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Enderezar el rumbo



Pasó un nuevo Día del Maestro en la Argentina sin que aparecieran luces que permitan alumbrar un cambio esperanzador a corto plazo. Sólo oscuros diagnósticos que vinieron a confirmar la decadencia del Sistema Educativo.

Amén de las viejas fallas en la escuela primaria, una de las cosas que más preocupan hoy es el paupérrimo desempeño de los alumnos secundarios y su fracaso estrepitoso una vez que pretenden seguir estudios superiores.

Numerosas investigaciones arrojan que son pocos los adolescentes que concluyen el nivel medio de enseñanza. Hay provincias en que ese porcentaje está incluso por encima del 50%. Es decir, muchos chicos y chicas abandonan y, por ende, no acceden a los conocimientos básicos.

Resulta entonces que un número importante ignora cómo resolver cálculos elementales y otra cantidad considerable no comprende lo que lee. Esto lleva a que el país se ubique a la cola de la mayoría de los ránkings que evalúan el rendimiento escolar en el mundo. La Mañana no descubre nada nuevo con esto.

Lo que sí, como medio de comunicación, aspiramos a movilizar inteligencias que ayuden a imaginar cómo enderezar el rumbo perdido de la educación argentina, dentro de la cual ninguna golondrina puede hacer verano.

Se habló, no hace mucho, de una reforma educativa que permitiría a cada jurisdicción tener su versión local. Algunas, por ejemplo, apuntarían a reforzar las habilidades para el trabajo, otras apostarían a elevar la vara a la hora de calificar a sus alumnos, y otras multiplicarían las instancias de recuperación para que la mayoría del alumnado secundario pueda pasar de año.

Sea cual fuere la elección de cada distrito -si es que el día de mañana hay una nueva reforma-, las autoridades en general deberían estar focalizadas en la adquisición de saberes, para que todos los egresados concluyan su educación básica con, al menos, el 70% de los conocimientos prioritarios.

Para lograr esto será necesario innovar, desestructurar las clases, abordar desde varias disciplinas los nuevos temas que interesan a los jóvenes, realizar un seguimiento de cada estudiante y contar con docentes preparados para el gran desafío, dispuestos a trabajar en equipo, a discutir enfoques, a romper patrones establecidos.

La experiencia educativa tradicional, con temas de la vida diaria que no están en los manuales, está agotada. De nada vale seguir lamentándonos por la pérdida ni volver una y otra vez sobre discursos nostálgicos del pasado. Se debe buscar, más que un cambio de estrategias, un cambio de mentalidad, de cultura escolar.

La propuesta de eliminar la repitencia -que surgió en algún momento bajo el argumento de que es la antesala del abandono en el secundario-, no debería ni siquiera ser considerada. Por ambigua y riesgosa.

Desandar el camino oxidado de la educación, donde sujetos, discursos y prácticas aparecen divorciados, será arduo y llevará su tiempo. Pero es la necesidad más imperiosa que tiene por delante la Argentina, junto con la atención de los efectos de la emergencia social, si aspira realmente a dejar atrás décadas de desencantos.



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