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EMOTIVO REGRESO DE “GUAUCHOS”

La hechizada alforja del Viento



Por Washington
Foto: David Lescano

"El canto del Viento", aquel memorial poético que Atahualpa Yupanqui editó en 1965, abre sus páginas con una descripción cabal de la quintaesencia de la música. En ellas, nuestro poeta asegura: “Corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso. En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento”. Y agrega: “Pero a veces la carga es colosal, y termina por romper los costados de la alforja infinita. Entonces, el Viento deja caer sobre la tierra, a través de la brecha abierta, la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero”.
Aquella alforja infinita de canciones cedió finalmente a la carga colosal de la espera y el Viento trajo a “Guauchos” una noche al reencuentro con el público formoseño, que colmó el Multiespacio EXXIM ávido de revivir aquellas canciones que supieron franquear la barrera permeable del tiempo.
Lejos de la estridencia innecesaria y con una puesta íntima pero profundamente emotiva, la noche prestó su calma y dio lugar al reencuentro con viejos amigos y colegas en el escenario, como Matías Romero (en violín) y Mauro Cerimele (en acordeón), donde las canciones se encargaron de cerrar un año de cambios profundos en la banda, pero con el brío de iniciar una nueva etapa que los encuentra siempre dispuestos a seguir creando, ya en plena sintaxis junto a Gastón Benítez (guitarra) y Agustín Garay (bajo).
Sonidos del monte regional y su fauna característica ambientaron el inicio del show, donde “Chagua”, “Tiempos raros”, “Dejame que me vaya” (“Cuti” Carabajal/Roberto Ternán), “Te voy a contar un sueño” (Jacinto Piedra), “Vienen” y “Chaka Renga” retrataron aquel disco homónimo de 2011 que los convirtió de inmediato en artistas de proyección nacional en aquellos años, con una propuesta folk rock psicodélica sumamente novedosa.
“Para el viento” redobló la carga emotiva con la precisa y cálida voz de Chechu Giménez y Nano Basadoni en guitarras, mientras Juanmi Castellani dibujaba suaves acordes desde un rincón de la noche.
De “Pago” (2013) hubo pinceladas memorables de “Escuchando tu voz”, “Mi flecha”, “Pago por volver”, “Una canción que espera”, “Milenios” y “Algo de vos”, disco con el que acentuaron con identidad propia su propuesta artística, no sólo desde lo musical sino también con un cuidadoso arte de tapa y gráfica, siempre a cargo de Marcos Nde Ramírez.
Cuatro canciones que serán parte de su próximo trabajo discográfico en este 2020 tuvieron su apartado especial. “En cuántas sorpresas”, “El canto de los pájaros”, “Sin saber” y “El dolor” abrieron la alforja del viento y fueron hilachas de melodías disueltas entre la gente, que las hizo propias mientras Juan Manuel Ramírez, con su bombo, “imitaba la respiración jadeante de la tierra, cansada de dar frutos”, al decir de Yupanqui, que agregaba: “Cuando la tierra da mucho maíz, mucho trigo, mucho algarrobo, mucho girasol, mucho lino, se cansa, como se cansa el hombre trabajando, y jadea. Su respiración es jadeante. ¿Y cuál es? El bombo es el jadeo de la tierra cansada”.
Su ya clásico “Chamamix” coronó una puesta cargada de profundas emociones. “A mi tierra” (Saturnino López), “Pescador y guitarrero” (Horacio Guarany) y “Corazón delator” (Gustavo Cerati) subieron los decibeles de un encuentro aguardado por un largo tiempo.
Unas 20 canciones más un plus final de Federico Baldus junto a la artista asuncena Stefy Ramírez pusieron corolario a la noche con “Recuerdos de Ypacaraí”, aquella guarania de la que Zulema de Mirkin confesó alguna vez haber escrito por pura “visión” e “inspiración” en 1951, sin conocer aún Paraguay.
“Guauchos” cerró una etapa con este regreso tan esperado y marcó a fuego, con un puñado de canciones, el pulso del público formoseño, que aguarda siempre expectante reverdecer en ese mítico arbusto cuyo fruto son las canciones infinitas que le presta el Viento de su alforja y arden con facilidad en la memoria colectiva.



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