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Por la vida



Los sucesos naturales se han vuelto tan cambiantes que alarman. Formosa, sin ir más lejos, atraviesa en estos días una profunda bajante del río Paraguay, cuando hasta mediados de año cientos de familias sufrían las consecuencias de los desbordes del mismo curso hídrico. Pero no solamente se alternan con una proximidad sorprendente períodos de inundaciones y sequías en una determinada región, sino que hasta suelen darse ambos fenómenos al mismo tiempo a corta distancia.

Los comités y organismos que dependen de Naciones Unidas vienen advirtiendo a la comunidad internacional sobre la necesidad de prestar atención a determinados temas y, en consecuencia, de coordinar acciones y esfuerzos entre los países.

La idea es actuar, a modo preventivo, por el bien común de la humanidad. No se trata de apoyar a gobiernos de un signo en particular ni de ir en contra de otros. Tampoco se busca imponer un modelo económico. Por el contrario, la ONU trata de justificar, con diagnósticos técnicos, la imperiosa necesidad de que los gobernantes de todas las naciones reflexionen y colaboren para asegurarle a la mayor proporción posible de personas que habitan el planeta, una mejor calidad de vida presente y futura.

Entre las iniciativas que auspicia, se encuentra un plan para evitar una crisis global del agua. Aunque viendo hoy por televisión las inundaciones en importantes distritos de la provincia de Buenos Aires no lo parezca, en la actualidad, el 40 por ciento de la población mundial vive bajo situación de escasez de agua. Y se estima que alrededor de 700 millones de personas podrían estar obligadas a desplazarse por ese motivo en los próximos 15 años.

Si los relativamente pocos inmigrantes actuales asociados a diferentes crisis de sus países de origen causan en los países de recepción (la Argentina entraría hoy en ambos grupos) los agudos problemas sociales que reflejan los medios, el movimiento de semejante cantidad de personas sería inmanejable.

La hipótesis de Naciones Unidas es que, para 2050, al menos un cuarto de la población mundial viviría en países donde la falta de agua sería un problema crónico o recurrente. Esa falta es más grave que la escasez actual. Podría hacer realidad un temible vaticinio: el acceso y el dominio de las fuentes de agua darían pie a fuertes y violentas tensiones entre regiones o países.

Frente a esta oscura posibilidad, Naciones Unidas busca algo más que neutralizar la alternativa bélica. Propone un programa para cambiar esta angustiante realidad en la próxima década. Pero eso sólo será posible si se transforma por completo la manera de gestionar el agua que actualmente rige en todo el mundo; si se alinean los programas de desarrollo existentes con este punto crítico, para que sean sustentables desde una perspectiva hídrica, y si hay voluntad política para la cooperación internacional, porque no todos los países se encuentran ante la misma dificultad, vistos de forma individual.

Como estamos viendo/sufriendo, en cuestiones ambientales no hay tiempo que perder. Toda la dirigencia argentina debería sumarse a esta iniciativa por la vida.



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