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Salir del barro



No hace falta ser economista para concluir que la Argentina vive horas críticas. La situación es la más grave desde 2001 y, en términos globales, escapa a un gobierno en particular. Por lo tanto, son tiempos para la prudencia, la reflexión y el trabajo mancomunado.

Como nadie puede tirar la primera piedra después de casi una década de estancamiento económico, es momento de aglutinar voluntades para un fin más loable que el desdeñable propósito de destruir al adversario por el simple hecho de pensar distinto. Es, en momentos, como el actual que debe aparecer todo lo que de solidaria y altruista tiene la política bien entendida.

Es absurdo, además de peligroso, por las consecuencias no deseables que puede acarrear en una sociedad enferma de violencia, que inclusive dirigentes de primera línea de distintas corrientes ideológicas encabecen desde las redes la viralización de mensajes agresivos contra sus oponentes en el campo del pensamiento. Caer en la crítica rápida e irreflexiva, con razón o sin ella, está lejos de la actitud mesurada, pensante y constructiva que todo político debería exhibir siempre.

El delicado cuadro social y económico demanda buscar coincidencias, más que resaltar diferencias. No porque no sea importante defender lo que cada uno piensa y cuestionar los errores ajenos, sino porque hacerlo a través de ataques sistemáticos por las redes está muy lejos de lo que exigen estos tiempos difíciles.

La sociedad, y esto vale tanto para los argentinos en general como para los formoseños en particular, está harta de ver a los políticos peleando y discutiendo, muchas veces sin sentido. Estos deberían advertir que la gente los desprecia cuando abusan de la agresión verbal y en cambio los valora cuando, por ejemplo, desde la oposición, contribuyen con la gobernabilidad de quien gobierna, aun remarcando los desaciertos. Buena impresión causan también cuando desde un estamento de gobierno superior, con más posibilidades de recursos, hacen obras con generosidad en los gobiernos locales extrapartidarios. Porque esas obras y realizaciones no son un regalo a un gobierno local de otro signo político, sino porque los beneficiarios son, en última instancia, los vecinos.

Ergo, la política debería retomar este año el camino de las propuestas, del que se ha desviado hace ya bastante tiempo, y subir la puntería, lo cual significa que sus dirigentes estén dispuestos a tender la mano franca al adversario circunstancial y no a asestarle puñaladas traperas.

No agitar las aguas en horas complicadas para todos implica ser mesurados en los discursos, sin dejar de criticar, pero priorizando siempre el espíritu constructivo que el ciudadano común está exigiendo. Esto es, salir del barro.

En vez de sacar a relucir lo peor de la política, lo más mezquino y mediocre, algún oportunismo o especulación menor, esta crisis debería convocar a la reflexión, a la creatividad y a la grandeza. Después de todo, no es sino con más y mejor política que este país podrá salir adelante, dejando fuera de carrera a los incapaces de cultivar la tolerancia como excelsa virtud democrática.



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