Thelma Fardin ya es una mujer clave en la historia del ambiente artístico argentino. Luego de su denuncia por violación contra Juan Darthés, que se tramita con letanía y carencia de novedades en la Justicia nicaragüense, nada fue ni será igual. Hubo un antes y un después. Los problemas de género no están resueltos, claro que no, pero vaya que cambiaron las cosas. Guay que un hombre se atreva hoy a faltarle el respeto a una muchacha. Esa joven, ahora, estará mucho más acompañada, contenida y considerada que antes de su presentación. Ese será, acaso, su legado para las actuales y las próximas generaciones.

Thelma tiene el tono de voz almibarado y sereno. En su expresión, en sus gestos y en sus modos no se nota que busque revancha ni venganza, sino que se esconde un profundo grito de justicia. Ese tono suave y amigable que utilizó de principio a fin en su paso por Ningunas locas, un programa de corte feminista que se ve por YouTube. Allí contó unas cuantas cosas de su vida actual, como que está jugando al fútbol. “Juego al fútbol, sí. Jugando… soy buena alentando, ja. Para mí fue como una revolución, de decir voy a apropiarme de este espacio que siempre lo vi como espectadora. De chica no tuve la posibilidad porque me compraban Barbies, nunca me tiraron una pelota a ver qué pasaba. Hubiera sido bastante buena, porque después de un año de practicar soy bastante decente. Si hubiese empezado de chica habría sido mejor”, afirmó.

En el camino a sentirse un poco mejor, Thelma descubrió la necesidad de escribir. Así nació El arte de no callar, un libro que llegó al corazón de muchas congéneres. “Necesitaba cerrar todo este revisionismo constante que sucedió en torno a mí, en torno a mi historia y en torno a mi familia. Sabía que podía pasar algo, pero nunca imaginé la escala en que se produjo. Con el libro traté de volver a contar las cosas en primera persona y poniendo el foco donde yo quería para que sea el epílogo de todo esto”.

Pero escribirlo no fue una tarea sencilla. Según ella, “estaba perdida, no sabía por dónde empezar. Me tomé un café con Luciana Peker. Quería que fuéramos por el camino anónimo y ella me dijo que ese era un pensamiento ingenuo. Y cuando todo explotó me di cuenta de que la única imagen mía que reproducían los medios era una donde estaba llorando. Para mí era importante contar que no es ese el estado en el que vivo. Hay una parte de mí frágil y vulnerable, claro, pero no es mi totalidad. Por eso fue tan importante salir a hablar. Por eso el libro, porque escribir y la literatura siempre fueron un refugio”.

Además, la actriz contó que cuando se siente un tanto agobiada “hago ejercicios de respiración. Aprendí actuando. Lo primero que hacés en una clase de teatro es registrar el cuerpo y registrás tu respiración. Hay que respirar siempre por la nariz. Me hace bien, lo hago varias veces por día”.

Por último, habló de tecnología. Porque ella, como todo el mundo, también tiene la necesidad de referirse a temas pequeños, mundanales, cotidianos. “Hasta el año pasado no tenía Instagram ni redes sociales. Y cuando entré, muchas chicas me decían: ‘Nos marcaste la infancia’, y también fue muy fuerte, porque esa época para mí tuvo un cierre muy doloroso. Las vivo como una responsabilidad. Y ver que ese ‘me marcaste la infancia’ se pudo resignificar en ‘y me diste la fuerza para contar lo que me pasó’ es triste pero también fue luminoso”, contó.

“Estalló, y trato de llamar la atención y dejar en claro que estamos ante un problema enorme. Las denuncias terminan recayendo en mí, y no soy yo la capacitada para dar respuesta a nivel psicológico, emocional ni legal. Destapé la olla sin saber lo que se venía. Las denuncias al 144 aumentaron un 1.200 por ciento. Fue shockeante”, cerró.