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La comunicación con perspectiva de género es un derecho que se debe garantizar a las mujeres

Hablemos de igualdad: por Heliana Guirado, periodista y licenciada en Ciencias de la Comunicación



Los medios de comunicación conforman un bloque de poder que no sólo marca agenda en cuanto a cuáles son los temas sobre los que se hablará, sino que además forman opiniones, marcan posturas. En definitiva, hacen buenas cosas o dañan para siempre la imagen de una persona.

Su estructura y funcionamiento pueden también hacer llegar a alguien al puesto más alto de la pirámide política o pueden garantizar su no reelección.
En el caso de la violencia de género y el tratamiento que se le da, sucede lo mismo. En este contexto, hay dos caminos por elegir: comunicar con perspectiva de género o revictimizar.

La comunicación es el principal camino para que las personas se representen, tomen decisiones y actúen en el mundo. Pero es en esas prácticas discursivas donde se ven reflejadas las relaciones de poder, que socialmente están marcadas por las diferencias sexuales.

Como punto de partida, es importante explicar la diferencia entre sexo (determinado por la naturaleza) y género, que es cultural, ideológico y social, una identidad adquirida y aprendida acerca de lo que significa ser varón y ser mujer. A partir de esto, surgen los estereotipos que refuerzan las desigualdades y se reproducen en los medios y las instituciones.

La violencia de género existe desde siempre, lo que sucede es que antes los crímenes de odio hacia las mujeres estaban aun más naturalizados que ahora, por lo que no existía posibilidad de que ocuparan la tapa de algún diario con el análisis adecuado.

Hoy de esto sí se habla. Pero, ¿cómo? ¿Con qué recursos? Haciendo un análisis rápido el resultado es que se ven cambios, pero a pesar de la lucha y estudios sobre el tema, siguen apareciendo adjetivos innecesarios, fotos morbosas, verbos inadecuados y sexismo. 

La revictimización de las mujeres tiene varios orígenes. Uno de ellos se relaciona con la situación socioeconómica. Dos ejemplos claros son los femicidios de Melina Romero y Lola Chomnalez, que tomaron vigencia cuando las jóvenes estaban desaparecidas, hasta que finalmente se supo que habían sido asesinadas.

En el caso de Melina, una joven de clase baja, se ve cómo uno de los medios más leídos del país expresaba que su destino era predecible. No lo dice de manera textual, pero el uso de las palabras (el título ya es más que revelador) estereotipa a la víctima, justificando que la hayan desaparecido haciendo alusión a sus gustos, vestimenta y vida íntima

Por otro lado, Lola, una joven de clase media-alta que veraneaba en Uruguay. El mismo medio la muestra como la nieta de una mujer conocida y pone énfasis en el hecho en sí y no en sus conductas ni vestimenta (como debería ser en todos los casos)

Los medios eligen exponer a la mujer: uno de los puntos más importantes sobre el que se insiste es en respetar la identidad de la víctima. Esto implica no mostrar su nombre, su rostro, su domicilio, etc. porque se entiende que está atravesando una situación de peligro al momento de hacer una denuncia pública, o también porque simplemente es importante respetar su imagen. En el caso del victimario, es su identidad la que debe ser revelada, para colaborar en la búsqueda de justicia.

Sin embargo, todavía se ven casos donde no se sabe quién es el agresor, pero se conoce casi todo de la persona agredida y esto está marcado por el género. Porque cuando la agresora es ella y la víctima es él, ahí sí se respetan las condiciones.

A modo de ejemplo, se muestran estos dos casos:

El primero: Jorge Mangeri es el femicida de Angeles. Sin embargo, el caso lleva el nombre de ella y la foto principal de esta nota muestra su rostro.

Curioso es lo que sucede con el asesinato de Fernando Pastorizzo, cuya autora es Nahir Galarza. En este caso se la muestra a ella, el caso lleva su nombre y se redactan muchas notas sobre su vida, sus redes sociales, etc.

Otro punto importante (de muchos que existen) tiene que ver con el morbo. En las redacciones siempre surge la pregunta: "¿Hay un muerto?", cuando alguien cuenta que hubo por ejemplo, un accidente. En la facultad también se escuchó en alguna clase de redacción que "el muerto siempre va en la cabeza" (haciendo referencia a que es lo que primero debe comunicarse).

Es innegable que los medios deben vender sus noticias para poder existir. Sin embargo, cuando se elige darle espacio a la problemática de la violencia de género, su tratamiento tiene un fin social. Contabilizar la cantidad de puñaladas que le dieron a una mujer, o dar detalles sobre cómo murió, no es lo importante. 

Si alguien está haciendo un recorrido sobre las últimas noticias, y ve este titular, seguramente ingrese a ver de qué se trata

Pero la pregunta es: ¿Qué quedará en la mente de ese público lector? ¿Quedará la gravedad que significa para la sociedad la cantidad de mujeres que mueren a manos de hombres? ¿O sólo esos detalles que parecen extraídos de una novela de terror?

Estas son algunas cosas sobre las que se insiste cuando se habla de incluir la perspectiva de género en comunicación, herramienta por excelencia para detectar los estereotipos y erradicarlos a través de prácticas no discriminativas.

La investigación periodística es fundamental para escribir, pero sólo tendrá el efecto necesario siempre que su eje no sea corrido. Esto significa que indagar sobre la vida privada, gustos, amistades, etc. de una víctima de violencia no puede ser jamás un punto que llame la atención, básicamente porque nada justifica la violencia y ninguna mujer debe sufrir un atentado a su integridad. No importa si caminaba sola por la calle, o si tenía tal o cual vestimenta.

Comunicar con perspectiva de género implica (entre muchas cosas) no culpabilizar, minimizar, justificar ni espectacularizar la violencia. 

Que las mujeres se vean representadas sin estereotipos ni discriminación también es un derecho humano, que debe ser reconocido y garantizado.


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