Tomás tiene 14 años y nació con diabetes, lo que significó un desafío para él y su madre, Marcela Benítez, quien hoy preside la Fundación Ayuda al Diabético Infanto - juvenil (FADI).
“Cuando era bebé, era obeso y los médicos no sabían qué tenía”, comenzó contando a La Mañana la mujer, que durante años debió viajar de manera periódica a Corrientes para sus tratamientos.
A esta altura de su vida, Tomás ya está acostumbrado a su ritmo de vida, que le demanda una jornada organizada y la dependencia de la insulina, propio del tipo de diabetes que tiene.
“Cuando sos más chico, te da un poco de vergüenza; uno no quiere contar porque ‘es raro’. Cuando llegué a mis 10 años tomé la postura de decir que es mi enfermedad, que me daba igual lo que me diga la gente porque esto no iba a cambiar. La realidad es así: no es algo que se cura”, contó a La Mañana.
Sus días no son difíciles, dijo, pero sí cansadores, sobre todo por los horarios porque la diabetes requiere de un nivel de cuidados. Aseveró que cuando uno llega a cuidarse bien, puede tomarse ciertas libertades. Sin embargo, cuando está mal hay que llevar sí o sí la insulina, hacerse test de glucemia cada dos horas y controlar sus alimentos, ver qué se está por consumir.
El joven se enfrenta, además, a responder las consultas de sus pares: si le duele al inyectarse la insulina es la primera pregunta. “No, no me duele más. Hace años que estoy con esta enfermedad. Lo otro que me preguntan es si no puedo comer azúcar. Sí puedo, pero hay que cuidarse; a veces, incluso, necesito comer porque tengo muy baja la glucemia”, amplió.
Marcela Benítez presenta otro punto de vista sobre esta forma de vida y cómo lo vive la familia del diabético: destaca la utilidad de seguir los consejos del médico, el cual preferentemente, según dijo, debe ser un endocrinólogo, en cuando la insulina es una hormona. Agregó que la familia debe acompañar en los cuidados, lo que redunda en beneficios para todos.