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OPINIÓN

El peronismo ya ganó



A horas de haberse cumplido finalmente el plazo legal para la inscripción definitiva de listas y candidaturas, los principales espacios políticos confirmaron sus fórmulas presidenciales y los integrantes de sus nóminas a legisladores nacionales en los diversos distritos electorales.

La conformación de los binomios presidenciales da cuenta en gran medida de las estrategias electorales de cada uno de estos espacios. Si bien aún es prematuro dilucidar el impacto que tendrá en ese plano la decisión -en los tres casos sorpresiva- en relación con la integración de las fórmulas, los supuestos que parecen haberlas motivado están a la vista.

En este marco, resulta indudable que los armados electorales de los tres espacios políticos más competitivos de cara a las próximas elecciones nacionales echaron por tierra un axioma que acompañó los tres años y medio de gobierno de la coalición Cambiemos: el peronismo no es necesario, ni para ganar ni para gobernar.

La inminencia de unas elecciones presidenciales que se perfilan como de las más reñidas de los últimos tiempos obligó a muchos dirigentes políticos a relativizar aquellos tópicos que durante un largo tiempo los acompañaron y sobre los cuales supieron hacer casi un culto.

Cambiemos había logrado llegar al gobierno nacional en 2015, tras haber transmitido con éxito su imagen de "lo nuevo" e instalado con fuerza la demanda de un "cambio". Si bien su triunfo fue posible, en gran medida, gracias al apoyo y despliegue territorial del radicalismo, el espacio liderado por Mauricio Macri creyó identificar que la sociedad argentina sentía un rechazo más fuerte por el peronismo, quien gobernaba desde hacía 15 años, que por los radicales. "Lo viejo", para Cambiemos, era esencialmente sinónimo de peronismo.

Así, su gran propuesta implícita para la sociedad en aquellos años era ganar y gobernar sin el peronismo como aliado. Está claro que en la práctica el propio Macri se rodeó, por opción o necesidad, de varios dirigentes de extracción peronista, pero lo cierto es que para el PRO y Cambiemos esto fue una excepción que respondía a factores personales y no a una apuesta estratégica consistente en incorporar a sectores del peronismo en la coalición. Sirva como ejemplo el caso del titular de la Cámara de Diputados de la Nación hasta el próximo 10 de diciembre, Emilio Monzó, y su constante e infructuosa prédica de ampliar Cambiemos con la incorporación de sectores del peronismo, lo que le valió eventualmente el ostracismo de la mesa chica presidencial.

Sin embargo, ganar una elección siendo oposición no es lo mismo que siendo gobierno y, más aún con el desgaste propio de un mandato plagado de desaciertos y errores no forzados, la necesidad de repensar el esquema de alianzas se hizo evidente. Las particulares condiciones que plantea el proyecto reeleccionista ameritaban un replanteo de la "cláusula peronista", es decir, la que Elisa Carrió, los radicales y el propio PRO, le habían propuesto a la sociedad, de excluir al peronismo de entre sus filas. Como reza el refrán popular: "La necesidad tiene cara de hereje".

Así las cosas, hoy las tres fórmulas más convocantes, y que siguiendo a las encuestas actuales congregan a más del 70% del padrón electoral, tienen por lo menos un componente peronista en los binomios presidenciales.

Cristina Fernández de Kirchner buscaba dentro de sus filas algún candidato que pudiera emitir un mensaje de moderación, templanza y, por qué no, amplitud. La idea detrás de esta operación estratégica era la de evitar reanimar la efervescencia intransigente de los sectores más radicalizados del kirchnerismo para intentar acercarse a esa fracción del electorado que, si bien pudo haber votado a Néstor o Cristina en algún momento, con el tiempo se alejó desencantado del espacio.

Con el precoz anuncio de que Alberto Fernández sería el candidato a presidente por el kirchnerismo, las especulaciones en torno a si él sumaba o no votos comenzaron a correr. Sin embargo, la ex mandataria sabe muy bien que este no es el rol fundamental que ella necesita de Fernández. El ex jefe de Gabinete tiene la responsabilidad de dialogar. No solo con los sectores que progresivamente, sobre todo a partir del segundo mandato de la ex Presidenta, se alejaron del kirchnerismo, pero hoy, ante la endeble situación económica, pueden llegar a votarla nuevamente, sino con el afamado "círculo rojo" a la vista de garantizar una hipotética gobernabilidad en el futuro.

Tras el anuncio de Cristina, la segunda gran sorpresa que tuvo la contienda presidencial en lo que respecta al cierre de listas y la definición de candidaturas fue sin duda el anuncio de Macri sobre la candidatura a vicepresidente del senador nacional Miguel Ángel Pichetto. En él, Macri tampoco buscó alguien que sumara necesariamente votos. De eso se encargará la maquinaria electoral en la que Cambiemos y específicamente el PRO han sabido convertirse.

El capital del experimentado legislador rionegrino, además de sus innegables credenciales como peronista, es la estabilidad. Para Macri esta palabra hoy vale oro. No solo pensando en un posible segundo mandato, sino fundamentalmente en los meses en que se desarrollará la campaña electoral.

La reacción de los mercados tras el anuncio parece ilusionar a los partidarios de dicha decisión. El mercado cambiario, la bolsa y el riesgo país recuperaron una calma que al Gobierno le viene muy bien para encarar la difícil aventura reeleccionista.

El desafío que tiene por delante el ex jefe de bloque del peronismo en la Cámara Alta por más de una década y media es construir un puente entre los gobernadores y referentes peronistas y la Casa Rosada. Mostrarse como un interlocutor posible para aquellos que si bien se muestran reacios a acercarse a Macri, no se sienten cómodos con la ex Presidenta.

Pareciera ser que en la competencia por anunciar candidatos y buscar un efecto de anticipación, el menos favorecido resultó ser Roberto Lavagna. Sin embargo, y contra muchos pronósticos, su candidatura sigue en pie, y la opción de una "tercera vía" todavía está en carrera.

Sobre la hora, y ante la "sorpresiva" migración de candidatos como Sergio Massa y Miguel Ángel Pichetto, el equipo de campaña de Consenso Federal encontró en Juan Manuel Urtubey, actual gobernador de Salta, un aliado estimable. Si bien su distrito no es uno de los menos poblados del país -octavo en el ranking, con 1,2 millones de habitantes-, su participación porcentual en el electorado nacional es solo del 3 por ciento. Sin embargo, Lavagna, identificado con sectores progresistas, filo-radicales y urbanos, necesitaba transmitir peronismo, federalismo y juventud. Tres elementos que Urtubey promete aportarle a su campaña.

Cabe enfatizar que este balance, característico en muchos armados electorales, puede volverse en contra, manifestándose peligrosamente como incoherencia. Mostrarse como progresista, pero estar escoltado por un candidato identificado con sectores conservadores, puede no resultar efectivo para el ex ministro de Economía.

Lo cierto es que, al menos hasta hoy, la sensación es que las tres fórmulas destinaron mayor cantidad de tiempo a explicar o fundamentar el por qué de los sorpresivos cierres y pases a sus filas más que a presentar propuestas para abordar la compleja situación actual que atraviesa el país. Como dice el popular refrán: "Dime qué presumes y te diré de qué escaseas".

Gonzalo Arias



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