Otra vez miro fijo un dedo y por un rato se borra. Me imagino que soy un extraterrestre, que mis manos tienen cuatro dedos.



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