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Pedalistas díscolos



Hace más de veinte años que la ciudad de Formosa intenta amigarse con el ciclista; más precisamente desde que en la década del noventa nacieran las primeras ciclovías. Desde entonces se avanzó a cuentagotas, aunque debe destacarse el reimpulso que intenta darle la actual gestión municipal a esta forma económica y saludable de movilizarse. Toda una señal -sin entrar en consideraciones acerca de su procedencia- fue, en este sentido, la habilitación de una senda exclusiva sobre la plazoleta de la avenida 25 de Mayo este año.

Sin embargo, y acá viene el problema, muchos ciclistas siguen sin adoptar una conducta amigable con el resto de la sociedad. Lo que a diario se vive en la capital provincial es un muestrario de ejemplos negativos.

Aunque por distintos medios se intente promover el uso de la bicicleta, y aunque el Estado les deba a los ciclistas mucha más infraestructura vial diseñada para ellos, quienes toman la decisión de trasladarse de un punto a otro de la ciudad en un velocípedo deben respetar las normas de tránsito, adoptar las medidas de seguridad del caso y conducir con responsabilidad.

No se trata de cuestiones opcionales o de decisiones personales: son las obligaciones que el sistema impone a toda persona que conduce un vehículo cualquiera. La incorporación desordenada de más bicicletas al de por sí caótico tránsito urbano, lo único que hará es agravar la inseguridad que reina en nuestras calles.

Con excepciones que justifican la regla, los ciclistas no suelen comportarse como conductores de un vehículo. Violan las más elementales normas de tránsito, como el sentido de circulación de una calle, el semáforo en rojo o la prohibición de circular por determinados lugares. A la noche, es muy raro ver una bicicleta que tenga luces.

Esta situación no sólo provoca roces y discusiones con los conductores de otros tipos de vehículos, sino que, como a veces invaden las veredas o espacios peatonales para sortear una congestión vehicular, los ciclistas también resultan peligrosos para los peatones. Esto se puede observar en la plaza San Martín, donde todas las noches numerosos adolescentes realizan temerarias piruetas entre la gente que camina.

Jamás se nos ocurriría sugerir que el uso la bicicleta deba restringirse a las bicisendas, siendo La Mañana el medio que más ha insistido en la necesidad de fomentar su uso desde la década del noventa. Lo que estamos advirtiendo es que sin conciencia y sin controles, la proliferación de bicicletas agravará el fuerte dolor de cabeza que ya representa el tránsito urbano.

Así como es necesario ampliar la red de bicisendas y mantenerla en condiciones, es imprescindible tomar medidas de prevención. Si existe un vacío legal al respecto, es hora de que los distintos niveles de Gobierno implementen la legislación necesaria.

La cultura de la bicicleta no puede estar asociada a una virtual anarquía donde cada pedalista se mueva por donde quiera y como quiera. Ojalá haya muchos más todos los días, pero conscientes de que su medio de movilidad resulta una buena alternativa para la salud humana, para el ambiente, y también para el tránsito.



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