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Problema social



Muchos chicos consumen sus días de vacaciones conectados a celulares o tablets; es decir, alejados por completo de los juegos y actividades deportivas o recreacionales al aire libre.

Asombra a los padres ver el interés supremo de sus hijos en las nuevas tecnologías, las cuales aprenden a manejar a edad cada vez más temprana. Pero ese asombro viene acompañado de preocupación, ya que a diferencia de los “jueguitos” pasados de moda con los que la mayoría de los hoy adultos se crió, los dispositivos electrónicos actuales están conectados. O sea, funcionan en red.

El dato, no menor, amerita un análisis serio. Así como niños y niñas aprenden a manejar los dispositivos más modernos desde muy pequeños y cuando son adolescentes esas tecnologías ya no tienen secretos para ellos, el manejo de las relaciones humanas que se generan en ese entorno virtual no se aprende a la misma velocidad.

Cuando quieren enseñarles a escribir o a sumar y restar a sus hijos, los padres se sientan y les explican. Pero no ocurre lo propio cuando esos chicos crecen y se “enamoran” del Smartphone. La tecnología amplifica la capacidad de acceder a contenidos y a interactuar con otros pequeños nautas, y los padres, por lo general, no quieren privar a un hijo de una herramienta tan importante.

Pero un infante conectado está expuesto a distintos riesgos. Desde el grooming (un adulto se contacta con un menor vía internet con propósitos sexuales) hasta el bullying (un grupo somete a un chico a abuso físico o psicológico, potenciado por las interacciones en redes sociales y aplicaciones de mensajería), pasando por una sobreexposición de la intimidad (un chico comparte un material que no debería y se difunde más allá de su control), grupos peligrosos (un chico puede pasar a formar parte de un grupo que promueve conductas peligrosas, por ejemplo, ‘La ballena azul’) y hasta fraude o actividades ilegales (un chico puede ser engañado para vulnerar su propiedad o la de su familia).

Estas situaciones se pueden prevenir, pero para ello debe tomarse conciencia de las consecuencias reales y concretas que tienen las interacciones en los entornos digitales. El primer paso es dejar de considerar “virtual” el contenido de las redes sociales, ya que muchas cosas que pasan por ahí tienen consecuencias en la vida real, para bien o para mal.

Frente a las nuevas tecnologías, los hijos necesitan la ayuda de sus padres. No precisamente para configurar el w-fi, sino para aprender a elegir con quiénes y cómo interactúan. El diálogo es fundamental en este aspecto. Pero si bien la parte más importante del cuidado ocurre en casa, el Estado también tiene una tarea importante.

No alcanza con que, en la Argentina, el grooming haya sido tipificado como delito hace seis años. Todas las instituciones gubernamentales deben incorporar la sensibilidad y la mirada proactiva respecto de este nuevo tipo de riesgos.

En un mundo donde las herramientas tecnológicas modifican permanentemente los hábitos y la conducta de las personas, la falta de conciencia sobre los riesgos familiares que se corren debe ser abordada como un problema social.



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