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En el nombre del abuelo que no conoció: él murió en el atentado a la AMIA y ella eligió llevar su apellido

Florencia Abadi nació tres años después de la muerte de Jaime Plaksin. A 25 años de aquel trágico día, sintió la necesidad de rendirle un homenaje que durara para siempre: sumó el apellido de su abuelo al DNI



No pasaron tantos años de la época en que Florencia sentía la figura de su abuelo muerto bajo los escombros de la AMIA como una carga que teñía todo de dolor y más dolor. A ella, que nació tres años después del atentado, sus padres la nombraron Jaia, el femenino en hebreo de Jaime, el nombre de su abuelo.

Hasta pasada su adolescencia Florencia Abadi llevó el peso de ser Jaia en la mochila de sus emociones. El nombre del abuelo que nunca conoció sobrevolaba encima de la angustia existencial de una niña que creció en una casa atravesada literalmente por la bomba: no sólo por la muerte de Jaime, sino porque la onda expansiva había movido los cimientos de la casa donde nació y estallado las ventanas del departamento del barrio de Once, aquella mañana de julio de 1994 en la que su papá, su mamá y su hermana dormían.

En 2015 Florencia aterrizó en la patria de su abuelo, Polonia, por un viaje que hizo especialmente para conocer más y mejor el Holocausto. Y allí aprendió sobre una nueva idea que invertiría el peso de la carga del drama familiar y colectivo.

Florencia conoció todo sobre la "resistencia espiritual" y entonces un nuevo paradigma emocional comenzó a ganar espacio dentro suyo. En Polonia le explicaron que durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra los ghettos judíos, especialmente a partir de la iniciativa de los educadores jóvenes, intentaron mantener su humanidad, integridad personal y dignidad frente a los intentos de deshumanizarlos y degradarlos. Y lo hicieron con actividades culturales y educativas que mantuvieron firmes espíritu e identidad.

Florencia Abadi Plaksin junto a la foto de su abuelo Abraham Jaime Plaksin (Gustavo Gavotti)
Florencia Abadi Plaksin junto a la foto de su abuelo Abraham Jaime Plaksin (Gustavo Gavotti)

A su vuelta, Florencia comenzó a cocinar en su mente lo que en los últimos días, ante la conmemoración de los 25 años del atentado, concretó en el Registro Civil de la calle porteña Uruguay. Adherir a su DNI el apellido Plaksin, el de Jaime y el de Sandra, su mamá.

"Siempre sentí llamarme Jaia como una carga. Era algo feo. Pero a partir del viaje a Polonia, y de trabajarlo mucho, traté de cambiar mi lugar de víctima pasiva a una que se hace cargo de su historia y hace algo por eso", explica quien ahora se llama oficialmenteFlorencia Abadi Plaksin, de 22 años.

Con el paso del tiempo pudo despejar la neblina que tapaba lo esencial y comenzó a descubrir puentes cósmicos que la emparentan con Jaime mucho más allá del ADN: "Sé que tengo una conexión muy grande con él y la quería representar de esa forma".

No le llevó más de 10 minutos en el Registro Civil estampar su apellido materno. En el edificio de la calle Uruguay la recibieron sin preguntar y sin saber que detrás de ese trámite había una historia de amor y resistencia. "Vienen muchas personas a agregarse el apellido materno", comentó a Infobae Pamela, empleada del lugar, que enterada de la particularidad le ofreció a Florencia sacarle fotos mientras firmaba las planillas correspondientes.

Florencia con la constancia del cambio de apellido en la puerta del Registro Civil (Gustavo Gavotti)
Florencia con la constancia del cambio de apellido en la puerta del Registro Civil (Gustavo Gavotti)

Florencia todavía procesa reflexiones sobre cómo su identidad está determinada por la muerte de Jaime en la AMIA. "Cuando era más chica no sabía tanto sobre él. Todo lo que sabía era sobre el atentado y lo que vino después de la explosión. De él solo recordaba todo el tiempo que había escrito un libro, pero la idea de mi abuelo se centraba en el horror y lo espanto que fue el atentado. Después en Polonia aprendí el concepto de resistencia espiritual y todo llega a al mismo lugar", comenta emocionada.

Abraham Jaime Plaksin era el director de Cultura de AMIA y del templo judío de la calle Libertad. Era un educador muy respetado que murió joven, a los 61. Se escapó de Polonia en 1939 junto a su mamá y tres hermanos. Apoyó por primera vez sus pies en Buenos Aires a los siete. Se educó en Filosofía, estudió la Cábala y fue un maestro brillante: a los 19 años era director de una escuela en Bahía Blanca. Cuando volvió a Capital se casó con Aída y tuvo dos hijos, Sandra (hoy de 56) y Gabriel (52).

"Siento como si lo hubiera conocido", sonríe Florencia. Y continúa: "Siento la responsabilidad de romperla en la vida, por todas esas cosas que me dicen que me parezco a él. Era un maestro y yo como maestra quiero darle lo mejor a mis alumnos… y es un poco en su nombre. Y él cantaba y yo cantando quiero darle lo mejor a la gente que me escucha. Quiero hacer todo lo que hago en su nombre, para seguir con sus proyectos de vida".

Abraham Jaime Plaksin tenía 61 años
Abraham Jaime Plaksin tenía 61 años

El sitio web que recuerda las 85 víctimas del atentado dice que Jaime siempre tenía "la respuesta justa": "Dictaba cursos en el templo de la calle Libertad y cuando su clase terminaba a las nueve, eran las nueve, las nueve y media, las diez, las diez y media, y él seguía y seguía contestando preguntas. Si alguno no entendía repetía su explicación de otro modo, una vez, y otra, y otra, podían ser quince veces, sin cambiar de tono ni enojarse".

Jaime, especialista en estudios judaicos, tenía agendado llevar el manuscrito de lo que era su primer libro a la imprenta el 19 de julio de 1994. No llegó. Dos días antes, su hijo Gabriel junto al papá de Florencia lo encontraron muerto bajo los escombros pocas horas después de la explosión.

La familia editó el libro tiempo después, que se llama "Y le contarás a tu hijo". Florencia acaricia la contratapa, ocupada enteramente por una foto en blanco y negro de su abuelo Jaime. "Está orientado a chicos y explica las pequeñas partes de la Torá. Es una obra muy buena y muy útil, es como un manual para chicos jóvenes. Está escrito de una forma simple. Él, según lo que conozco, no era muy simple: había estudiado Cábala y tenía muchos conocimientos, pero el libro es muy ameno. Me parece que lo inmortaliza", reflexiona su nieta.

Florencia, rodeada de retratos familiares y del libro escrito por su abuelo (Gustavo Gavotti)
Florencia, rodeada de retratos familiares y del libro escrito por su abuelo (Gustavo Gavotti)

Esa foto de su abuelo es el primer recuerdo que ella tiene de él. "Cuando yo estaba en cuarto grado me regalaron ese libro y recibí la entrega de la Torá y junto con eso las familias tenían que dejar un legado, y dentro de mi sobrecito estaba el libro de mi abuelo. Me acuerdo de leerlo y que todo el tiempo me centraba en buscar las contratapas que contaban cosas sobre él, historias que habían escrito mi mamá y mi tío, una abuela suya. Releer historias de él de joven, como papá, como marido, y cosas que me cuenta mi hermana que lo conoció de él como abuelo, y lo que cuenta mi papá, que se llevaba muy bien", se emociona Florencia.

-Elegís las referencias positivas, no tanto las oscuras. ¿Es algo que te nace o que trabajaste de alguna forma?

-Supongo que lo habré trabajado. De chiquita me gustaba escribir y había escrito sobre todo lo que se perdió y lo angustiante de 85 familias que se rompieron para siempre. Hasta que me di cuenta que sí podían seguir y que había que hacerlas seguir, y que los huecos había que taparlos y salir adelante.

Florencia se encuentra similitudes con su abuelo. "Sobre todo en creer que la vida judía va a seguir", explica, y amplía: "Él decía mucho, según lo que me cuentan 'el pueblo de Israel vive' y vive a pesar de todo, de los atentados, de las guerras, de todo lo malo que pasó y que pasa. Y yo tengo esa misma convicción. Que el pueblo de Israel va a vivir en paz. Y esa convicción viene de ahí".

Florencia Abadi Plaksin durante el trámite de incoporación de su apellido materno (Gustavo Gavotti)
Florencia Abadi Plaksin durante el trámite de incoporación de su apellido materno (Gustavo Gavotti)

La nieta de Jaime cuenta que ella misma desconocía que esa convicción era una herencia inconsciente de su abuelo. "Una vez armando una clase para mis alumnos de seis años sobre el atentado a la AMIA, yo quería ser objetiva y me puse a buscar en internet, y me fue llevando directo a mi abuelo: terminé buscando cosas sobre él y encontré cosas que dijo y son cosas que yo digo, sin saber que él las decía. Me refiero a entrevistas que le hicieron. Son palabras que podrían estar en mi boca, y me enorgullece, porque eso explica que mi mamá es un gran puente entre Jaime y yo", cuenta.

Para Florencia, su abuelo es "un referente, un motor". Pero reconoce que no siempre fue así: "En un momento lo pensé como un trauma, pero pensarlo como un trauma era pensarlo fácil. Es más fácil pensar un atentado o una muerte como un trauma. En terapia lo elaboré para hoy dejar de verlo así y verlo como una responsabilidad, como un orgullo, como la posibilidad que me da hablar y poder decir lo que pienso cosa que no podría ser sin toda la parte mala. Tratar de sacarle lo mejor en el sentido de hacer que el pueblo de Israel viva en paz. Es lo que más me une a mi abuelo. Es mi motor para eso. Y es mi motor para elegir cómo vivir y hacerlo de la mejor forma posible… que es muy difícil".

Este miércoles, Florencia Abadi Plaksin será una de las oradoras en el acto de la Juventud, en el contexto de los 25 años del atentado. Reflexionará ante sus pares sobre la resistencia espiritual. "No quiero que se entienda como que nos corremos completamente del lugar de víctimas, sino que capitalizamos el lugar de víctimas. Entendemos que somos víctimas de una idea, no de un actor. Y al ser víctimas de una idea, te da la capacidad de luchar y de poder hacer la resistencia espiritual, que es lo más importante", dice mientras sus manos acarician la foto de Jaime.

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

Por un instante, la mirada del abuelo en el papel y la de su nieta que no llegó a conocerlo se tocan. Hay un segundo de silencio. Las uñas pintadas rozan las mejillas blanco y negro de Jaime. Hay un posible diálogo imaginario. "Más que hablarle me gustaría escucharlo. Siento que aprendería muchísimo, que me pierdo de muchas cosas por no haberlo conocido. Y si pudiera mandarle algún mensaje sería que se quedara tranquilo… que yo y mis primos y mi hermana y mi familia vamos a seguir con su legado y lo vamos a mantener vivo".

-¿Qué creés que pensaría él de vos?

-Espero que sienta orgullo. Me gustaría mucho saber que mi abuelo estaría orgulloso de mí.

-¿Sentís que de alguna manera sos la continuidad física de tu abuelo?

-Sí. El era Jaime y yo me llamo Jaia, son los nombres en masculino y en femenino. Y Jaia significa "vida". Así que estamos conectados, sí. Por la vida y por la continuidad.


Fuente: www.infobae.com
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