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Es cadete en un supermercado, vive en un módulo y todos los meses prepara una merienda para 45 niños y niñas

Tiene 29 años y por una discapacidad no pudo aprender a leer ni escribir. Su amor por los niños hace que cada mes “dé lo que no tiene” para ayudar a quienes necesitan más que él. Necesita una olla grande y una cuchara para servir



* Por Valeria Díaz de Vivar

En un precario módulo habitacional del Lote 111, un sábado al mes, casi 50 niños encuentran alimento y contención gracias a la solidaridad de Antonio y Sonia, una joven pareja a quienes no les sobra ingresos pero sí corazón.

Antonio Aranda tiene 29 años y creció en el Simón Bolívar. Tiene una discapacidad, por eso de niño abandonó la escuela y hoy no sabe leer ni escribir. Trabajó desde muy chico, por voluntad propia, asegura. Tenía 8 años cuando comenzó a vender caramelos y chupetines en la calle.

Sus padres, Antonia Martínez y Paulo Aranda, fallecieron hace años pero le dejaron la enseñanza de que más allá de las necesidades propias, siempre deben prevalecer la honestidad y la solidaridad con el prójimo.

Desde hace más de 8 años es cadete en un conocido supermercado céntrico. En diálogo con La Mañana, recuerda que cuando fue a solicitar trabajo “de lo que sea” le ofrecieron la función de ayudar a los clientes a llevar sus bolsas hasta el auto y ayudar en lo que haga falta. La única condición era “que se portara bien” y así lo hizo.

“Siempre fui atento con los clientes y agradecido por lo que me dan de propina. Una vez me asusté grande porque me llamó el dueño del supermercado. Yo pensé que me iba a correr. Sin embargo, me felicitó porque unos clientes le hablaron bien de mí. Eso me da orgullo, porque quiere decir que respeto lo que mis padres me enseñaron”, manifestó.

“Siempre hay otros que

necesitan más que uno”

Antonio vive en el Lote 111, manzana 46, casa 33, junto a su pareja Sonia Isabel. Ambos son jóvenes y no tienen hijos. Más allá de eso, hay un sábado en el mes en el que comparten alimentos y horas de diversión con los niños del barrio.

“Hay mucha necesidad. Los chicos reciben muy agradecidos el alimento. Hay días en que hace frío y algunos llegan descalzos y con poco abrigo. Yo siento mucho cuando los veo así. Me da impotencia no poder ayudarlos más”, expresó.

“No saber leer ni escribir quita muchas posibilidades de trabajo, pero creo que la honestidad tiene que ser un punto a favor. Somos pobres que ayudamos a otros más pobres que nosotros. Los niños, siempre lo digo, no tienen la culpa de nada. Somos los grandes quienes debemos esforzarnos por ellos”, agregó.

Antonio confiesa que cada mes golpea muchas puertas para conseguir los insumos necesarios para sorprender a los niños con algún chocolate caliente o panchos, si hace calor. No es fácil, comenta. Las puertas a veces se abren, otras, se cierran de golpe.

Recordó con cariño a las personas que lo ayudaron alguna vez y no resiente por ninguna que no lo haya hecho; al contrario, hasta los justifica. “No soy el único que pide ayuda. Muchas veces, los políticos o las empresas no tienen para todos. Yo agradezco de corazón porque muchas veces ayudaron para que les demos este día especial a los chicos. Hay que ser agradecidos”, expresó.

Necesidades

En un espacio reducido, Armando y Sonia preparan una mesa de madera y disponen alimentos para que entre 40 y 45 niños los aprovechen. Muchos, casi la mayoría, piden las sobras para llevar a sus casas.

“A mitad de mes ya me están preguntando si vamos a hacer la merienda, mi sueño es tener un merendero permanente para dar comida los fines de semana, que los chicos no comen en la escuela”, confesó.

“Con pagar mis cuentas ya estoy. El resto guardo para hacer la merienda a los chicos. Eso me hace feliz”, admitió.

Más allá de su esfuerzo, por la crisis económica y la inflación, el agasajo mensual de los niños es cada vez más difícil.

Antonio y Sonia, para continuar haciéndolo, necesitan de la solidaridad de otras personas. Una olla grande y una cuchara para servir es la prioridad en este momento. Sin embargo, también necesitan insumos, ropas y juguetes que ya no se ocupen y estén en buen estado para entregar a los chicos del Lote 111.

“Mi merendero no tiene nombre. Es sencillo, no me detuve a pensar en esas cosas. Toda mi energía está en poder llevar un poco de alimento y alegría para esos niños que tanto lo necesitan”, concluyó.

Quienes deseen ayudarlo, pueden comunicarse al 3704227576 o dirigirse a su casa del Lote 111, manzana 46, casa 33, a dos cuadras de la comisaría.



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