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El engaño del azúcar



Caminaron tras las promesas con esperanza, los que habían llegado hacían ofrecimientos, sabiendo que los que ya estaban no tenían más opciones que aceptar. Fue así que los nivaclé accedieron a trabajar con los que habían llegado, después de haber sido desplazados del hogar.
Los nivaclé no tenían otro refugio más que el monte y lo que él quisiera darles, así vivieron el tiempo del exilio.
Ellos se movían como el agua por el territorio, con la certeza de que la tierra los ampara porque ellos la respetan, pero los que habían llegado sólo se repartían sus pedazos sin entender el agravio.
Así anduvieron hasta establecerse en pequeñas aldeas escondidas.
Los que habían llegado prometieron trabajo y dignidad, un regreso pacífico al lugar donde habían vivido y dormían sus muertos. Ellos, con el alma cansada de errar y resistir, aceptaron y creyeron en el movimiento del tiempo y la transformación de las cosas. Por eso caminaron tras las promesas con esperanza, pensaron que convivir era posible.
Los hombres nivaclé trabajaban sin descanso en el Ingenio Ledesma, triturando y macerando los tallos de las cañas bajo la filosa mirada de la Gendarmería.
Las mujeres cocinaban y lavaban la ropa de los que habían llegado, siempre con el temor de ser la próxima ultrajada.
Los gendarmes eran violentos e impertinentes en el trato con los nivaclé, pero la impertinencia desaparecía cuando el señor venía a controlar la producción, y sus trabajadores en su presencia eran como simples lacayos que se peleaban por complacer al rey para ganarse un lugar de privilegio. La Gendarmería en ese tiempo era el bufón de la Corte, la mascota, la servidumbre del poderoso.
Los nivaclé trabajaban por monedas y ropa de segunda mano. Pero cuando un pequeño grupo dejó de pedir y empezó a exigir el salario prometido, surgieron las complicaciones.
Al día siguiente fueron llevados a una de las aldeas vacías, una de las tantas que habían sido ocupadas por los que habían llegado. Los gendarmes se mostraron amables y los invitaron a compartir la mesa que habían armado para agasajarlos. Los nivaclé comieron y bebieron con desconfianza. El maltrato y la explotación eran inolvi-dables, pero el hambre y la necesidad los estaban consumiendo. Por eso cuando vieron la comida, a pesar de la desconfianza se sentaron a la mesa.
Fue después del banquete que comenzó el horror. La Gendarmería tomó sus armas y fueron ellos ahora los que se deleitaban con su propio banquete, risas y disparos, se escuchaban, gritos y silencio. Los perros le ahorraron al patrón mucho dinero en salarios y corrieron hasta él moviendo la cola para esperar la recompensa.
Las matanzas se repitieron silenciosamente durante mucho tiempo, los que lograban huir se escondían y guardaban el secreto por temor, hundidos en la fronda del monte.
Los nivaclé estuvieron al borde de la extinción, siempre perseguidos por los perros, borrados de la historia oficial; y aunque ahora viven dispersos por el territorio, la verdad se extendió y se siguió contando en muchas lenguas.



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