Elba Albornoz o “la tía Elba”, como todos la conocen, es una mujer de 96 años que marcó la historia de varias generaciones. Apasionada por la docencia, recorrió diferentes instituciones educativas, donde con amor y paciencia brindó conocimientos y fundamentalmente valores a sus estudiantes.
“Siempre me tocaban los más chiquitos, de los primeros grados. Trabajaba todo el día porque había muy pocas maestras”, cuenta “la tía Elba” a La Mañana, mientras aprieta los dedos en su mesa de jardín, con deseos de seguir jugando a las cartas. A su lado, un mate y ese aroma agradable que sólo se siente en la casa de la abuela.
Esta seño, a quienes sus alumnos aún la saludan cuando la cruzan en la calle, llegó a ser directora de la Escuela Nº 58 durante muchos años. Hoy, pasa sus tardes jugando a la loba, haciendo crucigramas, pintando y tejiendo; siempre rodeada del amor de su familia.
Pasó por escuelas de Ibarreta, Fontana y varias de la capital provincial. Con su primer sueldo, compró un caballo. “Era necesario para ir a la escuela porque en ese tiempo no había otro medio de transporte”, cuenta Gladis, su hija. “Algo había que hacer”, añade Elba.
Cuando llegó a la ciudad, vivió junto a su familia en un hotel ubicado en 25 de Mayo y Moreno, donde hoy funciona una conocida farmacia. Luego compraron una casa en la esquina de 9 de Julio y José María Uriburu, lugar donde se crearon los mejores recuerdos familiares. Allí hoy funciona el Correo Argentino.
Puertas abiertas
Elba tiene tres hijas, tres nietos y dos bisnietas. Ellos son testigos fieles de un gran ejemplo de solidaridad y ternura desinteresados hacia los demás. Esta mujer acogió en su hogar a muchas personas de manera desinteresada, en su mayoría gente del interior que llegaba por primera vez a la capital.
“Siempre recibí gente en mi casa. Venían chicos del interior a estudiar o familias que tenían turno en el hospital. Todos tenían un plato de comida en mi mesa o un lugar donde dormir”, cuenta tímidamente Elba. Afloran en su memoria aquellos tiempos en que recibía a sus visitas y la emoción provoca un silencio profundo.
Recuerda una vez que siempre iba al Hospital Central a ver quién no tenía donde dormir. Se encontró con la historia de un hombre muy mayor con una enfermedad terminal, que la conmovió. “Mi mamá lo trajo a casa y lo cuidó hasta el último minuto de su vida”, relata Gladis. “Para qué me dio Dios las cosas si no es para darles a los demás”, sentencia sin dudar doña Elba.
Luego de una ardua vida dedicada a cuidar a los demás, la querida tía Elba irá a vivir junto a sus hijas a Salta. La espera el resto de su familia que vive ahí y mimará y cuidará de ella. En Formosa quedará por siempre el recuerdo de una de las mejores educadoras que tuvo esta provincia. De esas maestras, “que ya no hay”.