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Los Chiriguanos

Historia de una América que no se rinde

Presentamos a los lectores de La Mañana a una mujer que casi pisa los 90, pero que tiene una fortaleza espiritual envidiable. Ella es ejemplo para los jóvenes de su comunidad



América Torres -la abuela América para la gente de Los Chiriguanos- tiene hoy, según su Documento Nacional de Identidad 80 años pero, según ella misma reconoce: “Este kilo tiene unos cuantos gramos más”, haciendo referencia a que sería clase ‘36 y no ‘39 como figura en su DNI, aunque no puede asegurar su edad real, ya que en aquella época “anotaban a la gente por la Ley de Amnistía cuando teníamos entre 4 o 6 años”, dijo.

La “abuela América” es una anciana llena de ganas por seguir viviendo, es poseedora de una gran fortaleza, laboriosa como lo fueron siempre las mujeres criollas que hicieron Patria en la “Formosa Profunda” y con una voluntad que contagia a los más jóvenes.

Los vecinos de Los Chiriguanos y de los parajes de la zona la toman de ejemplo y marcan: “Nos contagia con esas ganas que tiene de trabajar, de cómo ve con una mirada optimista la vida, con mucha fe y esperanza en lo que emprende y anima los demás también a enfrentar de ese modo la vida; nos mueve a ver lo bello de las cosas”.

A pesar de los años vividos, de los achaques que sufre su diminuto cuerpo, curtido por el sol tajante del Oeste provincial y el viento norte, se muestra llena de proyectos, de ganas de hacer nuevas cosas y de motivar a los otros a que también las hagan. Ella sigue sembrando la tierra y sembrando en la vida de los otros la semilla de la cultura del trabajo.

Según narró a La Mañana, llegó a la zona allá por la década del ’70 a través de obrajes acompañando a su esposo, Juan Harry Yaharí. Juntos habían pasado ya por varios lugares hasta establecerse en donde hoy vive, a la vera de la ruta nacional 81, a unos 50 metros de esa traza, en jurisdicción de Los Chiriguanos.

“Encontramos con mi esposo este lugar donde pensamos podíamos plantar nuestro ranchito, trabajar la tierra y criar a nuestros hijos”, relató apelando a sus recuerdos.

“Antes, las cosas eran más difíciles que ahora. Ahora es diferente. En estos tiempos hay más oportunidades, por lo menos así lo veo”, dijo convencida doña América.

Hace poco, ella misma con sus manos laboriosas, con añosos callos y articulaciones deformadas por el paso del tiempo y los esfuerzos realizados siempre, cerró parte del perímetro de su huerta. Más o menos unos 30 metros por 30. Lo hizo con ramas para tratar de asegurar sus cultivos y evitar con eso que ingresen animales vacunos y porcinos que pisotean lo cultivado, comen las plantas y frutos y destruyen el trabajo que ella, con tanto esfuerzo, realiza día a día, obligándola a empezar de nuevo.

A la abuela América voluntad no le falta, pero una mano necesita. Ella se encuentra pidiendo “a quienes puedan y si está dentro de la posibilidad de alguna persona, que colabore conmigo con un poco de alambre para cerrar este pedacito de tierra; así protegería mis plantas y mis gallinitas”.

Pinceladas de una abuela oesteña

Ver los ojos de la abuela América es encontrar en ellos la historia misma de los que entregaron la vida para engrandecer, desde lo cotidiano, a esta tierra formoseña; recorrer con la mirada su dulce rostro arrugado por los años es saber de los padecimientos, sacrificios y entregas que hizo a lo largo de su vida.

Estrechar su mano, hoy frágil como su salud, emociona, porque con ella no sólo cuidó de su hogar, a sus hijos, sino que labró la tierra, acarreó agua y aún hoy se ofrece, sincera para ayudar a quien lo necesite.

Esta es la descripción de una América que no se rinde, como la tierra, como la esperanza, como los sueños.

Doña América vive junto a su esposo, él mayor aún que ella. Ambos necesitan del fruto de la granja y la huerta. “Muchas veces me tocó sufrir necesidades, por eso siempre tenemos la huerta y la granja. De ahí obtenemos las verduras, el huevo y la carne que son necesarios para nosotros”, describió.

Del matrimonio de América Torres y Juan Harry Yaharí nacieron: Juan Carlos, Cristina, Venancia, José Cristobal, Alejandro y Marta Yaharí, todos ellos “ya volaron; cada uno tiene su familia, su ranchito y cuando pueden vienen a vernos pero mayormente estamos solos. Eso sí, los vecinos, los jóvenes y niños de la escuela, siempre vienen, nos visitan, nos ayudan a regar la huerta y hasta se ofrecen para hacernos los mandados”, cerró la abuela América.



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