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Cuatro años después, las mismas opciones

Una columna de Mario Brígnole



Antes de las elecciones del 2015, en las páginas de este diario anticipé lo que -estimaba- serían los nocivos efectos que derivarían para los argentinos si Macri ganaba las elecciones. Cada uno de los aspectos que señalé se concretó, para inmenso dolor de la población de nuestro país.

Cumplido ya el mandato de Macri, las urnas nos ponen, en una semana, de nuevo a evaluar modelos de país. Ahora, con dolor, ya sabemos el precio a pagar por permitir que este modelo se aplique en la Nación.

Si miramos el resultado de las PASO y si éste se repite, parece que aprendimos.

Desde el principio de los tiempos de la Nación Argentina, siempre estuvo en cuestión este debate entre estos dos modelos, con distintos apellidos y partidos con otras siglas; a lo largo de nuestra historia oscilamos entre uno y otro modelo.

1. El modelo original: Los creadores del Estado Moderno Argentino, llamados la generación del ‘80; construyeron un país que, pese a llamarse federal, derivó en un modelo unitario, construido a partir de y para servir a la Pampa Húmeda y CABA.

Se llamaban a sí mismos liberales, pero en los hechos fueron lo contrario: “conservadores”; se apropiaron de los medios de producción de la época y la tierra, para lo cual, tras la masacre indígena de las expediciones de Roca, se apoderaron a precio vil de 50 millones de hectáreas de la tierra más fértil del planeta; y se incorporaron a la división internacional de trabajo como productores de materia prima, carne y cereales que producían en sus estancias, renunciando desde el principio de los tiempos a industrializar el país. Ese fue el modelo: la Argentina agroexportadora de materias primas, y se enriquecieron obscenamente. El imperio inglés, su socio, se llevaba esas materias primas y los barcos las traían de regreso. Fueron ingleses quienes instalaron los bancos, los trenes, los servicios públicos, los frigoríficos, en sociedad con las familias estancieras. Eramos de hecho colonia de Inglaterra. Y nuestras decisiones políticas se tomaban en Londres. Ese es y fue el modelo conservador de los falsos liberales.

Claro, el modelo tenía un problema: no generaba fuentes de trabajo para las mayorías; mientras esa minoría de estancieros prosperaba, la otra Argentina pasaba hambre.

El Estado nacional aplicó todos sus recursos a desarrollar la Pampa Húmeda y CABA: edificios fastuosos, caminos, electricidad, servicios básicos. El resto de la población, sobre todo el interior, carecía de sistemas de educación y salud públicas. Cuando crearon la educación pública tras la Ley 1.420 de Sarmiento, usaron las aulas para difundir su mensaje ideológico, que legitimaba su dominio y plantaba la semilla de la resignación en los pobres.

2. El modelo de Estado de Bienestar: A ese modelo injusto le apareció Yrigoyen, a comienzos de siglo XX, que creó el radicalismo para permitir el acceso de las mayorías al poder político y empezar el camino de integrar esas mayorías postergadas a la marginalidad política, social y económica.

Lo tumbaron con un golpe de Estado, pero la semilla estaba plantada. Y en 1945, con Perón volvieron las mayorías populares al poder, para concretar el otro modelo, el Estado de Bienestar, promoviendo la industrialización del país (sustitución de importaciones), pero garantizando a los obreros condiciones dignas de trabajo, apoyadas por leyes y la acción de un Estado activo.

De pronto, vivimos otra Argentina; con industrias y trabajo, mejoraron las condiciones de vida de los sectores populares. Pero el Estado de Bienestar no se conformó: aplicó los recursos del Estado a mejorar la vida de los argentinos: aparecieron las obras sociales, el sistema jubilatorio, planes de viviendas populares; las provincias del interior recibieron obras básicas, caminos, escuelas (Plan Quinquenal) hospitales (la mayoría se construyó en esa época o con Kirchner) y llegaron la energía eléctrica y el agua potable.

A lo largo de la historia, oscilamos entre estos dos modelos: el modelo conservador y agroexportador, que pregona que el campo es la única fuente de riqueza mantenidos con dictaduras militares, con Menem, con De la Rúa y con Macri; y el modelo keynesiano, de Perón, que plantea una Argentina industrializada y mejores condiciones de vida para las clases populares. Trabajo con derechos, no dádivas ni changas.

Con Kirchner se salió de una crisis terminal, creando 5 millones de empleos y con obras para la inclusión de la Argentina interior.

Con Macri se destruyó la industria y el empleo y tenemos 5 millones de nuevos pobres; y una deuda monstruosa que pagarán nuestros nietos.

El 27 vamos a las urnas; de nuevo a elegir qué modelo de país viviremos nosotros y nuestros hijos. Tenemos muy presentes las consecuencias de vivir bajo uno u otro modelo. Nuestros fracasos y retrocesos no son obra de Dios, ni designio del destino. Dependen de nuestras decisiones, del sentido de nuestro voto.

Como en el 2015, la opción es clara: un país para todos con igualdad de oportunidades y un Estado activo para desarrollarnos equitativamente o un país gobernado por unos pocos ricos, para hacerse más ricos a costa de la pobreza de nuestras mayorías. De nosotros depende.



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